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jueves, 21 de noviembre de 2024

Necesidad social del arte.


Eisenstein: Escalinata de Odesa

          Si alguien duda sobre el poder del arte y la palabra no tiene más que hacerse estas preguntas: ¿Por qué aconsejaba Platón echar de la República a los poetas sino para evitar sus interferencias en la sociedad establecida y autosatisfecha? ¿Quiénes sino los visionarios poetas y pensadores -como Rousseau- predispusieron para la Revolución francesa y, por ella, para todas las siguientes, creadoras del mapa del mundo moderno? ¿Qué proclama sobre la libertad ha concienciado más que La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, Los fusilamientosde Goyael Guernica, de Picassola Escalinata de Odessa, de Eisenstein¿Qué campaña contra el hambre ha sensibilizado más que Los comedores de patatas, de Van Gogh? ¿Algún manifiesto feminista ha influido más que Casa de muñecas, de Ibsen¿Hay algún manual en el que aprendamos más sobre el amor que en DantePetrarca o el Wagner del Tristán? ¿Alguno que enseñe más sicología que las obras de Shakespeare o Dostoieski? ¿Qué enciclopedias sobre el cielo y la tierra son mejores que La divina comediaEl paraíso perdido o De la naturaleza? (Dante, Milton, Lucrecio). ¿Alguno muestra mejor la ilusión y el desengaño que El Quijote? ¿Quién no aprenderá sociología en BalzacDickens y la picaresca? ¿Alguna voluntad de poder alcanza tanto vigor como El anillo del nibelungo wagneriano? ¿Quién ha conseguido una solidaridad fraterna como la que exige el clamor universal de La Novena de Beethoven? ¿Dónde podremos ver el rostro sereno de la muerte mejor que en el Réquiem de Mozart?... 

Sin duda, cada hombre ha sido distinto tras esas obras, y ellas han influido tanto o más que el estallido de Hiroshima. Porque se han descubierto tierras, mares, planetas: pero nadie como el artista ha colonizado un continente tan imprescindible como el espíritu, sus luces, sombras y penumbras. Y es que el creador observa y refleja lo más perdurable e inherente del hombre: los sentimientos, única sustancia que nos unifica.


Si el arte transforma a la sociedad es porque cambia al individuo: porque necesitados como estamos de reconocernos en nuestra obra, nos vemos abocados a admitirnos incompletos en ella y a cambiarnos para mejorarnos. Modificamos nuestros escritos, pinturas o músicas hasta que su espejo nos devuelve una imagen que nos satisface o nos sosiega: la del otro que queremos ser, el “yo” que ansiábamos conseguir. Y este sosiego individual, expresado en los nuevos cuadros, pentagramas y poemas, es el que transforma la colectividad: no coyunturalmente, sino diacrónicamente. Por eso es cierto que en algún lugar de un libro -lienzo, partitura- hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia y armonizar el mundo en que vivimos. 
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Retrato del artista

Soliloquio del artista

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miércoles, 20 de noviembre de 2024

Á. L. Luján Atienza: Lejos de toda furia



LEJOS DE TODA FURIA
Antonio Gracia
Devenir

Antonio Gracia ha escrito, como viene siendo habitual en sus últimas entregas, un libro sereno, de gran intensidad lírica y de profunda meditación. El título, Lejos de toda furia, no solo da la pauta del tono por el que transcurre el poemario, sino que alude, creo yo, también a la renuncia del tan traído y llevado “furor poético”, o inspiración al modo romántico, desbordada y fantasiosa. La contención domina el libro, el afanoso trabajo del artesano del verso, la colocación exacta de todos los elementos poemáticos como si de la mano de un orfebre de la palabra se tratara, adelantando en cada línea una obra maestra, un universo completo. El resultado no es un brillo frío, sino que de esa maestría, como de la perfección de la estatua de Pigmalión, surge la vida y la emoción del poema. Los abundantes encabalgamientos del libro son el signo de que un río subterráneo y humano desborda el terso cauce del verso, que avanza calmo hasta romperse de no poder contener el ímpetu de la verdad o la belleza en forma de serena pasión, si vale el oxímoron.
          El libro es un paseo por un museo imaginario que a la vez devuelve al paseante al espectáculo interior de su existencia. Lo de dentro y lo de fuera se hallan fundidos en los versos de Antonio Gracia, como si se hubieran roto los marcos de las obras de arte, lo que las separa de la vida y del espectador. Así también, el poema hace estallar sus límites e incorpora al autor y al lector:

