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jueves, 16 de noviembre de 2017

Los infieros guerreros del eros


Bach: Aria

Siendo la pulsión erótica la imposición primordial de la Naturaleza, cuya función es la de la supervivencia mediante el ejercicio de la sexualidad, resulta sorprendente que el erotismo haya sido uno de los asuntos más perseguidos por las ortodoxias de todos los tiempos, como si fuera ajeno al hombre y la mujer, o una perversión, hasta el punto de convertirse en tema clandestino.
         Si no hay grandes obras eróticas, sí hay mucho erotismo en no pocas. Por recordar algunas, basten dos bien distintas: “Las once mil vergas”, de Apollinaire”, o “Historia del ojo”, de Bataille; aunque pocas historias más jocosas por eróticas que el relato que Bocaccio hace de Alibech. Escasos poetas han evitado alguna incursión explícita en este tema, siendo Pietro Aretino uno de los más decididos y destacados.
Pietro Aretino nació en Arezzo, en 1492, y fue “periodista”, panfletario y pornógrafo. Paradigma de la burla y el libertinaje, su leyenda incluye el hecho de que mantenía un harén de jovencitas, salvadas de la miseria y el hambre para que se lo comieran a él de vez en cuando, así como el de que los cielos lo castigaron con su misma filosofía, puesto que, ya que se rió de todo, “muore nel 1556, a Venezia, per un colpo apoplettico pare dovuto a un eccesso di risa”.
El biempensante Nicolás Fernández de Moratín debe mucho a Aretino, aunque nunca lo cita. Tampoco es ajeno a él el Espronceda apócrifo. Pero es el Abate Marchena, egregio traductor de Lucrecio en verso endecasílabo, quien dejó la versión del poema que sigue. Dice Marchena que perdió el original, copiado de un manuscrito que encontró en Italia. Si esta pérdida es una argucia, como parece, el poema sería obra del Abate -que no tuvo que ver con la clerecía sino el desdén por lo eclesiástico-, quien soñó en verso, a la manera de los “Sonetti lussuriosi” del Aretino, lo que -por ser físicamente tan feo como “una falta de ortografía de la naturaleza”, en expresión de Madame de Staël- no alcanzaba a lograr su cuerpo; aunque se le atribuyen numerosas amantes.

He aquí el poema (atribuido también, por su golgotariez indifusa, a J. Cantero), conocido con el título que se indica y cuyo significado, por si alguna duda hubiese está en el subtítulo: La chupación:

No descansa el guerrero

 

Igual que el espolón de una galera

he penetrado en ti; y, al ser hendida,

no has sido tú quien ha quedado herida,

porque mía la blanca sangre era.

Y sin embargo, tú, fiera pantera

durante la batalla, caes rendida

y quieres, nuevamente sometida,

que mi espada te hiera por doquiera.

Con cuánta dignidad tu humillación

convierte mi derrota en tu victoria

y me declara vencedor vencido.

Llegue mi espada hasta tu corazón

primero por la boca, y que la gloria

la alcance quien más veces fuese herido.