El nombre de la rosa (Descubrimiento de la biblioteca)
Las buenas novelas, las de los autores con idiosincrasia metafísica, nunca tienen una notable traducción en el cine. No es fácil convertir en imágenes narradas el mundo mágico de quienes lo crearon con palabras. Sin embargo hay muchas películas excelsas surgidas de malas o mediocres novelas. Lo cual se resume en que el referente nunca está a la altura de lo referido cinematográficamente.
El nombre de la rosa de Annaud supo recoger el paisaje inquisitorial de la novela de Umberto Eco sustituyendo las largas erudiciones por recreaciones medievales adecuadas y personajes bien interpretados. Matar un ruiseñor es una novela insuficiente que en la pantalla crece con el inolvidable Gregory Peck y su nobilísimo Aticus. La mediocre Psicosis se convierte en obra maestra en manos de Hitchcock, así como Lo que el viento se llevó en las de V. Fleming y sus colaboradores. Orson Welles estira lo que no hay en La dama de Sanghay y rentabiliza El proceso kafkiano. Puzzo no está a la altura de El Padrino de Coppola. En cambio Richard Brooks no puede sino falsificar Los hermanos Karamazov. ¿Cómo llevar a la pantalla el discurso introspectivo de Dostoiewski o la aventura interior de Robinson Crusoe? ¿Y quién conseguiría dar credibilidad a Don Quijote, a pesar de las varias versiones que lo han intentado?
Todo ello nos lleva a una conclusión: si difícil es traducir idóneamente de un idioma a otro, más lo es hacerlo de un arte a otro.
en ocasiones, un cuadro que nos parece fascinante desde pequeños al mirarlo en un libro de arte, nos desilusiona al verlo en un museo. lo mismo ocurre con el cine y algunas novelas.
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