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viernes, 7 de noviembre de 2025

Semejante a Tristán

            CHOPIN: Prelude op. 28 n°4 (organ transc. Liszt)

Semejante a Tristán

He pasado junto al pequeño estanque 
alzado en mi recuerdo, en medio 
de la glorieta verde, donde la claridad 
del agua deja ver ranúnculos y peces.
Al asomarme he visto 
tu rostro sumergido entre sirenas
y he sentido en las olas 
del tiempo tu mirada de Narciso
llamándome, abrazándome
como si la belleza quisiera sumergirme
para siempre en su lecho junto a ti.
Una hoja, como un breve navío
o un cisne del color de la mañana,
viaja con nuestra efigie a la otra orilla
y allí recoge -igual que una liturgia
invisible de vuelos de palomas-
nuestros cuerpos en un sueño que anhela
convertirse en silente realidad.
Un arrecife de coral y magia
ha traspasado nuestros corazones.
Y una gorgona errante y diamantina
nos ha petrificado en el amor.

jueves, 6 de noviembre de 2025

Algo más que un fracaso escolar.


(A mis alumnos, de quienes tanto he aprendido)

Se preguntan los legisladores políticos de la enseñanza el porqué del fracaso escolar: quieren saber en qué se han equivocado, si los contenidos de las asignaturas son los idóneos, si es que los adolescentes españoles sufren desnutrición de inteligencia, si su cociente intelectual no tiene dos dedos de frente.
     Pero la inteligencia natural poco tiene que ver con lo que ocurre en las aulas, las casas y las calles. Tan listos o torpes son los jóvenes de hoy como los de hace 30 años, por ejemplo; y sin embargo, cualquier lector que fuese estudiante entonces -no importa ahora si eran peores aquellas didácticas- recordará que a sus diez u once años estudiaba un libro de Historia de España tan extenso en contenidos como la suma de todos los libros de texto de la ESO, y a los doce o trece años estudiaba trigonometría, algo que hoy no se ve ni en los bachilleratos.
     Estudiaba y aprendía. Y no porque naciera con un cerebro más capacitado que el de sus hijos o sobrinos. ¿Qué ocurre, entonces? La respuesta está en que la inteligencia natural es una esponja, y se sirve en su crecimiento cultural tanto de lo que posee como de lo que carece.
    ¿De qué puede vanagloriarse una mujer -o un hombre- que ha nacido hermosa si no utiliza su hermosura para hacer menos feo el mundo? ¿Qué mérito o demérito tiene alcanzar el fruto de un árbol, saltando o sin saltar, si la estatura no se la debe uno a sí mismo? Meritorio es aquello que exige un esfuerzo triunfal, capaz de convertir lo que poseemos en semilla para conseguir aquello de lo que carecemos. No importa a qué altura está la cabeza, sino la mente. El hombre primitivo no podía alcanzar en su carrera al animal que necesitaba para alimentarse; pero se las ingenió, empujado por la necesidad, observando, deduciendo y aprendiendo que, ya que con sus pies no llegaba hasta él, podía llegar con su mano si lograba prolongarla en forma de lanza, onda, o flecha. Aquellos hombres de escasa capacidad craneal desarrollaron su inteligencia natural alimentándola con la necesidad, la observación y la tenacidad. Con lo que sabían aprendían a saber más.
     Hoy el adolescente no tiene necesidades perentorias y, por lo mismo, no necesita esforzarse, ni aprender; tiene el mundo en sus manos sin haberlas utilizado; y tiene el ocio ante su espíritu sin habérselo ganado. De modo que se atrofia física y síquicamente y pierde los reflejos emocionales básicos, que son los de la curiosidad activa y el del placer intelectual. Y la solución no está en hacerle pasar hambre para que reaccione, sino en despertarle esas otras hambres inmateriales que duermen en su cabeza. Sin embargo, como si de una conspiración universal se tratase, parece que hay quienes persiguen crear un organismo social con un electroencefalograma plano en sensibilidad y sensatez. Unos medios tan útiles y decisivos como el cine y la televisión, empujados por una publicidad que disfraza de oro la basura, se dirigen casi exclusivamente al embrutecimiento sensorial. Por eso, como siempre, todo se compra: pero hoy solo se compra con dinero, y casi nada se adquiere con valores humanos.
     Claro está que los planes de estudio son mejorables. Aunque no es esa la auténtica causa del fracaso de la educación y de la sociedad. No se trata tanto de modificar lo que tenemos como de suprimir o enderezar lo que nos sobra. Lo cierto es que al niño, al joven y al hombre actuales les faltan motivos y motivaciones para el aprendizaje del bienvivir, y le sobran horas de ocio convertido en negocio. Ocio que no proporciona descanso, sino que es asimilado, primero, como insatisfactoria diversión; y luego, progresivamente, como pasividad, hastío, anquilosamiento muscular, suicidio neuronal, toxinas hacinadas dispuestas para el estallido, fatiga sicológica, desasosiego, frustración, agresividad, violencia interior y exterior... Porque el autorretrato que todos hacemos inconscientemente cada cierto tiempo nos muestra a un ser indefenso, dependiente de todo lo ajeno  y no muy digno de ser tenido en cuenta.
     El camino de las libertades, tan necesarias, no nos ha conducido hacia una libertad responsable, sino que nos ha transformado en esclavos de una libertad libertina, en un mundo en el que la pereza síquica ha sustituido a la voluntad y el entusiasmo. Por esa razón, a pesar de las comodidades del “estado de bienestar”, vivimos en un permanente Estado de Malestar, íntimo y colectivo, en el que los egoísmos de toda especie derriban la solidaridad.
     Asumido ese egoísmo generalizado, aceptemos que la relación entre los menores y los adultos tiene esta consecuencia progresiva: son como los hacemos, y nos hacen como son. Y calculemos qué futuro estamos perpetrando entre todos.


