Uno era más fiel a la inteligencia sin concesiones; el otro fue fidelísimo al público y condescendió a sus afanes sentimentaloides y ploreros. Uno era más payaso que actor, más rosalindo que árbol. A uno le gustaba llorar para contagiar su llanto al público. El otro prefería que el espectador sintiese sin empujones visuales.
Claro está: parece mejor el que sabe venderse.
Claro está: parece mejor el que sabe venderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario