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viernes, 14 de noviembre de 2025
El corazón rusiente de la lírica
Sé que es verdad que todo, al fin, se acaba
y ni siquiera ha de quedar el verbo
que trata de salvar cuanto ha existido.
penetrando en mis ojos, morirá
tragada por la noche, igual de hermosa
que el día que, igualmente, ha de matarla.
En su pugna infinita, sombra y luz
construyen y destruyen la belleza.
Pues tal vez la hermosura de la vida
nace cuando sentimos que la muerte
le concede el fulgor que antes no vimos.
Así este manantial por el que fluyen
las aguas cristalinas va alejándose
de roca en roca hasta llegar al llano,
sin dejar en mi verso su esplendor
ni la nobleza de su mansedumbre;
y así todo transita hacia su fin
y me encamina al mío, aunque yo quiera
quedarme entre los árboles, las fuentes,
la dicha de tu abrazo
y una leve palabra redentora.
19724
jueves, 13 de noviembre de 2025
La templanza
La templanza
Qué hacer cuando, inesperadamente, todo se vuelve contra nosotros y el mundo parece un lugar inhabitable? ¿Despreciar como nos desprecian? ¿Actuar como si la mejor defensa fuera el ataque? ¿Crear mayor violencia respondiendo a la de quien nos hostiga? Solo en tiempo de paz vemos la verdadera dimensión de la guerra y sus estragos, sea entre individuos o entre naciones. Así que cuanto antes desterremos la agresividad, recurramos a la templanza y pacifiquemos los impulsos, antes el corazón dejará libre la conciencia para que su visión sea equilibrada.
Por ejemplo: cuando se nos insulta, tenemos dos opciones: sentirnos insultados -porque nos sabemos culpables- y responder insultando -como un acto reflejo que la imperante ley de la fuerza aplaude en esta sociedad- o detener la compulsión agresiva porque nos sabemos inocentes y porque, en cualquier caso, no hay mayor ofensa para el agresor que la indiferencia. El silencio desarma al que grita, como el gesto pacífico desconcierta al violento. Cuando alguien nos chilla es difícil oírlo, por más que los oídos se estremezcan ante su pataleo: porque, ¿cómo entender a quien defeca por la boca, y de qué manera mágica escuchar la voz de los fantasmas disfrazados de personas? Y aun, si acaso los oyéramos, ¿qué decir?
La sociedad prefiere una mentira convincente a una pobre verdad. Además: la valentía no consiste en luchar contra la necedad, sino en mantenerse al margen de ella, digan lo que digan cuantos nos rodean: ¿no es preferible ser nadie en un mundo en el que ser alguien significa haberse vendido a las estratagemas y las convenciones de la fama o el cotilleo?
El mundo, en general, es bueno; y lo sería más si algunos no se empeñaran en emponzoñarlo. Sumadas de una en una, hay más personas bienintencionadas que malintencionadas: hay quienes tienen como premisa que los otros son honestos, y hay quienes desconfían por principio de los demás: cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo. La ira -cualquier pasión- se alimenta a sí misma si no la atajamos. Algunos dicen de los coléricos que «tienen mucho carácter», cuando en realidad manifiestan muy mal carácter. Lo cierto es que ni el mejor ni el peor son elegidos democráticamente, sino que se constituyen en tales por su espontaneidad o contumacia. Si la prudencia y la templanza fueran pilares de nuestro comportamiento habría menos heridos en esta extraña paz llamada sociedad.
Naturalmente, hay que tener en cuenta las opiniones ajenas -si no son gratuidades con pretensión de dogmas-; pero no hasta el punto de que anulen nuestro criterio -a menos que reconozcamos que sus razones son más razonables que las nuestras. Pero, como «El gran masturbador» daliniano, el contumaz suele ser un onanista de sus convicciones, a pesar de que considere su opinión tan valiosa como la obsesiva y sensibilizadora nota de Chopin en su conocido «Preludio de la gota de agua» (opus 28, nº 15).