miércoles, 5 de noviembre de 2025

¿Qué es la Física Cuántica?

Un poema

                                            Georg BÖHM


Hermosa mía: cuando llega el alba 
y se inunda de claridad el día 
siento que son tus ojos los que siembran 
de luz los míos. Amanece el mundo, 
la existencia es un pálpito, los pájaros
cantan salmos de dicha, los arroyos 
torrentean los campos y las flores 
dan color a la risa. 
Todo es como un abrazo clandestino
del mar a las estrellas y del sol 
a la luna.
En ese laberinto inextinguible
todo en el mundo lucha contra todo. 
Pero tú no te rindas: el combate 
te hará más fuerte y vencerá la luz.
El latido del cosmos se acelera.
Y la muerte no existe porque vivo 
en el castillo de tu corazón.

martes, 4 de noviembre de 2025

Diluvio es la sonrisa

 

                                                                            Elgar: Nimrod

Diluvio es la sonrisa 


¿Qué podemos hacer -tú, yo, nosotros- 
sino vivir -tratar de sonreír-
cuando la risa se convierte en llanto 
porque amar es ceniza más que fuego, 
la edad abandonó la juventud
y los cielos se truecan en infiernos?
¿O acaso llorar mucho apagará
la inmensa hoguera que es nuestra existencia? 
Cree que lo imposible ocurrirá,
haz de tu corazón una utopía.
Dame la mano y sueña. Solo somos
fuertes cuando luchamos por los sueños.


lunes, 3 de noviembre de 2025

El abrazo frutal.

Elgar: Nimrod

- Mandolina: Explícamelo otra vez.
- Mandolino: Primero somos hijos: y dejamos de serlo cuando nos vamos a nuestras vidas.
     Luego somos padres: y dejamos de serlo porque nuestros hijos se van a sus vidas.
     Después somos abuelos: y lo somos temporalmente porque nuestros nietos solo lo son cuando sus padres nos piden ayuda. 
     Nuestra identidad está formada por ese encadenamiento. ¿Quién nos acompaña a lo largo de nuestra vida de adultos y hasta la muerte? ¿Nuestros padres, nuestros hijos, nuestros nietos? No: esos pasan por nuestra vida y nosotros pasamos por las suyas. Somos y son circunstancias; muy amadas, pero circunstancias; fragmentos de identidad.
     Los únicos que nos acompañan desde el comienzo hasta el final son nuestras parejas, maridos, esposas… , que son quienes nos apoyan y a quienes apoyamos. Y por eso es prioritario escoger buen compañero o  buena compañera de viaje. Para esa persona somos una esencia, no una circunstancia. Todos los demás siempre regresan a sus vidas. Solo esta persona permanece en la nuestra.
     Tal vez digas que en el mundo no ocurre así; pero es que el mundo no ha entendido bien el do ut des: que engendrar otras vidas no nos obliga a matar la nuestra. Por eso: Yo me voy a una isla en la que los corazones no estén contaminados de errores aceptados como verdades. Allí encontraré, antes o después, un corazón primigenio, puro y honesto que no tema amar ni rectificar si se equivoca: esta sí es una divisa para convivir.

