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jueves, 19 de diciembre de 2019

¿Cómo surge el poema?




                               ¿Cómo surge el poema?


1.-
¿Cómo surge el poema?

Hay autores que trazan de antemano un esbozo de lo que van a escribir: tanto que solo tienen que ponerle palabras al pergeño. Otros van a la caza y captura de metáforas, imágenes, visiones… incluso sin premeditación temática, a ciegas, haciendo camino al andar. (Confieso que yo cuando escribo la primera palabra no sé cuál va a ser la siguiente). Tan malo o bueno es un método como otro si el proceso acaba con una implacable tachadura: sustituyendo, pulimentando, jibarizando.

Un poema precisa unos límites que pocos saben darle. Es fácil desatar la pluma y dejar que diga lo que quiere. Lo difícil es contenerla y que en lo contenido -en sus limitaciones- haya un mundo propio, emocional e intelectual, que sea autónomo y renazca en el lector aunque no haya nacido para él. 

Contra el dicho popular, el mayor enemigo del poeta es la inspiración: el arrebato. Por eso Bécquer, siguiendo a Wordsworth, afirma: “Cuando siento no escribo”. Quería que sus emociones reposaran para que no se infiltrasen en su escritura desviaciones sentimentales o verborreicas. Lo cual nos dice definitivamente que es preciso domar el "rebelde, mezquino idioma" hasta encontrar la adecuación expresiva de lo que late en la mente: tensión, contención y armonía dictivas.

Antes, Poe había escrito en su Método de composición: “La ejecución de un poema es una operación intelectual, no un don de la musa”. Y basta recordar a Valery, a Pound puliendo a Eliot, o las 200 versiones que Dylan Thomas hacía de muchos de sus poemas para que no nos resulte extraño oír a León Felipe exhortar a la desnudez verbal: “deshaced ese verso, quitadle los caireles …”. García Lorca resume esa unión de irracionalidad y racionalización denominándolas simplemente “gracia y esfuerzo”.

2.-
Acerquémonos a dos textos que nos hablan, de modo similar y distinto, de la “inspiración” y su plasmación en la página: 

A) - La inspiración

Semejante a la fuerza
de la gravitación universal,
de súbito una voz me arrastra hasta el vacío
de la página en blanco.
No sé qué va a escribir mi pluma: lo hace
y el primer verso, la primera
palabra -que han nacido sin conciencia-
desconocen también qué otras palabras
y qué otros versos les sucederán.
Por más que oteo mi mente
o diviso el poema que se está engendrando,
un fantasma amanuense dicta y suma
sílabas y conceptos y emociones,
computa sentimientos, traza música
y, por fin, se detiene
como si la estrategia de su lírica
oculta y despiadada
hubiese dado fin y descansase.
Mi voluntad despierta entonces
y, dormido el fantasma,
tacho palabras, versos, pulimento
el sueño o pesadilla que ha dejado.

B) – Pulimentación

Primero es un rumor a un ritmo asido,
un aroma, una luz aprisionada
en la sombra, una hoguera dilatada
que asoma su fulgor desconocido.

Luego encuentra su música el sonido
en la frágil palabra revelada;
y la voz, caudalosa o mesurada,
la pluma ordena, pule y da sentido.

En la página hermosa y fatigada
alza la mano luz desde la bruma,
porfiando darle vida a cuanto nombra.

Quedan, bajo la herrumbre calcinada,
palabras sostenidas por la pluma
y sueños derribados en la sombra.

Los anteriores ejemplos no son ejemplares, pero sirven para el propósito: aproximarnos al proceso creador en sus diferentes fases: la aparición de las tópicas musas y la ejecución de lo entrevisto en ese pequeño "trance". El mismo tema ha encontrado, en dos tiempos diferentes, dos cauces de distinta moldura: ritmos blancos, en el primer texto; un soneto, en el segundo. Expresiones como “gravitación”, “arrastra”, “fantasma amanuense”, “pulimento” -en el primer poema- y “fulgor desconocido”, “frágil palabra”, sueños derribados”… -en el segundo- muestran la lucha entre irracionalismo y racionalidad, duelo en el que incluso la “estrategia” está “oculta”. La materia lírica, oculta como un magma en las entrañas de la mente, brota como un géiser que debe ser canalizado y convertido en manantial.

Ninguno de los textos tiene la adecuación precisa: visión y revisión de lo vislumbrado que deben concretarse en la precisión de lo sentido a través de lo expresado. Difícil es esa urdimbre. Y es que todo poema necesita encontrar la idoneidad:

3.-
Todo autor gesta su obra con cierta ceguera y alguna iluminación: con visión y técnica. Lo intuido tiene que ser verbalizado con adecuación. Y para ello son imprescindibles dos criterios o divisas: expresar sustancias memorables y huir de la idolatría retórica. Ni escribir como se habla, como pretendía Juan de Valdés (y hace tanto poetómano que apenas ha aprendido a farfullar), ni hablar como se escribe (que constituiría una jerga artificial y deshumanizada). Admitamos que el idioma poético es innumerable, indefinible e inclasificable, y el más difícil de aprender. No tiene normas precisas. En cualquier caso, solo una: debe buscar “el nombre exacto de las cosas”.
Juan Ramón Jiménez recoge esa inquietud con versos despojados, escribiendo como predica que hay que escribir: “¡Oh pasión de mi vida, poesía / desnuda…!”. Y en este  otro poema:

¡Intelijencia, dame
el nombre esacto de las cosas!
… Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente. 
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos, 
los mismos que las aman, a las cosas…
¡Intelijencia, dame
el nombre esacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!