En fin: ya nos mostró Cervantes que hay dos formas de afrontar al ofensor amante de calumnias: mientras Avellaneda, queriendo que prevaleciesen su nombre y sinrazón, ultrajaba a Cervantes, este, más noble, inteligente y comedido, repudió todo acceso de cólera y dejó que los gritos del apócrifo se convirtieran en sus propios fiscales.
Y en resolución: ¿Por qué sentirse ofendido por quien tiene como norma la incontinencia verbal, o física, y la utiliza como le conviene? Y, sobre todo: ¿Quién es más dichoso, el que se sabe rodeado de inocentes o el que da por supuesto que vive entre culpables?
miércoles, 12 de noviembre de 2025
Marisol González Felip: Libro de los anhelos.
Libro de los anhelos
Diamantes para la plenitud o la desnudez del espíritu
Marisol González Felip
Lletres valencianes, 1999, XXXIII
En un primer acercamiento a este interesante libro percibimos que nos hallamos ante una voz extraordinariamente transparente, con un oficio poético bien forjado, que es capaz de comunicarnos un microcosmos en el que, desde un principio, nos reconocemos y nos autoubicamos.
Antonio Gracia, en este Libro de los anhelos, nos muestra la experiencia de un yo poético por el que se expresan las huellas borradas de una experiencia repleta de trascendencia, sensualidad y erotismo.
La capacidad metafórica del autor nos impresiona desde un primer instante -nos atrapa deliciosamente-. No hace falta pasar muchas páginas para darnos cuenta de que estamos ante un poeta con mayúsculas.
La vivencia erótica del protagonista constituye una sublimación de su existencia, la respuesta a las incansables preguntas del héroe en su camino, que es la vida, y a veces la pregunta de sí mismo: cuando tu luz me invade y yo te alumbro / el cuévano en tu pubis se dilata / como nueva eclosión del universo. / Inundado por ti siento el latido / del océano, ruedas por mi sangre / y el vendaval de la lujuria estalla.
Los versos de Gracia logran hacernos alcanzar el sentido de lo auténtico, convergen en una realidad cercana al lector o lectora, nos seducen sin respiro a lo largo de los más de cincuenta poemas de que consta el libro. Hay en tus labios bálsamos,/ frutos y laberintos,/ te persigue el océano amoroso, / la lluvia interminable te persigue./ En tus ojos la noche / se llena de caminos. / Mientras gira la luna,/ doblándose en tus senos,/ tu cabello derrama su azabache / sobre mi rostro. / Y el mar emerge su desolación.
La anécdota amorosa sirve a Gracia para expresar los más recónditos interrogantes del ser. El autor se construye con un lenguaje sencillo e inteligible un universo para explicarse. Cada uno de los poemas aparece ante nuestros ojos y nuestro intelecto como un diamante recién extraído de la tierra que brilla con luz propia: me muerdes con tus labios lentamente / y te detienes en mi sexo./ El firmamento, entonces, / se llena de diamantes.
El camino que recorre Antonio Gracia en su texto tiene como meta la identidad: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad.
Como en la culminación del acto amoroso el poeta se halla a sí mismo al final de los versos. El autor establece logradas analogías entre la vivencia erótica, sensual y amorosa del individuo, y el trasluz de su ser a través de la vivencia poética. Es precisamente por eso por lo que el poemario atrae el interés del lector desde un primer momento. Nada de lo que dice Gracia nos es ajeno: los lagares del ansia calman sus plenitudes, /enrejados fantasmas se desvisten su magia, / y el piafar renovado pone música frágil / en la escultura inquieta que la noche renueva.
El libro de Antonio Gracia es, después de todo, una apuesta valiente por el amor. El amor acompaña la andadura del hombre, que se reconoce fieramente humano a través de las palabras y débilmente fuerte en la experiencia: Amo el temblor rosado de tu boca / y el crepúsculo azul de tu mirada. / Amo la luz carnal que te ilumina / cuando te arrojas como un puma alegre/ sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo./ Amo el sudor de miel que nos lubrica/ y la erosión constante de la piel. / Amo tu desenfreno y mi arrebato/ cuando, tendida, te abres como un libro/ y esplendes como un saurio,/ y cuando giras lúbrica y te ofreces...