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El abrazo extinguido



Schumann / Arrau: Escenas infantiles

DESPUÉS DE DOS -Y AUN TRES- décadas se separaron. Mucho se habían amado; pero todo lo arrasa el tiempo con su furia.

Si dichoso fue el hecho de que se encontraran, desdichado fue el modo en el que se despidieron. La generosidad de uno y el descreimiento del otro no hallaron la manera adecuada. "Yo te querré siempre", había dicho uno; "no me mientas porque creas que el amor no debiera acabar", decía el otro. 

Olvidaron que toda historia tiene un final y se habían despedido ocasionalmente demasiadas veces sin haber aprendido nada de ellas. Ahora parecía la definitiva. No sabían que las historias acaban mal porque la esperanza es inacabable. Hay que separarse como personas y no como ex-enamorados. Como agradecidos por la dicha recibida y no culpando y reprochando no haber recibido más. Mejor es que el amor se convierta en amistad que en enemistad. 

Aquí estamos, como si nos hubieran amputado los brazos. Yo acompañado de mí mismo, con nadie alrededor. Tú con los tuyos, con soledad de acompañada. Ambos con soledad síquica. Los dos fingiendo que nuestro próximo abrazo no es el de la muerte.

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domingo, 2 de noviembre de 2025

Nosferatu


 100 años de Nosferatu

Hace 103 años Murnau filmó esta sinfonía del horror, versión encubierta o no confesa del vampiro de Bram Stoker.

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"La Isla de los Muertos"


Rachmaninov: "La Isla de los Muertos

 Böcklin (La isla de los muertos)


Como un enigma en el ocaso erguido,

yace el islote, leviatán varado:

si por el cuarzo, sueño iluminado,

por los cipreses, túmulo florido.


Umbral de luz en piélago dormido,

torre frugal, barquero amortajado,

aire en quietud y remo desnortado

en el espacio el tiempo han detenido.


El fantasmal y onírico paisaje

-clara desolación, febril sosiego-

muestra a Caronte al conducir su presa.


¿Pero hacia dónde se encamina el viaje?

A la esperanza y sinrazón me entrego:

la Muerte hacia la vida nos regresa.


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jalogüín - jaloguón

Saint-Saen: Danza macabra

También el hernandico celebró el jalogüín, y prueba de ello es este jaloguón magnificático:

Doctor, esmérese en la operación:
quiero que mi nariz sea un topacio
perfumado, y mi boca un gran palacio
que lubrique la fagocitación.


Los dientes, de diamante y corindón

-insinuando que sorbo muy despacio-;
el cabello frondoso, un poco lacio;
los ojos que hipnoticen con pasión.


¡Qué hermosura de rostro, qué cabeza

más cualichaletápera, qué pómulos,
qué achuchones románticos tendré!

¡Qué ejemplo de bellezas mi belleza!
Y aunque no encuentre rima para pómulos
cuántos pánfilos felacionaré!

                    (Garcilaso de la Verga Baja.- de Obras maestras a granel)

sábado, 1 de noviembre de 2025

El abrazo sonámbulo.

The Shadows: Sonámbulos


Esto es lo que se dijeron Glauca y Ausonio:

