Britten: Sinfonía simple, 3
Desde que la política convirtió la enseñanza en una falta de educación y los centros docentes en epicentros de la deshumanización social -aunque todo viene de más lejos-, la ignorancia se empeña en considerar erratas en el historial de la Humanidad a Platón, Monteverdi, Magallanes, Rembrandt o Voltaire, en vez de lo que son: oxígeno para el espíritu.
La música tiene más ruido; la pintura, más manchas; la literatura, peor escritura; la cultura, más analfabetismo. El médico tiene más clientes; el abogado, más impacientes; el famoso, más autómatas incondicionales; el juez, más circunstancias eximentes; la justicia, más leyes incumplidas; las mujeres y los hombres, más noviazgos de una noche y matrimonios de unos meses; los hijos, varios padres y madres; el autonomista, más chovinismo, ciego ante el hecho de que, por la inmigración, las naciones son cada día más internacionales; las iglesias, más supersticiosos; el político, más sordos; el profesor, más enfermos de desafecto, agresividad y desidia.
La dieta intelectual del ciudadano medio se reduce a los resultados de las loterías y deportes y a una ración televisiva, como si persiguiese la desnutrición mental.
Si Dios necesitó seis días para construir el mundo, hoy al hombre le bastarían unos segundos para destruirlo.
(La verdad: no se me ocurre nada más realista que decir que lo dicho, desgraciadamente, es irreversible: y que cada uno salve a cuantos pueda, que es la única manera de salvarse un poco a sí mismo).
Si Dios necesitó seis días para construir el mundo, hoy al hombre le bastarían unos segundos para destruirlo.
(La verdad: no se me ocurre nada más realista que decir que lo dicho, desgraciadamente, es irreversible: y que cada uno salve a cuantos pueda, que es la única manera de salvarse un poco a sí mismo).
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