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jueves, 9 de julio de 2020

LEER ES DEFENDERSE DEL POLÍTICO



Vivir es un asunto cotidiano que los líderes sociales tratan de organizar imponiendo lo que creen mejor para nosotros y que en realidad resulta ser lo óptimo para ellos. En lo único en lo que no pueden ser déspotas es en cuanto atañe a nuestra vida íntima. Y esta la hacemos cada uno moldeando nuestra mente.
     Todos sentimos que lo mejor es aquello que sintoniza con nuestra sensibilidad y conocimientos. Pero como no debemos imponer nuestros gustos a los demás, si acudimos a un criterio democrático, los mejores criterios son los que mantienen su vigencia a lo largo de los siglos porque complementan el corazón con la razón: el “sentipensamiento” de lo esencial humano. Esa complementariedad está en los libros. Por eso no hay ningún mal libro que se mantenga vivo, y por eso ninguno de los que parecen vivos y son malos permanecerá. Si el filtro del “sentipensamiento” es la vigencia y no lo coyuntural, las consignas y los éxitos pasajeros solo son productos de una moda, y serán olvidados cuando se imponga otra moda, igualmente efímera. 
     Igual que un niño acostumbrado a ver malos tratos en su casa termina considerando que eso es lo normal y lo correcto, expuesto diariamente ante el televisor acaba creyendo que la televisión es el mejor libro y ya no lee ningún otro, porque en él solo existe una página en la que se ha escrito: no leerás. Este es el motivo por el que no hay que alimentar el intelecto con violencia o con bazofia, que es lo que se ha hecho desde el "pan y circo" que criticaba Juvenal e impusieron los césares de todos los tiempos.
      Dice Don Quijote que no hay libro malo que no contenga algo bueno; pero el saber sí ocupa lugar: el que -mientras aprendemos- desplaza otros saberes imprescindibles: por eso es mejor leer y aprender primero lo que nuestros ancestros han decidido dejar como cimientos de una cultura esplendorosa.
     Esencialmente, el hombre actual es el mismo que el de las cavernas, y las esencias humanas están recogidas por los clásicos. En ellos se condensa la Humanidad. ¿Cómo no tenerlos presentes, si son nuestros orígenes y los que engendran nuestro futuro? Siempre estamos bañándonos ‘en el mismo río’ (Heráclito) sin retorno porque ‘lo que es, lo es’ (Parménides) inexorablemente. La tecnología ha cambiado la sociedad, no -aún- al individuo. Vivimos en una Antigüedad tecnologizada y seguimos siendo griegos y romanos. Yo encuentro más ruinas mentales hoy que en la Antigüedad. En la caverna del cráneo siempre hay un ser grecolatino, un humanista, mostrándonos senderos. Sigamos esa senda, pues la tradición es un camino que anda.
     Dice Aristóteles que la Poesía muestra las esencias y la Historia las circunstancias. Podemos ahondar: la Poesía, la Música y la Pintura nos dicen qué siente el hombre; la Historia nos cuenta la biografía del tiempo; la Filosofía y Sicología nos dicen cómo mejorar la biografía íntima y universal; las Ciencias, cómo vivir mejor físicamente...
     Lo demás es editar y leer bisutería para que permanezca la politiquería. Y no somos responsables de lo que se escribe, pero sí de lo que leemos. Así que, puesto que la enseñanza ya nada tiene que ver con la educación (porque así lo han decidido los políticos), las idóneas lecturas son el único futuro que les quedan a estas. 


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