Poco antes, el vanguardista Huidobro había publicado su “Poética” creacionista, en la que se mostraba, con otro signo, de igual contundencia en los mismos principios de escritura creadora, nomenclatura exacta y desnudez lírica:

Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas. (…)  
Cuanto miren los ojos creado sea.  
El adjetivo, cuando no da vida, mata.  
¿Por qué cantáis la rosa, oh poetas!
Hacedla florecer en el poema!
El poeta es un pequeño dios.

Un “pequeño dios” que tiene que ganar su verbo con el sudor de ser hombre. Miguel Ángel dijo señalando una roca: “La estatua está ahí; solo hay que quitarle la piedra que le sobra”. Eso es: tallarlo como un diamante. Lo cual requiere el hallazgo de la idoneidad. Idoneidad entre concepto y expresión: y como son indivisibles, la tarea es ardua.

4.-
Me detengo un instante: ¿Cómo formularíamos nuestro “dolorido sentir”? ¿Qué verso escogeríamos:

la potestad esquiva del dolor
o
la esquiva potestad del sufrimiento?

¿Cuál es el verso idóneo? ¿Se alarga demasiado el primero hasta encontrar en cuarta sílaba su acento melódico? ¿Resulta más melodioso el segundo, con su fonética rítmica más próxima, en 2ª y 6ª? ¿Es más aceptable para el oído interior un verso llano que otro agudo ("dolor" / "sufrimiento")? ¿No aceptamos y asimilamos, en fin, de mejor modo lo que se nos dice de armoniosa manera? Ya los antiguos sabían de estas sutilezas del corazón y del cerebro: dice Horacio:

 beatus ille qui procul negotiis

Garcilaso:

en tanto que de rosa y azucena

Sutilezas que no se improvisan, sino que las asimila el inconsciente poético hasta hacer compatibles y convertir en uno solo –aunque siempre hay retoques retocables- el trance y el intelecto, la verbalidad y su musicalidad. De modo que lo que se dice –válgame Perogrullo- es lo que se ha dicho / escrito. Quien carece de la “gracia” natural nada consigue por mucho “esfuerzo” que haga. Dicho de otro modo: el poeta se hace porque nace con los atributos para hacerse y porque rehace continuamente su poema: porque encuentra la idoneidad lírica entre lo que pretendía decir y lo que finalmente dice (siempre que ambas cosas sean categorías universales).

Creo que el error surge cuando quien escribe pretende frivolizar o literaturizar su escritura: porque la naturaleza del acto creador no se aviene con el artificio literario. La poesía no debe nacer del poeta ni para el poeta, sino de un ser humano ansioso por explicarse a sí mismo y descubrir su propio nombre íntimo y válido para otro ser humano; si bien luego debe venir el hombre sentidor y reflexivo a pulirlo como una efigie y convertirlo en arte. Incluso un poeta "social" como J. A. Goytisolo tiene en cuenta "el oficio del poeta”:

Contemplar las palabras                           
sobre el papel escritas,
medirlas, sopesar
su cuerpo en el conjunto
del poema, y después,
igual que un artesano,
separarse a mirar
cómo la luz emerge
de la sutil textura…

En fin: tras tanta introspección y búsqueda expresiva, queda lo que anota Salinas sobre el poema, en el que prefiere el Arte a la Naturaleza -en la vieja oposición entre imitatio y creatio-:

Y ahora, aquí está frente a mí.
Tantas luchas que ha costado,
tantos afanes en vela,
tantos bordes de fracaso
junto a este esplendor sereno
ya son nada, se olvidaron.
Él queda, y en él, el mundo,
la rosa, la piedra, el pájaro,
aquellos , los del principio,
de este final asombrados.
¡Tan claros que se veían,
y aún se podía aclararlos!
Están mejor; una luz
que el sol no sabe, unos rayos
los iluminan, sin noche,
para siempre revelados.
Las claridades de ahora
lucen más que las de mayo.
Si allí estaban, ahora aquí;
a más transparencia alzados.
¡Qué naturales parecen,
qué sencillo el gran milagro!
En esta luz del poema,
todo,
desde el más nocturno beso
al cenital esplendor,
todo está mucho más claro.

Y sin embargo, todo ingrediente que parece imprescindible deja de serlo cuando el auténtico poeta habla al margen de las poéticas, o con ellas: ¿Existe un poema más idóneo en su concepción, plasmación y recepción que, por ejemplo, “Masa”, de César Vallejo o, en otro extremo, el poema XX de Neruda?


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