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domingo, 18 de marzo de 2012

Un poema de Eduardo Moga (Antología, XLVI)


Canteloube: Cantos de Auvernia, 1



[CUANDO ESTOY SOLO…]



Cuando estoy solo,
las cosas se desprenden de su corteza, que cae
sobre las cosas
como una sombra de plomo
o asciende
inseparablemente de su caer.
                Su desnudez es hiriente:
irradia el resplandor oscuro de los lugares deshabitados;
telegrafía la vaciedad
de las manos vacías,
de los pájaros sin aire.
Cuando estoy solo,
las cosas, solas, se engríen,                              
se desquician por ser lo que son,
               enloquecen de límites
                                         / y aporías,
y hurgan en el fondo de los ojos con sus extremidades de humo,
y reparten su muerte como agua
encallecida. No hay en ellas pasadizos
que conduzcan a otras cosas,
ni atalayas desde donde excavar
en el cielo
          o en la muerte
para descubrir qué desemboca en la sangre
o qué la constituye,
para que la destrucción
tenga cuerpo, y no sea el mío,
para que descubra un cadáver, y no sea yo.
Cuando estoy solo, todo es múltiple, pero todo calla
[solo el silencio habla, urgido por el tiempo,
visitado por ruidos en ruinas
y noches de blancura feroz]; todo es uno,
pero todo es arena:
la piedra disiente de sus silicatos
y me obsequia una nada
que ocupa todo el espacio que ocupo,
hasta alcanzar el límite de las uñas
y las murmuraciones,
y que estalla, y continúa estallando,
y se espesa en su estallido, o se adormece en él,
como si fuera una música
                  que fuese también un grito,
y me alcanzan sus esquirlas, que devastan
esta nada entera, recorrida por ojos sin órbitas
y ríos sin estuario y lámparas sin calor;
el semáforo,
             triste, se descalza
y me empuja a una intemperie poblada de semáforos
más tristes todavía, por espectros embriagados
de ser, por transeúntes
cuya tristeza es tan alta
como yo.
         Cuando estoy solo,
los pechos que admiro
están vacíos,
como los ojos que los miran,
                                               y la luna no flota,
sino que se deshace como este papel en el que escribo
que la luna no flota, sino que se deshace
como una escarcha que me sirviera de coraza
y me oprimiese como una flor.
Cuando estoy solo, las sillas no me sostienen,
aunque me siente en las sillas,
aunque bucee en ellas.
                Cuando estoy solo, estoy en mí,
lloro o lluevo en mí, me perpetúo en la carne
y en el desvanecimiento de la carne,
en los símbolos y en su apaciguadora intercesión,
en lo que digo y en lo que me dicen,
aunque lo digan con los labios cerrados,
en lo que veo,
aunque lo vea con los ojos cerrados.
Cuando estoy solo, el tiempo no pasa:
se encharca en una solidez difusa,
en la que no crece la hierba ni desovan los insectos,
en la que los pétalos adquieren una consistencia mortuoria
y la luz, sonámbula, se expande como una lápida
por la tierra desesperada
que piso,
        que soy,
como un cemento doloroso que fraguase con la dureza
                                                          / de un espigón
y, en cambio, se levantara como una ola.
Cuando estoy solo,
                el tiempo
me embalsama en una quietud que quema,
y yo tartamudeo, antes de la que la tarde me cercene la lengua,
y con la lengua cercenada tartamudee más,
y atardezca.

© EDUARDO MOGA


Munch: Melancolía