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domingo, 11 de junio de 2023

LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA (Reconstrucción...

Queridos editores:

 En Reconstrucción de un diario, un hombre que vislumbra su final contempla la existencia y muestra la odisea del corazón, fugaz, inmóvil.

                     Recibid un saludo de...

 

      

27/05/01

Amigo Ángel Luis: 

Me pides una reflexión sobre mi librito. Esto es, casi fielmente, lo que le escribí a Borrás-Pretextos cuando le remití las pruebas:


        Como todo cuanto he escrito, este libro nació demasiado deprisa. Quizá ésta es una de mis peores “cualidades”, porque me resulta más fácil improvisar que pulimentar. Nunca tengo conciencia de lo que trama mi pluma, ni siquiera cuando escribo el primer verso. Nada sé apriorísticamente. Yo siempre he escrito para descubrirme, conocerme: tal vez por ello, cuando en alguna ocasión he conocido el contenido antes que el continente, éste -y por lo tanto aquél, poema, cuento- quedaba sin plasmar: porque lo ya conocido, ¿para qué necesitaba otra forma, otra expresión que la del conocimiento? De donde deduzco que es la autoidentificación, la búsqueda de mi nombre interior, el primer motor que impulsó el mecanismo de mi escritura. Necesito librarme de algo y lo vomito sobre el folio, aunque siento que la propia dicción se autocritica y semipule mientras nace para ser alguien en la soledad del arte -ya que yo no soy nadie en esta realidad llamada vida. En dos o tres semanas se amontonan cuarenta o cincuenta textos alrededor de alguna obstinación de mi cerebro. Cuando vuelvo sobre ellos observo esa relación y pretendo, un poco a ciegas, ordenarlos, complementarlos.

        En este caso, buena parte del tiempo que me llevó la trabazón del libro consistió en encontrarle la estructura idónea, inteligible y lógica para hacerle decir lo que yo, sin premeditación, creía que había querido decir. Aposteriorísticamente, el libro es -o me parece que es- una sucesión de estampas (sólo ahora advierto que, en realidad, había reescrito mi “Mosha bieda”, y me la había llevado al pasado transformada en “cuento” ajeno para abandonarla allí y librarme de ella para siempre) que hilvanan la historia de un caballero contemplativo (mi alterego?) y estudioso que se ve acosado un día por el amor y la esperanza, que acaban sucumbiendo con la muerte de la amada. La cámara filma, progresivamente, lo que ocurre en diferentes estancias del castillo (mi “destyerro” y misantropía?), también fuera de él. Y el lector, ya acostumbrado, tras los primeros poemas, a una temática “narrada”, en 3ª persona, se despista al encontrarse con otros textos que no “narran”, sino que, lejos de hacer avanzar la trama, cantan o lamentan, en 1ª o 2ª persona, aspectos relacionados con la “historia”, pero que obstaculizan -aparentemente- su línea discursiva. 

       Estos poemas -odas, elegías, reflexiones- actúan como interpolaciones en el manuscrito, y se constituyen en otra efigie o “historia”: la del lector del manuscrito original, quien se identifica con lo leído, se lo apropia, lo refunde e inserta estos textos: es el reconstructor. Dichas anotaciones -el nombre adecuado sería el de acotaciones-, como digo, parecen interrupciones en la “narración” primera en vez de partes integrantes de la misma si no se indica de alguna forma su carácter de intromisión complementaria. Concluí que la cursiva era la manera más simple de resaltar ese desgajamiento y, a la vez, integración: el lector quizá abandone su extrañeza al encontrarles unidad, y, por ello, complicidad con los demás, a esos textos que detienen la progresión “argumental”. (Suprimirlos supone exacerbar la narratividad, además de tirar por tierra la segunda parte del libro, una breve digresión sobre el tiempo -¿Quién, perdido en su espiral, la escribe?-, que incide sobre la probable unicidad o multiplicidad -la identidad- del sujeto del diario y su reconstructor, el eterno retorno que respira en sus páginas). 