Siento el poder de esa certeza. Canto
dentro de mí y el himno reverbera
como una melodía inextinguible.
                                      (“Noche estrellada”)

La contemplación se hace meditación y ambas se redimen en vivencias. Leer los poemas de este libro va más allá del acto de interpretar un texto, es impregnarse y experimentar el propio existir como precario y a la vez pleno de sentido gracias al arte. La poesía aquí es la gran balanza del ser buscando el equilibrio entre lo contigente y lo absoluto, lo que hay en nosotros de prescindible y lo que nos hace necesarios. La obra de arte, como quería Schopenhauer, nos salva de la miseria de existir. De ahí que la primera parte del poemario se titule “Del arte redentor”.
          Antonio Gracia comparte con el pensador alemán una visión pesimista de la existencia, lo que hace que las formas de sublimación del dolor de vivir se conviertan en la única razón de sentido posible:

Mira el árbol tullido y centenario
cómo acepta la muerte:
es la clarividencia de la edad
la que nos hace ver que todo es nada.
Contempla la mañana, siente el día,
inúndate de luz. No desesperes.
Pronto vendrá el crepúsculo a salvarte.
                                        (“El huérfano senecto”)

El “crepúsculo” aquí es el descanso que supone la muerte, pero a la vez alude a una obra de arte de la naturaleza, con su fuerza plástica, sus colores, su apoteosis de luz. La poesía nos hace más conscientes de la fragilidad, pero en esa ampliación de la conciencia va también la posibilidad de gozar más los matices de estar en el mundo.
          No estamos, con todo, ante una simple prolongación del culturalismo que intermitentemente visita la poesía española o es visitado por ella. Lo interesante del proceso, tal y como lo presenta el autor, es que el trayecto va de la vida al arte para devolvernos un reflejo de nosotros mismos:

Naturalmente, mi escritura siempre ha tenido una fuerte apoyatura cultural, puesto que toda vida y todo arte son hijos de los libros y del arte, y solo en ellos podemos ser y redimirnos. Bien claro queda en “Informe pericial" y en “Hijos de Homero”, si bien en este los poemas fueron anteriores a los títulos y, por lo tanto, lo que parecen homenajes solo son confesionalismos disfrazados. Esto último (como en una trilogía impremeditada) ocurre en “Lejos de toda furia”, cuyas imágenes no han suscitado los poemas -salvo excepciones-, sino que se han buscado para ilustrarlos. Todo ello parece ser consecuencia de un inevitable y fragmentario autobiografismo síquico persiguiendo causas o excusas para expresarse.

          El amor es igualmente un espacio de salvación y de conocimiento. “De amore” lleva por título la segunda sección, pero se trata de un amor de nuevo pasado por el tamiz del arte. La belleza primigenia es aquí una fuerza que desborda la forma humana y solo alcanza plenitud cuando se representa en un modelo universal, llámese Gioconda, Dama de Elche (vieja conocida del autor), Desdémona. El platonismo de Antonio Gracia es evidente a este respecto, pero se trata de un platonismo a la manera de El banquete, que no olvida la sensualidad y que el gozo de amar lo bello abre una verdad no solo para el espíritu sino también para el cuerpo del amante. Soberbio el inicio del poema dedicado a la Santa Teresa de Bernini:

Como si el alba abriese su pecho y de él brotaran
palomas encendidas que nublasen el cielo,
sentí mi corazón tremular mis entrañas
y hundirse en él la lanza de un gigante de oro,
verdugo de mi carne y amante de mi espíritu.

La tercera parte del libro acoge bajo el término musical de “Bagatelas” otra serie de retratos y reflexiones que nada tienen de menor, pero sí de misceláneo. La aparición de varios sonetos, de excelente factura, nos habla de una dinámica esencial de la poesía del autor, que como un busto de Jano mira por un lado a la tradición de la que parte y que ha asimilado, y por otro nos la devuelve renovada, jugueteada (si se me permite el neologismo), sorprendida de sí misma.
          Y como en el celebérrimo soneto de Góngora, se cierra Lejos de toda furia, con la imposición de las sombras, aunque en Antonio Gracia la ausencia de luz se convierte en una invitación al viaje interior que empezó, estoy convencido, no en este libro sino en los arranques de su ya larga carrera poética:

                                           Pienso
en este instante en el dolor callado
que se asoma a tus ojos.
                                           Cuando
el crepúsculo encienda el horizonte,
camina hacia tu alma y hallarás
dentro de ti la música del cosmos. 
                                                 (“Princesina”)

En este denso y exacto poemario el autor sigue fiel a la consigna de sus últimos tiempos de llegar al himno a través de la elegía, de hacer una celebración con los materiales de nuestra penuria vital. Como el Beethoven que retrata aquí en trance de componer su obra maestra, la novena sinfonía (“op. 125”), Antonio Gracia construye con la melancolía “pirámides de música”, de palabras elevadas al canto que penetran un cosmos que por muy agónico que parezca se explica y se justifica a la luz de su creación. Compartámosla.