- Acabo de despertarme. Todavía siento la tibieza del sueño en los ojos. Esta noche te he soñado. Ahora, ya despierta, todavía te sueño. Y llega el día. Y cierro los ojos cuando deseo tu abrazo. Ayer sentí tu abrazo dentro. Lo añoré. Te añoraba. En mí. Si ahora mismo me pidieras que dejara de pensar en ti, no podría. Un día me pediste que me abrazara a mí misma y me entregara a ti. Soñaste entonces. Y quizá sin quererlo ni pretenderlo, al soñar apenas un solo segundo, hiciste realidad mi sueño. Y ahora estás en mí. En mi carne y en mis sueños. Yo te soñaré para que vuelvas a soñarme. 
- Eres una Bella Durmiente soñando con un príncipe que no soy yo.
- Soy una mujer que sueña con un hombre que sea su cómplice y compañero. No soy ilusa aunque sea soñadora: sé que los sueños no compartidos no se realizan.
- Pues sueña hasta que me hagas soñar, hasta que se haga realidad tu sueño.
- No paro de soñarte... y de intentar hacerte soñar. También tú tendrás que intentar soñar. Y soñarme más. Es bello acompasar los sueños.
- Entonces, arráncame las pesadillas.
- No sé si podré matar todos tus fantasmas; pero si dejas que te ame y me amas, sé que al menos parte de tus pesadillas desaparecerán. Y sentirás la luz y el sosiego. Yo no podré hacerlo todo. Tú tendrás que luchar con voluntad y determinación para ahuyentarlas; y, cuando vuelvan, y me mires a los ojos y me hables desde el miedo de saberlas cerca de ti, mis ojos te devolverán luz y fuerza para espantarlas otra vez. Pero solo si tú quieres. Solo así, queriendo, podrás. 
- No puedo. Desde que no estás. 
- ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde se habrá ido lo que había y ya no existe? 
- Se quedó en la parte de ti -y de mí- que tampoco existe. Todo está en ese tú que fuiste y ya no eres, en ese yo que fui y no soy, en el nosotros que fuimos y hemos dejado de ser. Y no volverán. Y si volviesen no nos encontrarían porque nosotros somos otros; tendríamos que admitirlos como a unos desconocidos a los que se les da posada para aprender de ellos. 
- Si quieres, te escucho, me escuchas, nos escuchamos. Sin creer que lo que pensamos es lo que debe pensar el otro. Sin considerar al otro un enemigo.
- Sigo queriendo lo mejor para ti. Pero es tarde.
- Aun así, un abrazo y un beso.
- Aun así: un abrazo; y un beso.

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Sin ánimo de ofender.



Sin ánimo de insultar (porque el ofendido soy yo por mí mismo al no atreverme a desertar de esta "España de charanga y pandereta" política, que diría don Antonio Machado-) me gustaría despotricar y ofender pocamente a algunos políticos -que no deben darse por ofendidos porque dícese que la verdad no ofende-.
     ¿O no es verdad que la política cotidiana se va pareciendo al "cuento del rebuzno" (Don Quijote, II, 25), que muestra que quien intenta parecerse a un asno se convierte en asno? Y a los asnos que se disfrazan de sí mismos para reconvertirse en lo que son ("asno se es de la cuna a la mortaja", se dice en el "Diálogo entre Babieca y Rocinante"), ¿quién les confiará su voto si demuestran que no saben qué hacer con él?
     Lo cierto es que si en cada nueva campaña de elecciones pregonan algo diferente a lo que hacen diariamente están predicando que mintieron en las anteriores; y si dicen lo mismo les desmentirán sus ineptitudes de los últimos meses. ¿No les pasará, en cualquier caso, como al otro asno del cuento de don Juan Valera, aquel al que se le dice "el que no te conozca que te compre"?
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viernes, 31 de octubre de 2025

La Mejor PELÍCULA de TERROR de cada AÑO (1920–2025)

