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martes, 4 de octubre de 2022

Correspondencia.


  

Pachelbel

Para Ángel Luis Prieto de Paula

Querido Ángel: 

En un instante determinado creemos oportuno instalarnos en la vida y vivimos sin preguntarnos si acertamos. De repente descubrimos que fue un error y que es preciso, sin embargo, continuar. 

Te agradezco tus palabras y tu tentativa. Vienen a rubricar lo que dijiste, así como tu noble complexión moral. Ahora eres también mi albacea literario y mi juez decisorio. Yo, como tantos, solo pretendo salvarme, no sé si con menos imposturas que otros. 

La autenticidad y la sinceridad no garantizan la calidad, pero la impostura menos aún. Ni siquiera cuando se impone un lenguaje, una actitud, una mentira hermosa, un manierismo fascinante. No, si no son solamente un medio. Mientras exista una mentira hermosa no habrá poesía. Es tan difícil evitar la falsificación. Uno de los mayores defectos de los poetas -y no solo de ellos- es que casi todo lo que escriben son obras "literarias". 

Pocos son los autores que unifican al homo vivens con el moriens en el homo scriptor cuando se invisten de este. La mayoría de los escritos responden a la llamada insistente del artífice, y este escribe literaturas, poemas, no emblemas humanos tocados por la gracia de la esencialidad, la  perpetuidad, la carnalidad y la metafísica, la mística y la erótica, la oda y la elegía inherentes al animal quaerens. Responden a las éticas o poéticas más o menos efímeras, no a la estética humana, constante, sostenida por la supervivencia de las pulsiones universales. Sin embargo, estas son las que quedan y renacen, las que trazan una línea unitiva con las anteriores y posteriores, por muchos intervalos que las separen o lo pretendan, como un guadiana siempre amenazado y siempre renacido. Este es el río inmortal, el que baña el corazón del hombre sentidor y reflexivo, no solo el del homo scriptor. Toda actualización histórica devuelve al presente esos ejemplos, por mucho que la intelectualidad innovadora pretenda innovar con magníficos disfraces, tantas veces espurios y difícilmente desenmascarables por haber pasado a ser parte de la efigie oficial.

Ahora sé por qué solo me gustan unas pocas obras. Más de la mitad están escritas siguiendo el criterio del "escribo como hablo": mal, descuidada, frívolamente, para la muchedumbre inexigente. La otra mitad pretende ser "seria" y cae en la retórica, en la "literatura", buscando la estatua que inmortalice nombres. ¿Es que nadie ve que los siglos son un filtro y una orientación? ¿Cuándo una humanística fue desplazada por una poética? La vida y la escritura son paralelas, cómplices, no idénticas; no todos saben escribivir.

Los estudiosos de la palabra son quienes vigilan la línea recta y dorsal de los sentimientos y conceptos sembrados en las artes. Pero a veces esos guardianes de la verdad se desorientan y proponen como verdades algunas apariencias tan bienvestidas como si fueran distinguidas aristocracias. Eso ocurre, como en siglos anteriores, en los últimos años poéticos. "Los que parecen rostros son máscaras", y el mundo todo es máscaras, apuntaron Quevedo y Larra. Máscaras incluso valiosas, pero que no debieran enmascarar los auténticos rostros. Ni siquiera hace falta que el enmascaramiento sea adrede: basta con creer que se posee la verdad para que todo lo demás sea una emanación de la mentira.

Tú, que lees mejor que la mayoría, ayuda a devolver la pristinidad.


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