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viernes, 14 de noviembre de 2025

La construcción del poema

 

La construcción del poema (XII): Identidad de la elegía

La construcción del poema (XI): Idolatría del dolor

La construcción del poema (X): Bajo el signo de Tánatos

El corazón rusiente de la lírica

El corazón rusiente de la lírica


Sé que es verdad que todo, al fin, se acaba

y ni siquiera ha de quedar el verbo

que trata de salvar cuanto ha existido.
Esta mañana azul, con sus paisajes
penetrando en mis ojos, morirá
tragada por la noche, igual de hermosa
que el día que, igualmente, ha de matarla.
En su pugna infinita, sombra y luz
construyen y destruyen la belleza.
Pues tal vez la hermosura de la vida
nace cuando sentimos que la muerte
le concede el fulgor que antes no vimos.
Así este manantial por el que fluyen
las aguas cristalinas va alejándose
de roca en roca hasta llegar al llano,
sin dejar en mi verso su esplendor
ni la nobleza de su mansedumbre;
y así todo transita hacia su fin
y me encamina al mío, aunque yo quiera
quedarme entre los árboles, las fuentes,
la dicha de tu abrazo
y una leve palabra redentora.

19724

jueves, 13 de noviembre de 2025

J.S. Bach: Goldberg Variations BWV 988 (Gould, 1981)

La templanza

 

La templanza


Qué hacer cuando, inesperadamente, todo se vuelve contra nosotros y el mundo parece un lugar inhabitable? ¿Despreciar como nos desprecian? ¿Actuar como si la mejor defensa fuera el ataque? ¿Crear mayor violencia respondiendo a la de quien nos hostiga? Solo en tiempo de paz vemos la verdadera dimensión de la guerra y sus estragos, sea entre individuos o entre naciones. Así que cuanto antes desterremos la agresividad, recurramos a la templanza y pacifiquemos los impulsos, antes el corazón dejará libre la conciencia para que su visión sea equilibrada. 
    Por ejemplo: cuando se nos insulta, tenemos dos opciones: sentirnos insultados -porque nos sabemos culpables- y responder insultando -como un acto reflejo que la imperante ley de la fuerza aplaude en esta sociedad- o detener la compulsión agresiva porque nos sabemos inocentes y porque, en cualquier caso, no hay mayor ofensa para el agresor que la indiferencia. El silencio desarma al que grita, como el gesto pacífico desconcierta al violento. Cuando alguien nos chilla es difícil oírlo, por más que los oídos se estremezcan ante su pataleo: porque, ¿cómo entender a quien defeca por la boca, y de qué manera mágica escuchar la voz de los fantasmas disfrazados de personas? Y aun, si acaso los oyéramos, ¿qué decir? 
        La sociedad prefiere una mentira convincente a una pobre verdad. Además: la valentía no consiste en luchar contra la necedad, sino en mantenerse al margen de ella, digan lo que digan cuantos nos rodean: ¿no es preferible ser nadie en un mundo en el que ser alguien significa haberse vendido a las estratagemas y las convenciones de la fama o el cotilleo? 
        El mundo, en general, es bueno; y lo sería más si algunos no se empeñaran en emponzoñarlo. Sumadas de una en una, hay más personas bienintencionadas que malintencionadas: hay quienes tienen como premisa que los otros son honestos, y hay quienes desconfían por principio de los demás: cada uno piensa del otro lo que no quiere reconocer de sí mismo. La ira -cualquier pasión- se alimenta a sí misma si no la atajamos. Algunos dicen de los coléricos que «tienen mucho carácter», cuando en realidad manifiestan muy mal carácter. Lo cierto es que ni el mejor ni el peor son elegidos democráticamente, sino que se constituyen en tales por su espontaneidad o contumacia. Si la prudencia y la templanza fueran pilares de nuestro comportamiento habría menos heridos en esta extraña paz llamada sociedad.
    Naturalmente, hay que tener en cuenta las opiniones ajenas -si no son gratuidades con pretensión de dogmas-; pero no hasta el punto de que anulen nuestro criterio -a menos que reconozcamos que sus razones son más razonables que las nuestras. Pero, como «El gran masturbador» daliniano, el contumaz suele ser un onanista de sus convicciones, a pesar de que considere su opinión tan valiosa como la obsesiva y sensibilizadora nota de Chopin en su conocido «Preludio de la gota de agua» (opus 28, nº 15).
        En fin: ya nos mostró Cervantes que hay dos formas de afrontar al ofensor amante de calumnias: mientras Avellaneda, queriendo que prevaleciesen su nombre y sinrazón, ultrajaba a Cervantes, este, más noble, inteligente y comedido, repudió todo acceso de cólera y dejó que los gritos del apócrifo se convirtieran en sus propios fiscales.
        Y en resolución: ¿Por qué sentirse ofendido por quien tiene como norma la incontinencia verbal, o física, y la utiliza como le conviene? Y, sobre todo: ¿Quién es más dichoso, el que se sabe rodeado de inocentes o el que da por supuesto que vive entre culpables?


