Quien sufre un complejo tiene dos opciones: afrontarlo para vencerlo o, bien, ocultarlo. Aquel que lo afronta termina por asumirlo hasta que consigue superarlo. Quien lo oculta lo convierte en su talón de Aquiles, y siempre será víctima de quienes se lo descubran. Me refiero a los complejos que hieren la autoestima. Otra cosa es el complejo de superioridad: o sea, el que dicta la inferioridad de los otros. Ese es el de los megalómanos y solo se cura con el desprecio o, mejor, con el silencio ante su aparición. Porque hablarle a un necio es convertirse en necio.
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