La inteligencia o la belleza, por ejemplo, no son cualidades de las que podamos sentirnos orgullosos -tampoco la fealdad o la falta de talento- porque son circunstancias de la naturaleza, no de nuestra voluntad y esfuerzo. Lo que hacemos con esas facultades sí nos honra o deshonra: podemos crear o destruir, ser solidarios o egoístas... El mundo es el resultado de esas capacidades. Somos los arquitectos del presente y del futuro.
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