Como nos dice el título de la última parte del poemario, es este un libro de búsqueda infinita: Todo lo que yo soy está dormido / en los prados azules de la infancia... A través de la memoria el autor pretende desvelar el inquietante misterio de la vida, comprender lo que se fue y lo que se es, entender cada latido, el gozoso estallido del hombre y la huella fría de la pena: otea la memoria sus orígenes / y al escribir la pluma inventa / lo que fuimos, da fe de la existencia. El ejercicio de escritura que alberga el Libro de los anhelos nos da la clave para interpretar la poesía en su esencia más pura y más trascendental. El verbo del poeta nos cautiva y nos introduce en una travesía cómplice de la propia vida. Las palabras actúan a lo largo del libro como potentes espejos sonoros en los que nos autoreconocemos, y es precisamente la fuerza de esa palabra desnuda la que nos dibuja un horizonte de plenitud que podemos saborear en cada una de las sílabas, una aureola de luz y una fusión del espíritu; el poeta y la palabra se confunden a menudo y nos suenan como una misma cosa, diamante en la desolación.
Asistimos a una verdadera epopeya interior de la que no resultamos indemnes: hay un orgasmo místico en naufragio / y la voz escondida / grita hacia adentro su canción: el cielo / estalla azul sobre los mares íntimos,/ el árbol se cimbrea, las antorchas / irradian mansedumbre, la tristeza/ transustancia sus lágrimas, los pájaros / invaden el instante, la existencia / se llena de quietud.
Después de leer el Libro de los anhelos de Antonio Gracia el lector/a puede presentar signos de una especie de embriaguez sensorial, quizá algo de lo mucho que Violeta Parra quiso decir en su bella canción "Gracias a la vida", acaso una profesión de fe en la escritura, en su vertiente redentora y en su vertiente de anhelo: la vida que, hostigada por la muerte,/ renace en el amor, / esparce esporas por la sangre, liba/ besos enajenados y profundos,/ envía labios hacia el infinito,/ embaraza de luz la eternidad./ La escritura no puede sino ser/ serena plenitud/, un consuelo para el desasosiego/ del hombre.
28324
martes, 11 de noviembre de 2025
María José Zaragoza Hernández: Antonio Gracia y el poeta maldito
MARÍA JOSÉ ZARAGOZA HERNÁNDEZ
La existencia verbal
Bach: Suite 3, Aria
lunes, 10 de noviembre de 2025
Obras maestras. - El síndrome de Stendhal
Algo así como entrar en el infierno
Durante mis años adolescentes, comprar un libro era para mí un lujo que podía permitirme solo cuando vendía un puñado de los tebeos que con paciencia y ahorro había ido acumulando. Después descubrí la biblioteca de Teodomiro y la convertí en la catedral de mis lecturas y mis soledades. Me acompañaba -ya lo he dicho- La Diablesa, un "paso" semanasantino de Orihuela que se guardaba en una pequeña sala solemnemente escondida para que no nos lujuriase el erotismo de sus pechos.