          Pongo un ejemplo de extrañeza: ¿Por qué, de pronto, se desvía la atención de lo que ocurre dentro del castillo con un elogio del libro y una moraleja extraída de la observación de un pajarillo (páginas 20 y 21: “Surtidor”, “La búsqueda de Ítaca”) sino para acentuar el contemplativismo del caballero antes de que la “acción” se dispare con la “Celada” que le tiende la doncella en el poema siguiente?; y de obstaculización: ¿Qué pintan los poemas “Reconstrucción” o “La oda en la elegía” (páginas 57 y 58-59) entre los inmediatamente anteriores y posteriores que se continúan temática y “argumentalmente”? Sólo la cursiva permite que se acepten como acotaciones, “interferencias” pertinentes por resaltadas: pretenden dar pie a la consideración de que en este momento el refundidor se adueña de la acción, toma el relevo, usurpa la biografía que ha estado leyendo porque se identifica con ella: “aquel monje / vuelve a escribir en mí su pensamiento” (p.57). Y la acaba: “Mi piel toca el presente, pero mi corazón / se sienta en un palacio y allí vive” (p. 58). Se instala en la biografía del noble y se la apropia: de modo que los últimos poemas pertenecen más, o tanto, al usurpador que al usurpado (de ahí las alusiones en el último al arte del XX). Ahora bien: como el “protagonista” muere, el refundidor o reconstructor resulta ser el “narrador” definitivo: cada lector que, al vivir su vida, resucita -reconstruye- en lo esencial la misma biografía y similar meditación sobre la vida. He aquí por qué creo que el auténtico título que reclama el contenido del libro es Reconstrucción: un eterno retorno de la tragedia que se aspira a superar.

         La segunda gesta –el tercer manuscrito- fue más confusamente voluntario que inconsciente: preví la catástrofe del primero, la adiviné y quise quebrar su “ananké” forzando la historia para que caminase hacia la luz”, Por eso el ambiguo o relativo happy end. Y por eso la breve 2ª parte sobre el tiempo: para dárselo al caballero y hacer lógica su nueva mirada al amor y la esperanza.


                              No sé si estas líneas responden, o exceden, a tu petición. Si no es esto lo que quieres, dímelo. Te agradezco el esfuerzo que haces por mí. Te adjunto una copia de la cinta que me enviaron de Orihuela. 






EDICIÓN IMPRESA


SÁBADO, 1 de junio de 2002
CRÍTICA:POESÍA
Un simulacro verdadero
·         Antonio Gracia


En 1998, Antonio Gracia salió venturosamente de un silencio de muchos años. Su último libro poético, Reconstrucción de un diario, el tercero desde ese renacimiento, es un tratado de la salvación a través de la belleza y el arte.


RECONSTRUCCIÓN DE UN DIARIO
Antonio Gracia
Pre-Textos/IAC Juan Gil-Albert. Valencia, 2002
72 páginas. 9,02 euros

Hasta Los ojos de la metáfora, la poesía de Antonio Gracia (1946) había recorrido un camino caracterizado por una obstinada indagación en los horrores de la existencia, registrada en el volumen recopilatorio de 1993 Fragmentos de identidad. Allí se contienen, entre otros, libros como Palimpsesto (1980), un postumario que avanza a trancas y barrancas por los desfiladeros de la angustia vital y la desazón artística, y Los ojos de la metáfora (1983), donde la palabra del poeta queda varada en la intransitividad y al fin la afasia, tras los estertores y balbuceos de unos poemas que pretendían infructuosamente desatascar la obstrucción verbal. Quien quiera entrar en esa sima deberá chapotear por entre los remedos de poemas que encierran grumos de un pensamiento atrofiado y de un dolor incompatible ya con el arte y aun con la comunicación lingüística.
Pero en 1998 el poeta rompió ese silencio funeral con Hacia la luz, título al que siguieron Libro de los anhelos y, ahora, Reconstrucción de un diario (a los que pronto se sumará La epopeya interior, por el que obtuvo el Premio Fernando Rielo de poesía mística). En Reconstrucción de un diario, Antonio Gracia abandona el confesionalismo directo, que lo abocaba a la exhibición de su espanto, y recurre a un álter ego que tiene las trazas de un viejo y anacrónico caballero que ha perdido a la amada, habita castillos, examina ruinas, recorre pasadizos, asciende escalinatas, otea promontorios y garabatea los manuscritos que conforman el diario contenido fragmentariamente en este libro. Su discurso argumental relata en sucesión un quebranto amoroso, el sometimiento a la dictadura de los recuerdos, el goce de los últimos zumos de la vida. El tono narrativo cede en ocasiones a los remansos líricos en que la historia se detiene, dominados ahora por otro sujeto: ese que lee el manuscrito original del caballero anciano, y va siendo poseído por él a medida que procede a su reconstrucción.
Para evitar el pastiche en que hubiera dado una artificiosa y no lograda integración de los dos planos de ficción, el poeta ha debido imponer sobre la polifonía de la obra el registro inconfundible de su voz autorial, que se escucha en esas consideraciones terminales sobre la muerte, la vida, el fracaso amoroso, la salvación por la belleza. El último poema, Locus amœnus, constituye una recapitulación donde el redactor del diario -pero también su reconstructor, y el escritor que está al fondo de este simulacro tan verdadero- cierra los ojos ante la redención del dolor, no sé si conseguida por el esfuerzo o sólo recibida por la gracia, a través de la música, la pintura, la poesía.


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