Don Juan el invasor


R. Strauss / Zagrosek: Don Juan

                 Para ver la representación pulsar >> Don Juan Tenorio

                     
El origen del mito.
La figura de Don Juan nace de la unión de dos personajes esbozados en poemillas medievales: el caracterizado como enamorador y el signado como maldito y pendenciero, desafiador de convencionalismos, provocador de cielo y tierra, transgresor de todo lo que no convenga a su interés. Con el antecedente de El infamador, de Juan de la Cueva, la primera vez que se unen ambos caracteres -el amante burlón y el jugador de ventaja de la vida- es en la obra de Tirso de Molina El burlador de Sevilla y Convidado de piedra, determinándose su caracterización de conquistador de hembras, buscador del enamoramiento efímero y constante, buscón del fugaz gozo, retador de sí mismo a través del desafío continuo de lo ajeno, autocondenatorio cada vez que juzga y no perdona a los demás. Desde ese drama adquiere una relevancia universal y su presencia en la literatura y la cultura de todos los países y los tiempos es inagotable. En España es Zorrilla quien lo populariza y le otorga la posibilidad de redención, lo convierte en perdedor consciente e inevitable, lo sensibiliza, aunque sensibleramente, con su debilidad por doña Inés, que significa la inocencia frente a su desprecio por lo social y familiar. Moliere, Lenau, Lord Byron, Pushkin, Espronceda, Torrente Ballester -quien pretende compendiarlos todos- Righini, Gazzaniga, Gluck, Dargominzky y Richard Strauss, por citar siete culturas, lo han definido en música y palabras. Y quizá sea la palabra y la música de Mozart -con sus adherencias prefroidianas- las que más hondamente han configurado su misterio y su hipnosis.
         Esencialmente, el tema y desarrollo de los cientos de obras que lo tratan son los mismos: un noble aventurero cuyo rasgo distintivo es el de coleccionar mujeres y ofensas: se burla del amor en quienes lo aman (quizá para burlarse de sí mismo como estéril amante) y de las normas de la vida en aquellos que quieren imponérselas (para demostrarse, tal vez, que es un ser superior por atreverse a transgredir las leyes). Ejemplos de ambas transgresiones hay en la relación “de amores y desafíos” en la hostería del “Laurel”, el rapto de doña Inés en el convento y el convite al Comendador muerto a sus manos, presentes todos estos episodios, para ejemplificar simplificando, en la obra de Zorrilla.
          Toda la personalidad de don Juan -de Don Galán, como es denominado caracteriológicamente en algunas obrillas- se apunta en diversos fragmentos, esparcidos a lo largo de los siglos, que orbitan sobre el tema del enamorador de espíritu blasfemo. Resumo uno de ellos que compendia todo el donjuanismo (obsérvese que el personaje solo se acerca a la iglesia “por mirar las damas”) :
Caminaba Don Galán / para misa de Cuaresma. 
Iba por mirar las damas  /  que salían de la iglesia.  
Delante del Camposanto /  encontró una calavera.  
“¡Calavera, te convido / esta noche a la mía cena!”.   
A cosa de media noche /  Don Galán pide la cena. 
Aún bocado no probara /  cuando llaman a la puerta. 
 Sentárase muy a gusto  / a cenar la calavera. 
“Vente, Don Galán, conmigo / esta noche a la mía cena”.
En medio del Camposanto / una sepultura espera. 
“Entra en esta sepultura / y para siempre  escarmienta”.

 Identidad de don Juan.
¿Por qué el éxito de este personaje? ¿Cuál es la calidad que hay en su mito? ¿Qué es lo que determina que el público de todas las épocas se identifique con él o se sienta atraído por su esencia? ¿Qué representa? ¿Por qué su vigencia permanente? ¿Quién es, en fin, Don Juan? Muchas respuestas hay, y ninguna se basta por sí misma: 
1) Sin duda, el tema del amor, el más universal y el más cercano al ser humano cuanto más tabú por sexual, que es lo que encarna el personaje, tiene mucho que ver con la atracción que ejerce: acaso, observando a Don Juan,  pretendemos descubrirnos descubriendo su juego o su tragedia. 
2) Todos deseamos ser conquistadores, halagar nuestro yo sabiéndonos amados por una multitud de individualidades: o, quizás, ocultar que somos incapaces de hacernos amar siempre por la misma persona. 
3) Toda mujer quiere saberse deseada por quien, teniendo tantas para elegir, la escoge a ella: ¿cómo no amar y dejarse amar por el más grácil enamorador, burlando con ello, si fuera necesario, al Burlador, si, además, cuando llegare el abandono puede imputársele no a un fracaso propio, sino a la condición inestable del amante? 
4) Todos deseamos ser tan “libres” como el libérrimo amador: aunque, ¿acaso no está atado a su propio pergeño?  
5) El riesgo que conlleva su conducta, el desafío explícito que es: sin embargo, ¿quién necesita demostrar que es un valiente sino aquel que se estima muy cobarde? 
6) La superstición o religiosidad que encarna el tema, la funebridad y la tangencia de la vida con la muerte, predio terrible de cuantos somos racionales: desafiar al Dios Creador es retar a la vida, ganarle su partida con la muerte, rendirle un homenaje o un tributo a la postrimería, el caos del trasmundo, la ultratumba: pero acaso es de necios llamar al enemigo antes de que se percate de nosotros, quizá enorgullecernos de ser diablos es humillarnos ante su poder, quizá es adelantar la muerte que tememos, denunciar nuestro miedo proclamando un desprecio por el mismo ... 



         No creo descabellado afirmar que perdura en Don Juan -incluso en el donjuán- la inclinación atávica del hombre cazador: si aquel necesitaba cazar animales para satisfacer su hambre física y afirmar su condición de guerrero, Don Juan -y el donjuán- se ve impelido a conquistar personas para ofrecerle a su intelecto afectivo el trofeo con el que alimentar su ego insatisfecho, su imperio sobre los demás. Don Juan es una reencarnación del homo cinegético acosado por la fugitiva temporalidad. Don Juan es la personificación del carpe diem -de ahí el “qué largo me lo fiáis”- entendido como única salida ante la angustia que supone el tiempo perecedero. Frente a las metafísicas podredumbrosas, que acaban por acongojar la existencia con su desenlace en la muerte, se opone la física del instante amarrado a la propia carne antes de que el dolor la inunde y la cadaverice.
      Una de las causas del donjuanismo es probablemente la necesidad de llenar el hueco afectivo heredado de la infancia y adolescencia: el traumatizado siente que nadie lo ama y nadie lo va a amar porque “no se lo merece”; así que, venciendo su amargura se lanza a una carrera de amoríos que oculten su carencia de amor: enamora y no ama porque así se demuestra que puede ser amado y nunca abandonado, con lo cual exorciza su pánico a la indefensión ante la soledad erótica. Compulsivamente, una tras otra, la mujer es un reto que debe vencer y cuya victoria en realidad no goza porque, al no permitirse amar, al prohibirse la entrega, la donación de sí mismo a quien empieza a amarlo, busca otro desafío en una carrera interminable de victorias que son, en el fondo, la demostración de su derrota afectiva. Habiendo asumido que nadie podrá amarlo, se prohíbe amar y ser amado cercenando el amor en el inicio del enamoramiento. (En otra dimensión, pero en igual sentido: los últimos planos de “Ciudadano Kane” muestran el almacén abarrotado de objetos con los que, a lo largo de su vida, Kane ha intentado sustituir la ausencia del “Rosebud”. Pues así, en Don Juan: la acumulación de mujeres solo es un disfraz para ocultar la falta de lo que estas debieran significar: amor. Tal es la mente del Don Juan metafísico).
        O tal vez la íntima esencia de Don Juan sea la de ser un buscador que odia encontrar para no decepcionarse y abatirse en el tedio. Y la figura de doña Inés es una necesidad que, como el creyente con su Dios, habría de inventar para satisfacer una energía, la fe en una esperanza. O que ama buscar para hallarse a sí mismo definitivamente en otro ser que lo identifique como hallazgador. Y muera así la soledad del desengaño y la compañía del viajero incansable que entretiene su viaje a ningún sitio con viajeras que nunca lo detienen aun despertándole el sexo del amor y engendrándole una identidad aparentemente pletórica de toda plenitud.
           Cuando Don Juan dice, en Tirso, 
                                  ... el mayor 
                                         gusto que en mí puede haber 
                                         es burlar una mujer 
                                         y dejarla sin honor
y, en Zorilla, 
                                          por dondequiera que fui 
                                         la razón atropellé,
                                         la virtud escarnecí,  
                                         a la justicia burlé 
                                         y a las mujeres vendí,
está mostrando, más que su lujuria, su rebeldía ante la realidad efímera y el amputado sueño. Pues Don Juan es el ideal quevedesco que se rebela y escupe al dios que le hizo soñar sueños irrealizables. Es un misógino a su pesar porque, como Quevedo, ama lo que sueña -el eterno femenino- y odia la realidad -la mujer- que le desengaña del sueño. Con razón Musset escribiría: 
                 Don Juan. He ahí el nombre misterioso del que todos hablan y que 
                          nadie comprende. 
Porque el satanismo o, más bien, malditismo de Don Juan es una consecuencia de su desengaño: en vez de la serenidad de quien sabe que nada puede esperarse, a Don Juan le provoca furia contra el hacedor de promesas incumplibles. Y posee mujeres ya que no amores; y mata hombres como si se matase a sí mismo en ellos; y reta al cielo que ha convertido su vida en un infierno.
         Don Juan ama la belleza y no puede evitar tejer redes de araña sicológicas para apresarla. Está preso de su oficio de carcelero amoroso. La imagen del amor suplanta al cuerpo amoroso: y Don Juan se condena a perseguir cuerpos en su búsqueda inútil de la imagen que inventó. Su ansia de enamorado insatisfecho lo convierte en enamorador, porque para ser amado solo es preciso saber hacer soñar; y su angustia de buscador le lleva a burlarse de sí mismo y también de la imagen engendrada, de los cuerpos defraudantes; de ahí su malditismo, su desmesura, su demoniaca fascinación. Pero fascinación que le usurpa la realidad y es el motor que lo induce a fascinar: porque para quien descree de sí mismo, ¿hay placer más hermoso que la contemplación del rutilante fulgor de una mirada pensativa en cuya pupila yace escrito “existo, eres mi dios”?
Don Juan es la palabra
Todos deseamos -necesitamos- ser amados. Por eso quien da o dice sentir amor, lo despierta. Don Juan conquista por verbal (el Cyrano de Rostand, que es un donjuán que goza sus conquistas con el cuerpo del otro, lo demuestra: a veces la verbalidad es tan atractiva que incluso suplanta al propio cuerpo: es la palabra de Cyrano lo que ama Roxane, no al hermoso galán que la corteja sin el verbo). El amor es ilusión, esperanza de que se cumpla el sueño. El amor es el verbo, la palabra. Esta dice lo que pretende hacer quien la pronuncia y hace soñar a quien la escucha. La palabra es en sí una promesa que ejerce la fascinación de su cumplimiento con solo pronunciarse. Pero es también una distancia entre lo prometido y lo que se realiza. Quien domina en el arte de decir tiene el poder sobre el otro. Subyuga porque ofrece y da un misterio. Doña Inés dice que Don Juan posee la “palabra seductora”. El corazón se enamora más por el oído que por los ojos: no atrae tanto la belleza física como la verbalidad convertida en profecía de felicidad. Por eso cada mentira de Don Juan es una verdad para quien espera su realización, y por eso los grandes amantes, más que hermosos, han sido grandes decidores, grandes magos de la palabra susurrante. Don Juan es por eso el gran conquistador, el gran prometedor, el gran embaucador. Todas las mujeres de Don Juan se sienten elevadas al más alto podio de la vanidad porque, en esencia, lo que escuchan puede resumirse con este breve poema atribuido a Angrac Ianto:                          
                                       Muchas son las mujeres que embellecen el mundo.
                                       Si hubiera dedicado mi existencia
                                        a buscar la más bella, para amarla,
                                        habría muerto antes de conocerte.
                                        No obstante, tú me amas:
                                        y si pronuncio amor suena tu nombre.
                                        Luego un Dios existe.