                                      Ángel Luis Luján Atienza
                             Universidad de Castilla-La Mancha
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Sobre el autor 

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Historia de la Humanidad

Prokofiev: Alexander Nevsky


Esta mañana he contemplado el páramo
y me he decidido a recordar 
al otro que yo fui:


1.- Aquel hombre salió de la caverna y reunió a otros hombres en el llano. Entre todos aprendieron definitivamente que la mejor felicidad en un mundo de infelicidades es saber, conocer, comprender: porque sabiendo es más fácil elegir evitando el riesgo del error. 
2.- Se alzaron academias, pensamientos, universidades. Y todo era concordia.
3.- Pasaron los milenios y cambiaron las cosas. Incluso el corazón olvidó la alegría de la Naturaleza y quiso conquistarla para sentir la lujuria del poder y tener algo sobre lo que ejercitarlo. 
4.- De ahí se pasó a poseer hombres. Para ello se idolatró la materia. El proceso de aprendizaje y comprensión del mundo y la existencia derivó en oscuras estrategias.
5.- Primero se potenciaron las tecnologías como si fueran dioses. La enseñanza mató la educación cuando se desterraron las humanidades: entonces todas las circunstancias del hombre suplantaron sus esencias. 
6.- Desaparecidos los estudios y conocimientos que muestran la concordia humana -los que enseñan al hombre a responder sus preguntas ante los enigmas y valores de la vida-, aparecieron especializaciones que no se sustentaban en un conocimiento raigal y comprensivo del mundo, la libertad y la responsabilidad. 
7.- El que estudiaba el corazón apenas conocía los anhelos y fracasos que conforman su sustancia, y se limitaba a escudriñar sus tejidos. 
8.- En el quirófano social los pacientes pasaron a ser considerados clientes. Las vocaciones fueron llamadas profesiones. El individuo se convirtió en masa; y esta, en carne de cañón. 
9.- Algunos homo sapiens consiguieron rodearse de expertos en promesas y alcanzaron el poder más indigno. Y como fueron muchos los que, ante las turbulencias del vivir, se sentían esclavos del destino, adjuraron de su voluntad: crearon los tiranos. 
10.- Fue entonces cuando se asomaron todos los infiernos.

martes, 19 de noviembre de 2024

La deserción (El abrazo amoroso)

 

                            Marcello - Adagio

1.- Por ejemplo: 

Juan y Juana se conocen y conciertan algunos encuentros, de los que surge una pasión y un amor inesperados. Como consecuencia piensan en dar -o no- continuidad a su relación. Juan dice que no quiere más aventuras y que prefiere convivir en vez de simplemente sobrevivir: intentar compartir no solo momentos o días. Es Juana quien se ve absorbida por su devenir y duda, determinando autoritariamente lo que deben hacer, sin preguntar a Juan. Este siente que todas las virtudes que observó en Juana quedan inmediatamente en entredicho y quizá se equivocó: que el deseo de encontrar una persona así -con determinados atributos- le llevó a creer que Juana era así. Que es el soterrado miedo a la soledad -y la consecuente inseguridad- lo que determinó ese autoritarismo ocasional.

2.-  El Carpe Diem no debería significar desentenderse del pasado y el futuro. El pasado es el individuo que nos hizo ser quien somos, y el futuro el que nos aconseja cómo deberíamos o queremos ser.

Por lo tanto: debiéramos aferrarnos a un carpe diem con la voluntad de que no acabe; porque, si no, cualquier momento podría entenderse como la permisividad de que abandonemos a quien nos acompaña en ese yo desertor del presente sucesivo: que lo utilizamos para paliar la falta de raíces temporales y espaciales. Una oculta mentalidad del "aquí te pillo y aquí te mato".

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lunes, 18 de noviembre de 2024

Lejos de toda furia



Crusoe


Tantos años ansiando regresar

al mundo que perdí, y encuentro ahora

continentes de inepcia, verdaderos

piratas del honor disuelto en oro. 

