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viernes, 6 de febrero de 2015

Una pintura verbal (II)

Katchaturiam: Adagio

Son tantos, y algunos tan excelsos, los sonetos que se han escrito en castellano, desde que Boscán y Garcilaso adaptaran los de Petrarca, que han convertido esa estrofa en la más noble y exquisita, y la más difícil. Sin duda, ninguno como los de Lope, Góngora y Quevedo. Y son escasísimos los autores que no han escrito alguno, incluso cuando se impuso el verso libre; probablemente porque el soneto, además de un desafío, exige cuanto debe tener un poema: precisión, síntesis, sobriedad, profundidad, eliminación de la retórica. Cosas estas que el cómputo, el ritmo y la rima dislocan, conduciendo hasta el ripio, y que solo el buen poeta pule hasta convertir su voz en un diamante.

El ya publicado ayer es una presurosa tentativa de vencer el desafío, tratando de detener en la cárcel de la estrofa la torrentera verbal sobre el tema también más tratado por la pluma y el más vívido en la vida, que es el amor, aquí concretado en la descripción de un rostro, torso, retrato a la manera de un pintor.
                  Una pintura verbal

               La párvula belleza de la rosa
               ha ascendido a tu rostro sonrosado
               mientras el albo lirio ha dibujado
               su blancura en tu frente luminosa.

               Qué fulminante luz la esplendorosa 
               claridad de tus ojos, qué dorado
               frenesí tu cabello, y qué encrespado
               enigma el de tu roja boca hermosa.

               Qué diré de tus hombros y tu pecho,
               almenas y esplendores que quisiera
               conquistar y arrasar beso tras beso.

               Qué batalla de amor habría en tu lecho
               si porque te amo tanto consiguiera
               hacerte prisionera y ser tu preso.

El texto va enumerando las bellezas físicas de la amada (rostro, frente, ojos, cabello, boca), atribuyéndoles la hermosura de los elementos de la naturaleza con los que se asocia entre hiperbólicas metáforas (rosa, lirio, luz, frenesí, enigma), galope enumerativo y pasional al que apunta el encabalgamiento del segundo cuarteto, deteniendo pudorosamente su retrato en los hombros y los pechos (almenas, esplendores), y desatándose finalmente en el ensueño de un erotismo tan sugerido como en el límite de la explicitud de la copulación: lecho, arrasar beso tras beso, prisionera / preso. 

El poema no oculta su empaque clasicista, sino que lo exhibe, puesto que es un homenaje a los Siglos de Oro. Discúlpesele al autor su atrevimiento. Como él dice: "Ningún poema mío estará nunca en una antología esencial; ¿por qué no homenajear lúdicamente a los que sí lo están?".