Los cien mejores relatos
PULSAR SOBRE CUALQUIR TÏTULO:
- A la deriva – Horacio Quiroga
- Aceite de perro – Ambrose Bierce
- Algunas peculiaridades de los ojos – Philip K. Dick
- Ante la ley – Franz Kafka
- Bartleby el escribiente – Herman Melville
- Bola de sebo – Guy de Mauppassant
- Casa tomada – Julio Cortázar
- Cómo se salvó Wang Fo – Marguerite Yourcenar
- Continuidad de los parques – Julio Cortázar
- Corazones solitarios – Rubem Fonseca
- Dejar a Matilde – Alberto Moravia
- Diles que no me maten – Juan Rulfo
- El ahogado más hermoso del mundo – Gabriel García Márquez
- El Aleph – Jorges Luis Borges
- El almohadón de plumas – Horacio Quiroga
- El artista del trapecio – Franz Kafka
- El banquete – Julio Ramón Ribeyro
- El barril amontillado – Edgar Allan Poe
- El capote – Nikolai Gogol
- El color que cayó del espacio – H.P. Lovecraft
- El corazón delator – Edgar Allan Poe
- El cuentista – Saki
- El cumpleaños de la infanta – Oscar Wilde
- El destino de un hombre – Mijail Sholojov
- El día no restituido – Giovanni Papini
- El diamante tan grande como el Ritz – Francis Scott Fitzgerald
- El episodio de Kugelmass – Woody Allen
- El escarabajo de oro – Edgar Allan Poe
- El extraño caso de Benjamin Button – Francis Scott Fitzgerald
- El fantasma de Canterville – Oscar Wilde
- El gato negro – Edgar Allan Poe
- El gigante egoísta – Oscar Wilde
- El golpe de gracia – Ambrose Bierce
- El guardagujas – Juan José Arreola
- El horla – Guy de Maupassannt
- El inmortal – Jorge Luis Borges
- El jorobadito – Roberto Arlt
- El nadador – John Cheever
- El perseguidor – Julio Cortázar
- El pirata de la costa – Francis Scott Fitzgerald
- El pozo y el péndulo – Edgar Allan Poe
- El príncipe feliz – Oscar Wilde
- El rastro de tu sangre en la nieve – Gabriel García Márquez
- El regalo de los reyes magos – O. Henry
- El ruido del trueno – Ray Bradbury
- El traje nuevo del emperador – Hans Christian Andersen
- En el bosque – Ryonuosuke Akutakawa
- En memoria de Paulina – Adolfo Bioy Casares
- Encender una hoguera – Jack London
- Enoch Soames – Max Beerbohm
- Esa mujer – Rodolfo Walsh
- Exilio – Edmond Hamilton
- Funes el memorioso – Jorge Luis Borges
- Harrison Bergeron – Kurt Vonnegut
- La caída de la casa de Usher – Edgar Allan Poe
- La capa – Dino Buzzati
- La casa inundada – Felisberto Hernández
- La colonia penitenciaria – Franz Kafka
- La condena – Franz Kafka
- La dama del perrito – Anton Chejov
- La gallina degollada – Horacio Quiroga
- La ley del talión – Yasutaka Tsutsui
- La llamada de Cthulhu – H.P. Lovecraft
- La lluvia de fuego – Leopoldo Lugones
- La lotería – Shirley Jackson
- La metamorfosis – Franz Kafka
- La noche boca arriba – Julio Cortázar
- La pata de mono – W.W. Jacobs
- La perla – Yukio Mishima
- La primera nevada – Julio Ramón Ribeyro
- La tempestad de nieve – Alexander Puchkin
- La tristeza – Anton Chejov
- La última pregunta – Isaac Asimov
- Las babas del diablo – Julio Cortázar
- Las nieves del Kilimajaro – Ernest Hemingway
- Las ruinas circulares – Jorge Luis Borges
- Los asesinatos de la Rue Morgue – Edgar Allan Poe
- Los asesinos – Ernest Hemigway
- Los muertos – James Joyce
- Los nueve billones de nombre de dios – Arthur C. Clarke
- Macario – Juan Rulfo
- Margarita o el poder de Farmacopea – Adolfo Bioy Casares
- Markheim – Robert Louis Stevenson
- Mecánica popular – Raymond Carver
- Misa de gallo – J.M. Machado de Assis
- Mr. Taylor – Augusto Monterroso
- No hay camino al paraiso – Charles Bukowski
- No oyes ladrar los perros – Juan Rulfo
- Parábola del trueque – Juan José Arreola
- Paseo nocturno – Rubem Fonseca
- Regreso a Babilonia – Francis Scott Fitzgerald
- Solo vine a hablar por teléfono – Gabriel García Márquez
- Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril – Haruki Murakami
- Tlön, Uqbar, Orbis Tertius – Jorge Luis Borges
- Tobermory – Saki
- Un día perfecto para el pez plátano – J.D. Salinger
- Un marido sin vocación – Enrique Jardiel Poncela
- Una rosa para Emilia – William Faulkner
- Vecinos – Raymond Carver
- Vendrán lluvias suaves – Ray Bradbury
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