Era mi isla -aquella luz- un fuego

en el que la inocencia campeaba

como en un paraíso un mástil puro. 

No es verdad 

que la Naturaleza hostigue al hombre.

Son estos los que entierran en su entorno

la solidaridad y hacen de su alma

islas terribles, unas contra otras. 

Qué paz allí. El solar del corazón 

se regaba con dicha.

La soledad, primero impuesta y luego 

dominada, y ahora deseada, 

fue un soliloquio torrencial que halló

cauce sereno hacia el descubrimiento

del continuo fluir de la conciencia. 

Nadie ha hablado consigo tanto tiempo,

tan ordenadamente; nadie ha dado 

a los hombres la extrema relación 

de sus penas y glorias,

la aventura interior de la existencia. 

Todos los libros son 

heraldos y estrategas del futuro, 

la afirmación precisa 

de que el destino es la voluntad.

Yo soy el argonauta de la mente, 

el contador de todas las historias

porque todas son una: la del yo.

Soy el gran viaje hacia la mismidad.

Semejante a Noé, cabalgué el mar.

Llegué a la isla como un ser esclavo 

del interés del mundo y aprendí 

a conocer la libertad 

de los desasimientos. 

Si llegué como adán desnudo, alcé

los hitos de la civilización; 

y a ella me vuelvo, a la incontaminada,

purificado por la austeridad.



Adagios

Érase una vez un crimen lánguido ...

Érase una vez un crimen lánguido

Leer original:

PULSAR

ÉRASE UNA VEZ UN CRIMEN LÁNGUIDO

 Érase una vez un crimen lánguido


Escenario en el que aparece el cadáver. Escasa luz. Sombras. Más sombras. Lugar sombrío. Sume el lector los tópicos. Lo que yo vi fue esto:

    Junto a la cama estaba el escritorio. La mujer yacía entre una y otro. Estaba desnuda, el cabello revuelto, como para una sesión de pornografía fotográfica. Un racimo de rosas había caído desde donde estuviera y esparcía sus pétalos sobre su seno izquierdo, ocultándolo casi completamente. Era necesario mirar el otro para tener una imagen del oculto, hermosa geometría que para sí Pitágoras hubiera deseado. Las piernas descendían paralelamente desde el vértice púbico como unas tijeras en un ángulo mágico, como si acabasen de cortar el deseo más lascivo o el mayor espejismo del sueño realizable; los brazos arqueando la cabeza, saliendo de un abrazo cadencioso; un ojo inmenso abierto y del color del sueño, sumido ahora en una pesadilla o emergiendo al más sereno lago, junto al otro horadado, destruido, sajado, envainado por una espada oscura, un agudo estilete o un fálico atributo, un pene ajibarado; la sangre aproximándose a la boca de labios entreabiertos en el último beso, y hasta el perlado ombligo llegaba o descendía una sustancia negra extensa por el pubis y venus, las ingles y el misterio. Todo era silencioso como en una caverna deshabitada hace muchos milenios porque el homínido descubrió su poder para reconstruir viviendas en medio de los llanos y lejos de las rocas, junto a ríos y bosques donde saciar su sed y evitar el peligro de la noche y lo oscuro. La luz intermitente de los faros lejanos iluminaba las paredes, la estancia, el sangriento paisaje. Tal vez un pitecántropus destrozó entre sus brazos a la hembra estrechada en la cópula loca y la mató de sexo, de amor o de violencia. Cuántas veces se habría repetido esa historia de caverna en caverna, de ciudad en ciudad, siglo tras siglo, errante hasta llegar a aquella habitación donde la hermosa bestia desnuda y siglo veinte yacía muerta ahora.

X

Detective explicó:

Mi método es muy simple. Baso mi causa en el conocimiento de la consecuencia. Esta la conozco: el crimen. De modo que solo tengo que recorrer inversamente los caminos que condujeron o pudieron conducir a ella. El que no se interrumpa es el bueno; y su comienzo es la causa: el culpable, el asesino. En realidad es lo que han debido de hacer todos los investigadores que actuasen con lógica. Basta un pequeño dato cierto para que, convertido en premisa, lleguemos a la conclusión: a la solución. Porque cada parte forma una partícula de un todo; y lo mismo que el paleontólogo reconstruye un esqueleto partiendo del hallazgo de un solo hueso, o el análisis de unas líneas nos permiten averiguar el nombre de su autor, el investigador conoce finalmente al asesino si sabe descifrar y estructurar a la inversa la premisa del crimen. Todo es un puzle, y una casilla contiene las demás. Inventemos los hechos,


