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sábado, 29 de marzo de 2025

Bernini: Ilustración del orgasmo


Bernini: Teresa de Jesús

Mulier in love

Como si el alba abriese su pecho y de él brotaran
palomas encendidas que nublasen el cielo,
sentí mi corazón tremular mis entrañas
y hundirse en él la lanza de un gigante de oro,
verdugo de mi carne y amante de mi espíritu.
El dolor y el amor fueron entrelazándose,
y la pasión serena abrió un bosque de gozos
soñados siempre y nunca conseguidos. El pálpito,
como un caos naciente, abrió un nuevo universo
íntimo e infinito. Los colores, las músicas,
los mares de la sangre y los glóbulos del alma
estallaban gimiendo madrigales, cantando
júbilos y motetes que desgranaban luz
y pusieron mis ojos ante un rostro de bruma
cenital e invisible que era todos los rostros
y todos los enigmas. Se comprimió el espacio
en un solo latido, y el tiempo abrió su forma
en una sola imagen. Fulminada, caí
en un prado solemne donde causas y efectos,
sin orden sucesivo, abrazaban las aves,
las estrellas, el polen, y los sentidos eran
un magma entretejido de orden y confusión,
de plenitud y abismo. La estancia ardió de pronto
y era el mundo un bajel ubicuo y constelado
naufragando en la isla donde la muerte es vida
y todo se desvela como si nunca hubiese
existido el misterio.

Böcklin: La isla de los muertos

Kokoschka: La novia del viento

Eduardo Lastres: La puerta del milenio

viernes, 28 de marzo de 2025

Antonio Gracia - (DEVASTACIONES, SUEÑOS. Libro completo)- Manuela García - Legado -




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Legado

Pienso en ti.
El mundo yace en calma.
La noche brilla oscura
sobre el dolor del hombre.
Aroma los recuerdos el jazmín
y la memoria dicta
la soledad de haber vivido mucho.
Lanzo palabras como redes densas
para apresar la vida.
¡En esta noche hermosa y milenaria
hay tantos escribiendo y esperando
ojos como los tuyos que comprendan
cuanto le confiaron a su pluma!
Tal vez ellos se busquen en mis versos
igual que yo me he hallado en los de otros.
Un día moriré,
y quedaré tan solo en tu mirada,
única luz donde logré escribir
mi nombre verdadero.
Mas también tú te irás.
Y toda esta tristeza y este esfuerzo
serán un sueño repetido y roto.



jueves, 27 de marzo de 2025

El abrazo iniciático.


Schumann / Arrau: Escenas infantiles

Yo tendría diez años: debía de estar en primer curso de aquel bachillerato en el que aún se aprendía porque los profesores todavía enseñaban: la disciplina educativa era considerada una virtud y no sonaba, como algunos oyen hoy, a dictadura. Estudiar al hombre troncal, que ha de ramificarse, ayuda a comprender su corazón y el mundo en el que vive. Después hemos ganado en libertades que, por mal asimiladas, han enseñado sobre todo impunidad, libertinajes.

Pero, como digo, yo tendría diez años y me refugiaba de mi dolor infantil o adolescente en los juegos, sobre todo prohibidos y por eso más deseados: porque pocas cosas atraen más que los misterios.

Yo era triste cuando estaba solo -quiero decir: conmigo mismo-, y divertido cuando, en grupo, me olvidaba de mi timidez. 

Ahora bien: yo solo pensaba en mi infantil vecina, con su sonrisa grande y su ágil compañía cotidiana. 

A veces yo sacaba mis útiles de indio de película -o mi espada de sórdido cruzado- y la sujetaba a un poste alrededor del cual yo danzaba -o blandía mis dagas como iconos prefálicos- y la sometía a inefables torturas, tan incruentas como mis sentimientos.

No sé -no sabía yo- qué me empujaba a ella: pero necesitaba apretujarla, desollar suavemente su carne transparente: hasta que, convertido de pronto en hábil salvador, recibía el abrazo de haberla liberado. 

Dulces juegos aquellos de lujuria incipiente, de amorosa indolencia, de Peter Pan con las alas de Ícaro.

Un año, a los doce o los trece, casi pierdo el curso porque hube de guardar reposo por no sé qué fiebres que asediaban mi corazón con amenazas. Y María me acompañaba en mis lecturas del Capitán Trueno, Supermán e incluso un caballero errante en busca de unos amores dulcineicos y sin mancha. Empecé a preguntarme por qué todos se iban siempre al cine cuando en los libros se veían las mejores películas. Y además, estaba María: presentemente allí. (A veces he pensado que su nombre  secreto debía de ser Oniria).