            La manifestación mayor del sentimiento es la palabra. Y su constatación, el beso, el abrazo, la cópula. La palabra es la caricia que preludia el orgasmo: la asunción de que nos aman y, por ello, de que nos amamos, de que estamos “cumplidos, realizados”. Don Juan ama sin saber a quién y nunca a alguien en concreto, aunque sexualice su amor en cada cuerpo. Siempre besa el mismo rostro inexistente en todos los rostros que le existen. Eso es lo que no saben las “donjuaneadas”: que sus palabras de amor van dirigidas a ninguna y por eso sirven para cualquiera que precise creérselas. Porque Don Juan es un escéptico del amor cuyo erotismo le impide despedirse de la mujer, en la que no cree hallar el sentimiento que busca ardientemente. Del amor tan solo encuentra el sexo, y este mantiene su energía y su hipótesis de que quizá un descuido del azar le lleve a hacer que el sexo se convierta en amor.
      Pero también el donjuán se emborracha de su propia verbosidad; ésta le hace sentirse poderoso, sabio estratega de los sentimientos despertados en quienes le escuchan, le proporciona el gozo del poder que ejerce con su palabra hipnótica. Gozo tan gozoso que incluso llega a suplantar el del amor y la lujuria. Y así lo constata el Don Juan de Moliere:
        ¡Qué suave deleite el que sentimos al ir conquistando con mil encendidas palabras el corazón de una linda doncella, (...) derribar poco a poco las débiles barreras con que piensa detenernos, (...) llevarla suavemente al punto en que anhelábamos encontrarla! Después de haber sido dueño de tal tesoro nada se desea ni se pide: lo más bello de la pasión ha concluido y solo queda adormecerse (...) hasta que se presentan ante el corazón los seductores atractivos de una nueva conquista...