miércoles, 12 de noviembre de 2025

Marisol González Felip: Libro de los anhelos.


Libro de los anhelos 
Diamantes para la plenitud o la desnudez del espíritu
Marisol González Felip
Lletres valencianes, 1999, XXXIII


En un primer acercamiento a este interesante libro percibimos que nos hallamos ante una voz extraordinariamente transparente, con un oficio poético bien forjado, que es capaz de comunicarnos un microcosmos en el que, desde un principio, nos reconocemos y nos autoubicamos.

Antonio Gracia, en este Libro de los anhelos, nos muestra la experiencia de un yo poético por el que se expresan las huellas borradas de una experiencia repleta de trascendencia, sensualidad y erotismo.

La capacidad metafórica del autor nos impresiona desde un primer instante -nos atrapa deliciosamente-. No hace falta pasar muchas páginas para darnos cuenta de que estamos ante un poeta con mayúsculas.

La vivencia erótica del protagonista constituye una sublimación de su existencia, la respuesta a las incansables preguntas del héroe en su camino, que es la vida, y a veces la pregunta de sí mismo: cuando tu luz me invade y yo te alumbro / el cuévano en tu pubis se dilata / como nueva eclosión del universo. / Inundado por ti siento el latido / del océano, ruedas por mi sangre / y el vendaval de la lujuria estalla.

Los versos de Gracia logran hacernos alcanzar el sentido de lo auténtico, convergen en una realidad cercana al lector o lectora, nos seducen sin respiro a lo largo de los más de cincuenta poemas de que consta el libro. Hay en tus labios bálsamos,/ frutos y laberintos,/ te persigue el océano amoroso, / la lluvia interminable te persigue./ En tus ojos la noche / se llena de caminos. / Mientras gira la luna,/ doblándose en tus senos,/ tu cabello derrama su azabache / sobre mi rostro. / Y el mar emerge su desolación.

La anécdota amorosa sirve a Gracia para expresar los más recónditos interrogantes del ser. El autor se construye con un lenguaje sencillo e inteligible un universo para explicarse. Cada uno de los poemas aparece ante nuestros ojos y nuestro intelecto como un diamante recién extraído de la tierra que brilla con luz propia: me muerdes con tus labios lentamente / y te detienes en mi sexo./ El firmamento, entonces, / se llena de diamantes.

El camino que recorre Antonio Gracia en su texto tiene como meta la identidad: Sobre tu cuerpo escribo con mi cuerpo / el gran poema de la identidad. 