Un domingo, tumbados, como solíamos hacer, sobre la cama, pasando hoja tras hoja -¡Qué música tan clara la del pasar las hojas!- la miré, y la miré de nuevo, como si yo surgiese de algún cuento o el cuento al que yo entraba fuese ella. Observé que su pecho había crecido, denso, sobre su delgadez idílica, y que sus ojos eran como un hermoso libro que quería leer y releer. Me incliné sobre ella, que, expectante, asustada y princesa, se dejaba vencer por el hechizo.

No guardo otro recuerdo más parecido al cielo.

¿Dónde estará María, onírica y tremante bajo sus blandos párpados?
¿Y qué ha sido de aquel que la besó?

miércoles, 26 de marzo de 2025

Para que el amor perdure.


Clara Wieck: Variaciones sobre un tema de R. Schumann

Cartas a ..:

No creas que el enamoramiento tiene que ver con el amor; todo lo contrario. Nada cuesta enamorarse: el enamoramiento es una "actividad" pasiva, una fascinación. No todos saben convertir ese espejismo en amor. Amar es una actividad voluntariosa. Y solo cuando dejas de gozar el enamoramiento estás en condiciones de amar. Enamorarse es inventar al otro; amar, reconocerlo como ser real y digno.

Demuéstrale tu amor, pero díselo también. En el amor, la palabra es la mejor caricia.

La mejor arma del que ama es hacer ver que la dicha del otro es causa de la propia.

Confía en que cuanto te dice es para tu bien, como lo que le dices es para el suyo.

Dale todo cuanto esperas que te dé y serás el más rico de los dos.

Procura una satisfacción recíproca.

Si te esfuerzas en hacer feliz el instante, el tiempo parecerá solo un instante.

Si quieres que te comprenda, empieza por comprender.

Si aconsejas más de dos veces para mejorar cualquier virtud, la tercera convertirá la virtud en un defecto y a ti en un criticón.

Tiende puentes para acercarte y para que el otro pase; pero no te excedas porque se entenderán tus puentes como acosos.

Primero debes saber exactamente qué es lo que quieres, y luego qué estás dispuesto a hacer para conseguirlo.

Todas las historias de amor empiezan y terminan. Lo importante es que no las mate uno de los dos.

Por muy importante o urgente que sea algo, la prisa por resolverlo transformará la conversación en disputa.

Todos tenemos un espacio interior -y a veces físico- incompartible. Respétalo.

Sé tolerante o estarás predicando que no te toleren.

Si destruís algo hoy, reconstruidlo antes de que anochezca.

Es falso que no se pueda convivir hasta la muerte. Lo que es cierto es que nadie puede vivir con otro si antes no ha aprendido a vivir consigo mismo.

Antes de decidir algo definitivo piensa que el único viaje que importa es el viaje interior: allí es donde te estás esperando cada día. Y no es bueno hacerlo siempre en soledad.
Leer

El amor es un pájaro enjaulado (1)



martes, 25 de marzo de 2025

Desarmar el miedo

                             Borodin: Cuarteto nº 2 (Andante)

  1)       La Naturaleza ha dotado a las criaturas de un mecanismo de defensa que se dispara ante cualquier peligro: suena la alarma de la supervivencia y la reacción inmediata es la de pánico para que este nos empuje a evitar la causa. El ciervo huye ante la visión del tigre; la mano se aparta de aquello que la hiere; el niño de pocos meses grita cuando tiene hambre. Pero llega el alimento, se aparta el fuego, se aleja el tigre; y todo recobra su equilibrio.
         Ahora bien: ¿Qué ocurre cuando aparecen una y otra vez, día tras día, el tigre, el hambre o el fuego? Sucede que el malestar continuado ocasiona un disturbio emocional y se genera ansiedad, angustia, melancolía; de tal manera que, en medio de tanto desasosiego, ya no reconocemos la causa del dolor y, por lo tanto, no podemos apartarnos de ella, con lo que sentimos un pavor abstracto, enmascarado e innombrable que nos sensibiliza solo para sufrir: y cualquier indicio de peligro nos provoca reacciones desproporcionadas, terrores de todos los tamaños que terminan convirtiéndose en el peor: miedo a sentir, miedo a vivir. De modo que, en ocasiones, lo que en principio fue una alerta contra el dolor acaba siendo una tortura y un deseo de repudiar la vida.
         Imaginemos el horror de Van Gogh o de Schumann al saberse cada día más prisioneros del miedo a perder su identidad, más faltos de voluntad para ordenar sus vidas. El “Concierto para violín” de este y los “Cuervos sobre un trigal” de aquel testifican el combate entre sus luces y sus sombras. Toda la obra de Poe es hija de sus crisis. Son casos extremos, en los que los seísmos emocionales bloquean y abren precipicios mentales; pero pocos hombres y mujeres se han visto libres de similares accesos -aunque, por fortuna, más llevaderos- en determinadas circunstancias. 

Daguerrotipo: Schumann
Autorretrato y daguerrotipo: Van Gogh
Daguerrotipo: Poe

      2)   Conozco a muchas personas abandonadas por sus parejas que se horrorizan ante la visión de las mismas en la calle o en el supermercado, y que cada vez que alguien se interesa sentimentalmente por ellas huyen despavoridas porque renuevan el dolor del abandono en vez de vislumbrar la probable renovación de su vida amorosa, hasta que se sumergen en una soledad amarga y sin retorno. Conozco a muchos profesionales de la enseñanza que, tras años de esforzada profesión, tiemblan nada más cruzar el umbral del aula porque se saben incapaces de dominar la algarabía que les espera -dícese que el mayor número de depresiones se da entre el profesorado-. Conozco a muchos niños que entran en la adolescencia con el estigma del desafecto y que cultivan, a su pesar, una tristeza que marcará sus vidas para siempre. Todos ellos -el abandonado, el profesor, el atrapado por la melancolía, y tantos otros- sufren accesos de terror imprevisibles, terremotos síquicos que descontrolan sus ánimos y descomponen su personalidad.
  3)       Cuando yo era niño me perseguía el miedo; después, durante muchos años, me alcanzó muchas veces. En verdad, todavía no me he librado de él. Al principio sufría inocentemente; luego he padecido muchos miedos irracionales a pesar de combatirlos con razones. ¿Qué hacer en casos semejantes, cuando los fantasmas de la mente nos acosan? Tal vez no podamos evitar el estremecimiento de la alarma, el pavor ante el peligro, por ser algo instintivo. Pero sí podemos suavizar su manifestación, mitigar el sufrimiento: en vez de huir inútilmente -hablo de lo que conozco; corríjame el especialista-; ¿no es mejor dejar que el miedo nos recorra, desarmar su agresividad, soportar su calambre sin oponer resistencia, hasta que se agote en sí mismo y se consuma como un verdugo que carece de víctima? Cuando veamos que solo es lluvia lo que creíamos tormenta empezaremos a no temerla y a no sufrirla. No obstaculicemos las reacciones naturales incontrolables. Quien teme no atiende a las causas de su temor: escucha el galope de su corazón: y hará bien en dejarlo trotar hasta que se sosiegue. El ciervo al que me refería antes quema su pánico mientras corre, y sus toxinas dolorosas desaparecen espontáneamente, como llegaron, porque no tiene conciencia reflexiva y no convierte en huracán el viento. El ser humano, sin embargo, soberbio dominador de tempestades, quiere vencer la invencibilidad de la Naturaleza y se dice que debe enfrentarse al monstruo interior, en lugar de permitir que pase como un flujo extinguible, aunque obstinado: y, olvidando la prudencia, termina vencido porque la temeridad solo es la forma más valiente de esconder la cobardía.
         Quien teme tener miedo y se empeña en prevenirlo sin fuerzas está profetizando y anticipando el cumplimiento de su temor: siempre estará retándose y sucumbiendo ante su reto.

Munch: Paisaje
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lunes, 24 de marzo de 2025

El legado de Miguel Hernández.

Elegía
                     
          Son muchos los que enturbian la existencia por no mostrar a sus héroes como lo que fueron: hombres que se superaron a sí mismos. Se escandalizan si alguien señala en ellos las debilidades propias de todo ser humano, en vez de respetarlos más puesto que supieron elevarse por encima de las limitaciones de los mortales. No es degradar, sino cualificar, el hacer ver que lograron convertir sus “defectos” en virtudes. Pues, con frecuencia, la grandeza perdurable de un hombre nace de la miseria de su cotidianidad, afrontada como un reto.
         Por ejemplo: la obra de Poe no existiría sin su alcoholismo (su lucha por librarse de él); ni la pintura de Modigliani sería como es sin su huida del “pernot”; ni la música de Tchaikoski languidecería sin su solitaria y clandestina homosexualidad. La soberbia ha creado las obras de Wagner y Gauguin. Las drogas engendraron la narrativa de StevensonLord Byron y Oscar Wilde perviven porque vivieron una vida licenciosa que supieron trascender. Ni la Alicia de Carroll ni los cuentos de Andersen existirían sin la paidofilia que padecieron sus autores. Los inmensos poemas amorosos de Quevedo tampoco existirían de no haber sido un misógino. Debajo o por encima de esas causas había una mente voluntariosa vencedora de los vicios y miserias de quienes las sufrían: de quienes las vencían. Pagaron un precio y es justo reconocer que lo que consiguieron fue consecuencia del empeño de sus vidas, signadas por la lucha contra los propios fantasmas. La belleza -la grandeza- solo adquiere su verdadera dimensión si se conoce la fealdad -la pequeñez- desde la que se consigue.  
           En escala menor, eso ocurre con Miguel Hernández. ¿Empañan sus errores sus aciertos? Si un lector admira sus más bellos y sinceros poemas, los escritos al final de su vida, libres de “literatura” y engreimiento, tiernos y humanos, ascetas y serenos, debe saber que esa encarnadura de un ser en su palabra viene de la conquista que un hombre hizo de sí mismo. 
         Deseoso de gloria, y vanidoso, era el joven Miguel, maldecidor y pedigüeño. Despechado por el escaso eco de su Perito en lunas, escribe a Juan Sansano: "En Alicante se han quedado respecto a la poesía en Campoamor. Comprendo que no hayan comprendido mi libro y no vean su valor" (marzo, 1933). Y a García Lorca: "Usted sabe que en este libro mío hay cosas que se superan difícilmente y que es un libro de formas resucitadas, renovadas, y encierra en sus entrañas más personalidad, más valentía, más cojones, que todos los de casi todos los poetas consagrados" (10-IV-33). Y como Lorca lo recriminase, vuelve a escribirle: “¿Que no sea vanidoso de mi obra? No es vanidad, amigo Federico: es orgullo malherido" (30-V-33). Y en otra ocasión: "Estoy acabando mi segundo libro para enviarlo en octubre al Concurso Nacional... Me parece que como no haya comida de negros, será para mi ambición el premio destinado por el Estado al mejor libro lírico" (29-VIII-33).
        Más grave es que, cuando cambia de actitud vital y poética, no sienta escrúpulos en menoscabar a sus viejos amigos con tal de ser tenido en cuenta: Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta obra (el auto sacramental), y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí, ni tengo nada que ver con la política católica y dañina de “Cruz y Raya”, ni mucho menos con la exacerbada y triste revista de nuestro amigo Sijé... Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica... Sé de una vez que a la canción no se le puede poner trabas de ninguna clase (julio, 1935). Obsérvese -nacida de una deslealtad- una premonición de lo que sería su última poesía: "a la canción no se le pueden poner trabas". Ni “compromisos”, “religiosismos” o “literaturismos”: solo autenticidad. Pero resalto esta “traición” a su “amigo del alma”, Sijé, porque de tal pecado nació la penitencia: probablemente fue el sentimiento de culpa el que escribió la “Elegía”, tan admirada por quienes santifican sin saber que la “santidad” tiene su precio.
          Como he dicho, la nobleza de la obra de un hombre nace, a menudo, de la fragilidad de su vida. Esto es lo digno de ser tomado como ejemplo. Pero no se imita a los dioses -demasiado perfectos para ser imitados-, sino a los hombres que se comportan como ellos. Por eso hay que subrayar que el verdadero Hernández es aquel que triunfó sobre sus circunstancias, el que se esforzaba, leyendo, para saber cada vez más de lo que sabía. Este es su legado para las aulas y para la vida-. El auténtico Hernández no es el de los artificios de Perito en lunas, ni el del sexo reprimido como amor literario en El rayo que no cesa; tampoco el versificador bajo consignas políticas. El admirable Hernández es el que se liberó de las dictaduras síquicas y dejó de posar de culto, de poeta, de guerrillero, para representarse solo a sí mismo como hombre que únicamente poseía las “ausencias” del hijo, de la esposa, de la libertad física; el que en su espíritu inició la transfiguración de la materia; el juglar del dolor y el reconstructor de la esperanza: porque el corazón siempre es más grande que cualquier filosofía.