Detective explicó:

pongamos las premisas que aún no conocemos. Veamos: un hombre ama a una mujer. La mujer también lo ama. Pero ella no sabe que no es la única en la vida amorosa de ese hombre. Un día lo descubre. Y el hombre descubre a su vez que lo han descubierto porque recibe una anónima nota amenazante. Poco después, una mujer ha muerto. ¿Quién es el asesino, el hombre o una de las mujeres? ¿Una de ellas, para librarse de la rival? ¿El hombre, para evitar que la que conoce su secreto lo descubra ante la otra y se quede sin ambas? El hombre no sabe cuál de las dos es la autora del anónimo. Tendría que matarlas a las dos. No, no es ese el buen camino. Veamos de otro modo. Si una de las mujeres asesina a la otra después de hacer saber al hombre que ha descubierto su secreto, el hecho de permanecer viva supone tanto como una confesión de culpabilidad. Si así fuera, la hubiese asesinado sin dejar la carta, la huella de su crimen. Lógica, señores, lógica. Pero lógica sicológica: que es tanto como decir irracionalidad lógica, lógica irracional o absurda.


Y


Continuó Detective:

El hombre pudo enviarse a sí mismo la nota para que le sirviera de coartada y hacer su crimen impune. Porque ¿qué pruebas hay de la existencia de otra mujer más que las palabras del anónimo? Es decir: que un hombre planea el asesinato de una mujer y finge que existe otra para desorientar con la probable inculpación de esta. ¿O acaso una mujer quiere matar a otra y se esconde en un anónimo a un desconocido para librarse de sospecha y llamar la atención sobre el hombre? Lógica, señores, irracionalidad, señores. ¿Por qué iba a escribir alguien una nota si el mero hecho de escribirla, más que despistar, daba una pista sobre la existencia de un tercero, el propio asesino, que además pudiera ser mujer? ¿O acaso el criminal es tan retorcidamente inteligente que se vale de todas estas argucias para despistarnos con tanto laberinto y cúmulo de probabilidades cuyo desmadejamiento parece irresoluble? ¿Van ustedes comprendiendo o intuyendo? En resumen: ha sido necesario todo este despliegue de razonamiento para poder llegar a la conclusión incuestionable de que no sabemos nada. De otra manera no tendríamos la certeza de que todo es dudoso. ¿Comprenden? Ahora bien: ¿Cómo no íbamos a saber algo después de la conclusión de que nada sabemos? ¿Recuerdan ustedes a Sócrates? Pues el asesino, sea quien sea, no nos ha dicho su nombre, pero sí algo casi tan importante, porque un crimen resuelto es un tedio adquirido. El asesino nos ha reducido el número de sospechosos: nos está diciendo que es muy inteligente; y ustedes saben que esta especie de homínidos no abunda entre los hombres, tampoco entre mujeres. De manera que, si es de este condado, basta con poner la lupa sobre media docena de personas. Mejor dicho: cinco, porque yo no he sido.


Z


Prosiguió Detective:

Ahora bien: ¿por qué alguien inteligente iba a matar sabiendo que no hay crimen perfecto? Si encontrada la causa se encuentra al asesino, significa que aquí no existe causa. Pero tampoco: esa ausencia de causa es una causa fuera de lo convencional. ¿Por qué una mente poderosa iba a inventar una causa para un crimen? Sin duda: porque hay algo en él aún más poderoso que su inteligencia: su ansia de perfeccionamiento, su vocación de dios, su necesidad de demostrar que es superior a cualquier hombre, su empeño en desafiar las leyes: y eso es tanto como desafiarse a sí mismo. ¿Y por qué razón un ser inteligente, perfeccionista y sin escrúpulos levanta este edificio de efectos sin motivos, de probabilidades e imposibilidades, de azar y gratuidad, sino porque quiere ser el mejor y teme no serlo? ¿Por qué juega a un ajedrez de sangre sabiendo que ha de ganar pero sintiendo que ya es un perdedor, por qué nos invita a que le descubramos creyendo que es imposible, sino porque en el fondo quiere ser descubierto? Así que además de inteligente es un culpable de no sabemos qué que no es capaz de castigarse o perdonarse y recurre a nosotros para que le juzguemos, lo condenemos o salvemos. Es decir: en realidad es nuestro aliado: tanto si es descubierto como si no, él es el vencedor, pues nos ayuda a encontrarlo, y no hallarlo no significaría más que nuestra insignificancia ante su inteligencia. Si es descubierto es él quien se descubre, con lo que sacia su superioridad y divinización y calma su culpabilidad. Si no lo descubrimos somos unos ineptos y le obligamos a que siga ayudándonos, a que nos dé más pistas: ¡a cometer más crímenes! ¡Le voilá!


Detective dijo:

Pero no debemos olvidar ciertos hechos: a) el cadáver tenía clavada una estilográfica en el ojo derecho; b): el cadáver tenía derramada la tinta, de varios tinteros diría yo a juzgar por la cantidad, sobre el pubis; c) cerca del cadáver se encontró una nota apenas legible... Bien, bien... ¿Qué podemos deducir de todo ello? No lo olviden: yo, cualquiera, hace una reflexión, hago un razonamiento; basta poner una premisa, una cláusula, y el silogismo o el filosofisma se elucubra a sí mismo. Ni siquiera tengo que estar de acuerdo con la conclusión, el resultado deducible. El cerebro es una máquina incansable: y si no se le echa algún tipo de trigo que moler, se muele a sí mismo, se tritura. El escritor le echa palabras como otros le ofrecen un deporte o el enfermo le sacrifica pesadillas. Yo le coloco causas o consecuencias causales, porque no hay causa que no sea una consecuencia ni consecuencia que no se convierta en causa. Todo efecto es un motivo. Es un monstruo, un dragón, el cerebro: te devora, te devasta, te enloquece si no distraes su furia. Pero no es necesario creer en los propios razonamientos, como tampoco repudiar sin más los ajenos. La lógica solo es un camino que nos parece inevitable porque es el único transitable. Pero todo es contingencia. Vivimos en un mundo de apariencias y simulaciones. Incluso el que cree ser auténtico e íntegro, incapaz de venderse, se da cuenta al cabo, o muere sin saberlo, de que su verdad es otra mentira en la que creía como única certeza. Así que en un mundo en el que la realidad es la apariencia, todo es su contrario, cada gesto representa su envés, cada palabra es su reverso. Quien dice amar está huyendo del odio que siente por sí mismo; quien mata, lejos de ser una bestia, ama lo que destruye porque representa su propia necesidad insatisfecha. Todos nos buscamos a nosotros mismos a través de los otros, y cuando los odiamos o amamos a nosotros nos amamos u odiamos. ¿Comprenden lo difícil que resulta dar con la verdad, cualquier verdad, cuántas verdades hay en cada verdad, cuántas verdades hay que desnudar como un guante al revés hasta hallar la verdad verdadera, que siempre será una verdad supuesta? ¿Quién es culpable, entonces, quién inocente, quién? Y no obstante, señores, todos debemos colaborar con la justicia y, por lo tanto, ser jueces, o jurados al menos, decidir que el error está en nuestras verdades y que la injusticia alimenta la justicia. Todos somos

jueces de los otros: por eso todos somos culpables ante los demás. Pero, ¿quién se abstiene de juzgar, a pesar de todo, sin considerarse poseedor y poseso de la verdad?


X-Y


Detective dijo:

Te amo porque no sé quién eres y podrías ser tú. Eso es todo lo que podía leerse en la nota encontrada junto al cadáver. ¿Qué podemos deducir de esto? ¿Por qué la nota allí y qué significa esa frase? Señores, he investigado el asunto, he consultado libros e interrogado a profesores doctos en la materia. Quien quiera que sea el autor de esas palabras es un ser sofisticado, culto y conocedor de los asuntos literarios relacionados con el amor, tanto que ya siente, piensa y se comporta como un elemento más de la literatura amorosa que he estado indagando, igual que un ingrediente de esa ensalada erótica. Y tengo una teoría. Estudiemos esa frase: Te amo porque no sé quién eres y podrías ser tú. El que así ama no tiene tanto en cuenta a quien ama o va a amar como al propio sentimiento que le empuja a dirigirse a la persona escogida para depositar en ella su energía amorosa. Vive esperando encontrar el amor y cree encontrarlo cuando alguien materializa sus deseos o ideales, un rostro, un gesto, un cuerpo. En otras palabras: cuando encuentra una mujer hermosa cree estar ante su ángel salvador o la bella durmiente que él va a despertar. Por eso, aunque no sé quién eres, podrías ser tú. Ama la posibilidad de encontrar lo que busca en lo que parece que va a ser lo que ansía encontrar. Una desconocida puede ser, es sin duda, el objeto de ese impulso. Así pues, si el asesino escribió esta nota, no conocía a su víctima, quería conocerla y la escribió como estrategia para el conocimiento. La conoció, algo pasó: y la mató. Pero la muerte no fue premeditada, no olvidemos el podrías ser tú.Probablemente, cuando nuestro hombre va tras su dama está dispuesto a convertirla en una diosa, no solo no tiene intenciones homicidas, sino que daría su vida para que esa mujer fuera el ser que busca. Luego, tal vez, la realidad le demuestra que sus sueños sueños son. Y para mantener el sueño vivo mata a quien, sin saberlo, pudiera destruírselo con su presencia, su existencia. No se sorprendan de lo que estoy diciendo. Escuchen el resultado de mis investigaciones: tal autor en tal época escribió... y tales otros... pero léanlo ustedes mismos, si es que saben leer algo que no sean sólo informes... Sumen esas frases y sus conceptos y tendremos el retrato mental de nuestro hombre. Disculpen la apariencia enrevesada de lo que les digo, pero deben admitir su

aplastante e implacable verosimilitud: el amor es una autohipnosis inconsciente; es tanta la necesidad de autoestima que todos padecemos que, cuando alguien nos halaga o nos mira con los ojos enredados en esa

extraña materia de la que están hechos los sueños, nos hace soñar, soñamos, levantamos una mitología en la que el observador y el observado beben el bebedizo de los cuentos y las hadas; y quien observa de esa forma convierte en realidad lo que ha soñado; es decir: que cuando eso nos pasa, nos autoenamoramos, proyectamos nuestra necesidad de amor y nos la devolvemos como si fuese el otro quien nos la enviase en mutua ensoñación. Por eso desenamorarnos es repudiarnos. ¿Y quién admite odiarse; es decir: que no es digno de despertar la gran pasión, el sueño eterno? Como les digo: el asesino mata por amor. Por un amor que no puede encontrar fuera de sí mismo. Por un amor que cree encontrar en la idea que se ha forjado de la mujer y que no encuentra en el objeto carnal y mental que es la mujer. Y para no ver su propio fracaso destruye la prueba del mismo. Mata. El caso del asesino enamorado: así lo llamarían los autorcillos de novelas de estúpidos policías o los periodistillas de páginas inútiles. Juntemos a tales elucubraciones el denominador común de la estilográfica en el ojo y la tinta en el sexo. Hoy nadie escribe con estilográfica, ni siquiera con bolígrafo. El ordenador es la pluma actual. ¿Por qué una pluma entonces, y la tinta? Alguien que considera la pluma como un símbolo, la tinta como una sangre intelectual, es el asesino. Un escritor tal vez. La pluma es su escritura y el ojo el observador de lo que escribe. Si no le satisfacen sus palabras tacha el ojo que las lee para que no quede constancia del fracaso. Y si enamora con palabras, si es profundamente verbal, si fascina con su escritura y ya no lo consigue, derrama los tinteros sobre el sexo, los fecunda con tinta, otro símbolo fálico, el semen del amor que ya no puede dar o que les niega porque de él sólo piden lujuria y no idealismo, platonismo amoroso. ¿Alguien piensa que nuestro hombre es impotente? Se equivoca. Las mata porque buscan en él a un hombre de carne y hueso y no a un asceta sexual, él busca amor y ellas le piden sexo. El les da la palabra, quiere darles solo palabras, la esencia de su mente, de su inteligencia, y ellas no las comprenden. La tinta es todo el esperma que les puede entregar, preso en la cárcel de su amor sin sexo. Él busca en ellas diosas y encuentra unas mujeres que ven en él a un hombre. No puede soportar la realidad, lo cotidiano, lo que él entiende como frivolidad o efímero. Y quisiera matarse, castigar sus errores: pero mata, como les digo, las pruebas de su fiasco para seguir soñando, creyendo que es posible lograr lo que esos autores le han hecho concebir. Mata para borrar las huellas del fracaso, para suplantar

la realidad, para poder seguir creyendo en la utopía. A un idealista solo lo convence y lo vence la muerte. Pero él no es capaz de matarse, ni de

