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jueves, 6 de febrero de 2014

El abrazo de plástico

Fellini: Amarcord

Había soñado tantas veces con los senos de Welis que no se imaginaba el placer de sentirlos todavía más firmes, turgentes y exultantes. ¿Por qué llaman tan poderosamente al sexo las glándulas mamarias sino porque en ellas se recoge, ya de adulto, la proyección del gozo del niño amamantado, saciado en su ansiedad? Incluso los borrachos, al sorber la botella, deben de estar chupando el pecho de la madre.
     Cuando subía los peldaños que lo acercaban a su amada, tembloroso y ansiante, se sentía explotar en cada descansillo de la larga escalera, que aumentaba su pálpito y empujaba a soñar con el edén perfecto. Aludes de lujuria y erotismos innúmeros, y ensalmos femeninos de todas las especies, cruzaban por su piel cuando se abrió la puerta y vio la cama al fondo. 
     Welista lo tomó de la mano y lo condujo hacia donde esperaba llegar desde que el cirujano dio señal de salida para los erotismos.
     Y empezó la batalla, la desnudez tremante y el asedio a la presa. 
      ¡Oh, cuánto ardor y cuánto mordisco entigrecido!
     ¡Y oh -¡¡maldito sea el queso!!- cuánto horror el instante en que un pecho explotó y se llenó de plástico chorreoso, y de espuria vía láctea, su cara hundida en aquel torso estrógeno del doctor Frankestein! 
     En vez de una fálica explosión sintió que se acababa de consumar la derrota y suplantación del ser por el parecer.