Como en la culminación del acto amoroso el poeta se halla a sí mismo al final de los versos. El autor establece logradas analogías entre la vivencia erótica, sensual y amorosa del individuo, y el trasluz de su ser a través de la vivencia poética. Es precisamente por eso por lo que el poemario atrae el interés del lector desde un primer momento. Nada de lo que dice Gracia nos es ajeno: los lagares del ansia calman sus plenitudes, /enrejados fantasmas se desvisten su magia, / y el piafar renovado pone música frágil / en la escultura inquieta que la noche renueva.

El libro de Antonio Gracia es, después de todo, una apuesta valiente por el amor. El amor acompaña la andadura del hombre, que se reconoce fieramente humano a través de las palabras y débilmente fuerte en la experiencia: Amo el temblor rosado de tu boca / y el crepúsculo azul de tu mirada. / Amo la luz carnal que te ilumina / cuando te arrojas como un puma alegre/ sobre mi cuerpo ansioso de tu cuerpo./ Amo el sudor de miel que nos lubrica/ y la erosión constante de la piel. / Amo tu desenfreno y mi arrebato/ cuando, tendida, te abres como un libro/ y esplendes como un saurio,/ y cuando giras lúbrica y te ofreces... 

Como nos dice el título de la última parte del poemario, es este un libro de búsqueda infinita: Todo lo que yo soy está dormido / en los prados azules de la infancia... A través de la memoria el autor pretende desvelar el inquietante misterio de la vida, comprender lo que se fue y lo que se es, entender cada latido, el gozoso estallido del hombre y la huella fría de la pena: otea la memoria sus orígenes / y al escribir la pluma inventa / lo que fuimos, da fe de la existencia. El ejercicio de escritura que alberga el Libro de los anhelos nos da la clave para interpretar la poesía en su esencia más pura y más trascendental. El verbo del poeta nos cautiva y nos introduce en una travesía cómplice de la propia vida. Las palabras actúan a lo largo del libro como potentes espejos sonoros en los que nos autoreconocemos, y es precisamente la fuerza de esa palabra desnuda la que nos dibuja un horizonte de plenitud que podemos saborear en cada una de las sílabas, una aureola de luz y una fusión del espíritu; el poeta y la palabra se confunden a menudo y nos suenan como una misma cosa, diamante en la desolación. 

Asistimos a una verdadera epopeya interior de la que no resultamos indemnes: hay un orgasmo místico en naufragio / y la voz escondida / grita hacia adentro su canción: el cielo / estalla azul sobre los mares íntimos,/ el árbol se cimbrea, las antorchas / irradian mansedumbre, la tristeza/ transustancia sus lágrimas,  los pájaros / invaden el instante, la existencia / se llena de quietud. 

Después de leer el Libro de los anhelos de Antonio Gracia el lector/a puede presentar signos de una especie de embriaguez sensorial, quizá algo de lo mucho que Violeta Parra quiso decir en su bella canción "Gracias a la vida", acaso una profesión de fe en la escritura, en su vertiente redentora y en su vertiente de anhelo: la vida que, hostigada por la muerte,/ renace en el amor, / esparce esporas por la sangre, liba/ besos enajenados y profundos,/ envía labios hacia el infinito,/ embaraza de luz la eternidad./ La escritura no puede sino ser/ serena plenitud/, un consuelo para el desasosiego/ del hombre. 

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martes, 11 de noviembre de 2025

María José Zaragoza Hernández: Antonio Gracia y el poeta maldito

                                             