aceptar la realidad, que significa tanto como matar los ideales. Así que mata todo cuanto le recuerda el final de la utopía, la esterilidad de sus sueños, la constatación de su pesadilla. Les diré más: es un ser reflexivo, y por tanto pasivo. Su única actividad se reduce a planificar su actuación. Ahora algún estímulo, probablemente el que digo, le empuja a alterar su conducta. Su esencialidad contemplativa necesita ser preservada y para eso precisa actuar malgré lui: destruir lo que, de seguir siendo real, tangible, acabaría con su ensoñación, su contemplatividad, evidenciaría la irrealidad de su existencia. Y más les digo: tal espécimen es inactivo en su vida cotidiana porque solo las mentes poco dotadas y primarias se ejercitan en actuar por cualquier motivo, sin prever la intensidad de su actuación. Los seres poco dotados hallan motivo de actividad, o sea, de abandono de la observación, la contemplación, la reflexión, en lo primero con que topan y distrae la atención de su frágil, escaso o nulo mundo interior. En tanto que los seres inteligentes y sensibles especulan con la probabilidad de que tal movimiento mental sea más conveniente que el otro, y su dinamismo intelectual baraja tantas posibilidades y combinaciones que acaba deviniendo inercia en la pasividad, detenimiento en la reflexividad, anquilosamiento del movimiento físico por asfixia de la reacción corporal. Nuestro hombre es un buscador de sueños realizables; pero es también, cada vez más, un escéptico de su búsqueda. Sus hallazgos no se corresponden con sus ilusiones. Por lo tanto es un buscador que odia encontrar. No puede sustraerse a la necesidad de seguir hurgando en la esperanza; pero destruye cada hallazgo para que el espejismo no le destruya su sueño. Créanme, señores. Pueden variar algunos ingredientes, algunos datos: pero no duden ustedes de que ahí, en estas mal hilvanadas intuiciones, está gran parte de la verdad de todo esto. La intuición siempre ha sido la mejor lupa, y los filósofos no han hecho sino corfirmarla como la mejor vía de conocimiento al constatarla con sus empirismos, silogismos y cientifismos. Lo increíble lo parece porque lo juzgamos desde nuestras creencias: juzgamos que algo es increíble porque lo prejuzgamos como imposible, y consideramos que algo es imposible porque desborda nuestra capacidad de asombro, nuestro cupo de probabilidad de posibilidades. Pero la historia nos recuerda que casi todo lo imposible se ha ido convirtiendo en probable y, finalmente, en un hecho común.

X, Y, Z


Acabó Detective:

¿Cuál es la mujer que nunca nos defraudaría, que siempre nos amaría, que no envejecería, que siempre permanecería tan hermosa y angelical como cuando la conocimos o, incluso, cuando la inventamos? La respuesta es muy simple: aquella que vive en nuestra mente y nuestro cuerpo no consigue tocar, no consigue mirar, aquella que el tiempo no logra destruir porque existe sin tiempo, vive fuera del tiempo, ni el tiempo la marchita ni la ofende. Imagínense ustedes a un hombre enamoradamente ebrio de un sentimiento al que damos el nombre del amor; imaginemos que ese hombre busca la amada inmarchitable y la encuentra o no consigue hallarla. Si la amada muriese nada más encontrada o si fuese inventada, tendrían en común su imposible marchitabilidad, su existencia de angélica armonía en la mente del hombre buscador y amoroso. No descarten esta teoría, señores. Si me equivoco encontraremos otro cadáver pronto. Será el definitivo. Tal vez le preceda alguna otra mujer muerta. Pero pronto, muy pronto, será un hombre el que hallemos; probablemente habrá sido un suicidio horrible o tal vez será una muerte dulce, como si pretendiera preservarse de la putrefacción para que su amada lo encuentre digno de ser amado. Tendrá a su alrededor tinteros, plumas estilográficas, música, y amargura. Se perderá un gran hombre equivocado. Yo hubiese querido conocerlo: todos los hombres inteligentes nos encontramos muy solos en el mundo. Pero no podrá ser: aunque me parece conocerlo tanto como si yo mismo fuese el hombre a quien busco. Algunas inteligencias se utilizan a sí mismas para ahondarse en una soledad más incomunicada todavía. !Ah¡ Y si ocurre finalmente cuanto les he dicho y les digo, no me pregunten cómo lo sabía. No sé por qué lo sé. Pero lo sé. Si alguno de ustedes llega a una conclusión inalterable tenga en cuenta, nada más, que, por ejemplo, también Colón se equivocó acertando.

Ecceterá

El relator comenta su relato:

https://elcuadernodigital.com/2021/01/14/erase-una-vez-un-crimen-languido/


Tienes razón, lector: el desenlace que has deducido es cierto. No voy a menospreciar tu inteligencia confirmando lo que tú ya sabes. ¿Y quién soy yo, después de todo, sino alguien que, como tú, cree haber acertado?

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