La fascinación de la impostura.
Don Juan no puede dejar de ser él mismo: no puede evitar su destino: enamorar y matar aquello que enamora y cuanto le rodea. El único exorcismo para don Juan consiste en que alguien no ame su apariencia, su egoísmo sufriente pero ególatra: por eso Zorrilla lo redime haciendo que lo ame quien no se guía por los fastos del enamoramiento apariencial, alguien que ama el amor y no sus embelecos aunque estos aturdan los oídos, alguien que ama lo que hay de humano, no divino, en el amor: Don Juan es vencido por la fragilidad de la autenticidad y no por el ensalmo de las bravatas y las aventuras: Doña Inés redime a Don Juan de ser él mismo, porque con ella ya no se ama a sí ni especula consigo, sino a quien no la desafía y, simplemente, se le ofrece y entrega. Tras la experiencia de Doña Inés, Don Juan descubre que hay tanta belleza en amar como en ser amado, que la entrega es tan esplendorosa como la conquista. Cuando no hay adversario no hay batalla, sino crimen o aceptación de que el propio enemigo es uno mismo. Don Juan se vence al rendirse a quien se le ha rendido de antemano. Don Juan es un solitario: pero doña Inés es solidaria: une su vida a la muerte de aquel, con lo que, para este, morir no significa más que dejar de ser un donjuán, el impostor de sí mismo, el rebelde indomable, el retador perpetuo de lujurias y de muertos, el enamorado del placer, el desafiante de peligros, el más desengañado de los soñadores.
         Demasiados hombres creen ser o haber sido donjuanes. Pocas mujeres confiesan ser su trasunto femenino. Simple cuestión de “honra social”. Pero existen tantas seductoras como seductores. En realidad, Don Juan es la Beatriz de Dante vista por la mujer machista: la posesión del Amor interpretada como la utopía de ser poseída -y poseer en ese instante- por el Amante. En cualquier caso, sería necio aceptar la descalificación que se hace de Don Juan considerándolo un inepto, un superficial, pues supondría admitir que más de la mitad del género humano -las mujeres y, en el caso de las doñajuanas, los hombres- se enamora de lo intrascendente, lo liviano. Algo hay en el símbolo “Don Juan” que atrae más allá de la común atracción: el misterio, el enigma, la oscuridad que preludia transparencia. Y, no obstante, es curioso observar que el donjuán (el seductor, la seductora) jamás es genialmente inteligente: porque la genialidad y la artisticidad producen miedo, cohíben, empequeñecen mientras deslumbran; y a la larga el deslumbramiento se llena de temor, y huye la deslumbrada y empequeñecida, pues ve, cada vez más, más evidente su pequeñez frente a la estatura mental de un ser de tal calibre. Y al revés: no es extraño que un alto índice de artistas haya sido sujeto y objeto de numerosos amoríos, precisamente por el deslumbramiento que la personalidad del creador ocasiona, y, paradójicamente, porque al huir las enamoradas de su extraño e hipnótico mundo se ven impelidos hacia nuevas amantes. La misma singularidad de su vida íntima imposibilita al creador para vivir una vida común. Por eso Don Juan siempre es “el otro”: el que pretende ser mientras asume su fracaso.
                                          (del libro La construcción del poema)

                                                  

jueves, 30 de octubre de 2025

Tres versiones de Don Juan Tenorio

Soneto Mandolino

Ligeti: Lux aeterna


(*) Nota de Penélopa Ulisea:


Dícese que el autor o autora de esta octava irreal conoció al Gongorilla en medio de sus soleares y le cantó las cuarenta al Aladino y sus parias, inspirándole al Lope el sonetazo que luego plagió un tal Qué Vedo sin mis quevedos. Véase la justeza de la traducción (del cordobés al castellano en mi sostenido menor). Obsérvese asimismo la riqueza y suntuosidad de las rimas, el apocalíptico fraude versal y el glamour del contexto, tan bien indefinido por el poeto o poeta para no privar al lector o lectriz de su libertad imaginaria y otrosí.

Inventario frugal (*)

Érase una cariátide de cera,
érase una ternura mañanera,
érase una pitufa morenera,
érase una señora de bandera.

Érase una tronchada primavera,
érase el despertar de una quimera,
érase una leoncia en su leonera,
érase una lujuria lujuriera.

Érase una tetucia tetuciera,
érase una amorosa y dulce fiera,
érase una ardorosa pililera.

Érase un érase que jamás era,
érase un ojalá que aunque existiera
sería un érase que nunca fuera.
                                                (Wéckerl el rimaor)