 MARÍA JOSÉ ZARAGOZA HERNÁNDEZ

INFORMACIÓN
02 DIC 2004 0:0 0
Antonio Gracia y el poeta maldito

La conmoción que ha producido, en territorios literarios, declarar desierto el Premio Loewe de este año y sus causas, tendrá su anécdota en el futuro aunque ésta no sea del agrado de organizadores, jurados, concursantes, etcétera. Está claro que la personalidad de Antonio Gracia nunca ha sido la de un poeta que deje a su paso aparcada la indiferencia. Han sido muchos años dedicándole y dedicándose a la poesía en cuerpo y alma para que en un pis-pas, el fulgor de la gloria se haya ido al garete. Pero no nos congratulamos con hechos como estos, muy al contrario nos sentimos abatidos y desolados. A pesar de lo ocurrido hemos de reconocer que Antonio Gracia es un gran poeta. ¿Quién se atrevería a juzgar los comportamientos humanos de los grandes maestros literarios de la historia? Tal vez, por esa regla de tres, ninguno, absolutamente ninguno sería digno de que sus obras hubieran llegado hasta nosotros. Es tal vez la peculiaridad lo que distingue unos de otros y lo que hace que el ser humano sea grande y pequeño por sí mismo.

No vengo aquí a juzgar los errores de nadie, porque no somos jueces ni verdugos, y si la compasión se tejió dentro del abanico de los sentimientos que forjan el espíritu del hombre, es buen momento para que los que dicen ser amigos del poeta lo demuestren y busquen justificación ante una conducta que bien pudiera haber sido simplemente un error.

Antonio Gracia siempre habló del poeta maldito y este sentimiento, germinado en él, desde los tiempos primeros de su poética, parece haberle dado la razón con el tiempo. No sé si el destino tiene carácter burlón y de vez en cuando hace una de las suyas. Lo que no he oído decir hasta ahora es que Gracia es un gran poeta y eso, a pesar de sus detractores, lo seguirá siendo. Si nos situáramos, con el pasar de los tiempos, como espectadores de una mesa redonda cubierta de cátedros en torno a su persona y obra, tal vez saldría a la luz las voces de los verdugos que en su momento le condenaron con grandes y elocuentes nombres y apellidos, contando con saña el incidente del premio Loewe, pero lo que nadie le negará a Antonio Gracia es el hecho fehaciente de que es y será uno de los mejores poetas que habitan el paisaje poético de la historia literaria contemporánea. Su libro «Devastaciones, sueños» doblemente premiado y doblemente devastado, pudiera ser un libro de poemas premonitorio, o tal vez simplemente su mejor poemario. ¡Así es la vida!

¿No les pica la curiosidad de leerlo?

La existencia verbal

Bach: Suite 3, Aria

Un dios verbal

Qué hermosas y qué vivas las palabras:
ellas son la sustancia de mi ser.
Somos lo que ellas dictan, lo que emergen 
de los libros leídos: las imágenes 
que traducen el mundo y nos lo muestran.
Ellas dibujan en mi mente tu alma,
tus ojos y tu pecho constelado,
tu perfume de rosa y azucena 
el embrujo del agua cuando llueve,
la belleza, el amor, la epifanía 
de la felicidad. Un dios verbal 
disuelto en un torrente melodioso
crea mi ser, mi estar y mi conciencia. 
El tiempo nos convierte en nuestra propia 
prehistoria: nos salva solo el verbo.
La verdadera soledad consiste 
en no sintonizar con otro ser 
bajo la nombradía de la noche
en el alto lagar del firmamento.
La palabra es, así, la gran vigencia.
La portadora del amor perenne.
Tal vez por eso si me quedo solo,
sin el embrujo de lo cotidiano
y sin tu cuerpo de azorada carne,
las palabras solivian mi orfandad. 
Pero aun así debo abrazarte, oír 
tu corazón
y abrevar en tus labios la existencia.


lunes, 10 de noviembre de 2025

Obras maestras. - El síndrome de Stendhal


Shostakovich: Cuarteto nº 8, adagio

Hay, incluso en los mejores poetas, unos pocos poemas que pasan a ser referentes y explicación de toda su obra, y que los definen como necesarios en el venero de la cultura. Porque si un punto del universo contiene todo el universo -en afirmación de Galileo de la que luego se han apropiado tantos, Borges p. e.-, también un poema contiene todos los poemas y a su autor. Igual ocurre en la pintura y la música, y cualquier arte. El autor teje su mundo, y lo crece y decrece. Al final ha conseguido unas pocas obras que son el signo digno de su búsqueda y hallazgo. 
     No hay dos Giocondas en Leonardo, ni dos Sixtinas en Miguel Ángel, ni dos Preludios en Wordsworth; tampoco dos Hamlets en Shakespeare, ni dos conciertos para violoncelo en Schumann... 
     Y agradezcámoslo, en vez de lamentarlo. Porque, de multiplicarse esas genialidades, ¿quién sería capaz de sobrevivir a tanta belleza?


Algo así como entrar en el infierno



Durante mis años adolescentes, comprar un libro era para mí un lujo que podía permitirme solo cuando vendía un puñado de los tebeos que con paciencia y ahorro había ido acumulando. Después descubrí la biblioteca de Teodomiro y la convertí en la catedral de mis lecturas y mis soledades. Me acompañaba -ya lo he dicho- La Diablesa, un "paso" semanasantino de Orihuela que se guardaba en una pequeña sala solemnemente escondida para que no nos lujuriase el erotismo de sus pechos. 

    Aquellas tardes y otros días semejantes en otros escondites, con mi pequeño cúmulo de libros, forman la mitología de mi felicidad.
    Ahora tengo dos bibliotecas. Una es la que ha ido creciendo desde aquella primera, y sigue siendo mi refugio el tacto de sus páginas, escogidas anhelosa y amorosamente a lo largo de décadas. Ellas me mantienen en mi tiempo, que es el de todos los que han utilizado la pluma con sabiduría, y continúan siendo mis actuales vecinos, mis coetáneos, mi comunidad, mi humanidad, mi nación, mi identidad. Constituyen ese espacio que llamaré La Vigencia. 
    Y sin embargo hoy los libros son menos hombres que máquinas; el tiempo nos convierte en nuestra propia prehistoria: Nadie quiere heredar esos libros. Dicen que muestran una existencia espuria, que no reflejan el hoy (como si existiera un hoy). Han vencido los quemadores de las bibliotecas: el cura y el barbero, Montag... El Progreso más inhumanoide.

Los cien mejores relatos

PULSAR SOBRE CUALQUIR TÏTULO:

  1. A la deriva – Horacio Quiroga
  2. Aceite de perro – Ambrose Bierce
  3. Algunas peculiaridades de los ojos – Philip K. Dick
  4. Ante la ley – Franz Kafka
  5. Bartleby el escribiente – Herman Melville
  6. Bola de sebo – Guy de Mauppassant
  7. Casa tomada – Julio Cortázar
  8. Cómo se salvó Wang Fo – Marguerite Yourcenar
  9. Continuidad de los parques – Julio Cortázar
  10. Corazones solitarios – Rubem Fonseca
  11. Dejar a Matilde – Alberto Moravia
  12. Diles que no me maten – Juan Rulfo
  13. El ahogado más hermoso del mundo – Gabriel García Márquez
  14. El Aleph – Jorges Luis Borges
  15. El almohadón de plumas – Horacio Quiroga
  16. El artista del trapecio – Franz Kafka
  17. El banquete – Julio Ramón Ribeyro
  18. El barril amontillado – Edgar Allan Poe
  19. El capote – Nikolai Gogol
  20. El color que cayó del espacio – H.P. Lovecraft
  21. El corazón delator – Edgar Allan Poe
  22. El cuentista – Saki
  23. El cumpleaños de la infanta – Oscar Wilde
  24. El destino de un hombre – Mijail Sholojov
  25. El día no restituido – Giovanni Papini
  26. El diamante tan grande como el Ritz – Francis Scott Fitzgerald
  27. El episodio de Kugelmass – Woody Allen
  28. El escarabajo de oro – Edgar Allan Poe
  29. El extraño caso de Benjamin Button – Francis Scott Fitzgerald
  30. El fantasma de Canterville – Oscar Wilde
  31. El gato negro – Edgar Allan Poe
  32. El gigante egoísta – Oscar Wilde
  33. El golpe de gracia – Ambrose Bierce
  34. El guardagujas – Juan José Arreola
  35. El horla – Guy de Maupassannt
  36. El inmortal – Jorge Luis Borges
  37. El jorobadito – Roberto Arlt
  38. El nadador – John Cheever
  39. El perseguidor – Julio Cortázar
  40. El pirata de la costa – Francis Scott Fitzgerald
  41. El pozo y el péndulo – Edgar Allan Poe
  42. El príncipe feliz – Oscar Wilde
  43. El rastro de tu sangre en la nieve – Gabriel García Márquez
  44. El regalo de los reyes magos – O. Henry
  45. El ruido del trueno – Ray Bradbury
  46. El traje nuevo del emperador – Hans Christian Andersen
  47. En el bosque – Ryonuosuke Akutakawa
  48. En memoria de Paulina – Adolfo Bioy Casares
  49. Encender una hoguera – Jack London
  50. Enoch Soames – Max Beerbohm
  51. Esa mujer – Rodolfo Walsh
  52. Exilio – Edmond Hamilton
  53. Funes el memorioso – Jorge Luis Borges
  54. Harrison Bergeron – Kurt Vonnegut
  55. La caída de la casa de Usher – Edgar Allan Poe
  56. La capa – Dino Buzzati
  57. La casa inundada – Felisberto Hernández
  58. La colonia penitenciaria – Franz Kafka
  59. La condena – Franz Kafka
  60. La dama del perrito – Anton Chejov
  61. La gallina degollada – Horacio Quiroga
  62. La ley del talión – Yasutaka Tsutsui
  63. La llamada de Cthulhu – H.P. Lovecraft
  64. La lluvia de fuego – Leopoldo Lugones
  65. La lotería – Shirley Jackson
  66. La metamorfosis – Franz Kafka
  67. La noche boca arriba – Julio Cortázar
  68. La pata de mono – W.W. Jacobs
  69. La perla – Yukio Mishima
  70. La primera nevada – Julio Ramón Ribeyro
  71. La tempestad de nieve – Alexander Puchkin
  72. La tristeza – Anton Chejov
  73. La última pregunta – Isaac Asimov
  74. Las babas del diablo – Julio Cortázar
  75. Las nieves del Kilimajaro – Ernest Hemingway
  76. Las ruinas circulares – Jorge Luis Borges
  77. Los asesinatos de la Rue Morgue – Edgar Allan Poe
  78. Los asesinos – Ernest Hemigway
  79. Los muertos – James Joyce
  80. Los nueve billones de nombre de dios – Arthur C. Clarke
  81. Macario – Juan Rulfo
  82. Margarita o el poder de Farmacopea – Adolfo Bioy Casares
  83. Markheim – Robert Louis Stevenson
  84. Mecánica popular – Raymond Carver
  85. Misa de gallo – J.M. Machado de Assis
  86. Mr. Taylor – Augusto Monterroso
  87. No hay camino al paraiso – Charles Bukowski
  88. No oyes ladrar los perros – Juan Rulfo
  89. Parábola del trueque – Juan José Arreola
  90. Paseo nocturno – Rubem Fonseca
  91. Regreso a Babilonia – Francis Scott Fitzgerald
  92. Solo vine a hablar por teléfono – Gabriel García Márquez
  93. Sobre encontrarse a la chica 100% perfecta una bella mañana de abril – Haruki Murakami
  94. Tlön, Uqbar, Orbis Tertius – Jorge Luis Borges
  95. Tobermory – Saki
  96. Un día perfecto para el pez plátano – J.D. Salinger
  97. Un marido sin vocación – Enrique Jardiel Poncela
  98. Una rosa para Emilia – William Faulkner
  99. Vecinos – Raymond Carver
  100. Vendrán lluvias suaves – Ray Bradbury
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