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- Suele decirse que sus libros conforman dos etapas en su trayectoria. ¿Cómo fue el cambio de la primera, sombría, hermética y obsesiva, a la segunda, más clara y optimista?
- Decidí mirar, no solo verme; intenté librarme de mí, no solamente identificarme. Descubrí al hijo, y en él vi a los demás hombres. Salí de mi ensimismamiento doloroso y supe que probablemente los otros sufrían semejantemente a mí, o quizá más.
Entonces comprendí: si mis primeros libros -los agrupados en Fragmentos de identidad- nacían de la vida de un hombre que no hallaba razones para seguir viviendo, los siguientes -los recogidos en Fragmentos de inmensidad o El mausoleo y los pájaros- me mostraban que tampoco tenía razones para seguir muriendo. Y me dije que debía invertir el proceso tradicional: ya no trasladaría mi vida a mi escritura, sino que escribiría lo que quería vivir para vivirlo. Y solo lo que había en mí que hay en todos los hombres: para que si escribir era mi consuelo, leerme también lo fuera. Voluntarismo.