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jueves, 13 de enero de 2022

Los ojos de la locura

                                                  Los ojos de la Metáfora (*)                                                                          (autopsia)

Henze: Tristan

      1.-  Uno de los errores de la interpretación consiste en creer que el arte -un poema, un cuadro, una partitura- es solo un acto de racionalidad y que, como tal, hay que entenderlo con la razón. No es así. Todo arte es un acto intuitivo en el que interviene la mente racional, pero desracionalizada siempre en una u otra medida por el ángel o el demonio de la animalidad. El artista sugiere lo que la ciencia y la filosofía aún no saben cómo decir, cómo codificar “lógicamente”. De modo que siempre habla desde una grieta de la racionalidad por la que se asoma la irracionalidad. El creador escapa a las leyes de la razón y dicta su obra desde esa transgresión, fuga o búsqueda. De ahí el atavismo de extravagancia, delirio, locura y otras calificaciones aplicadas al autor. El error estriba en negar que el hecho de “comprender” el arte consiste en sentirlo sin cánones. Interpretar un texto artístico es aceptar su dimensión inexplicable en términos de lo que viene llamándose lógica, que, cada vez más, va siendo un concepto absurdo en cuanto que no hay un solo canon de logicidad. De modo que hay tantas lógicas como premisas experienciales las hayan conformado, y los silogismos sobre un mismo hecho son infinitos. No sé si en los seres humanos permanece un residuo de la animalidad o es la racionalidad la que aún es una larva; creo que el intento de compatibilizar ambas identidades es lo que hace problemático al hombre y lo desborda cuando, en vez de conciliarse, la razón intenta matar la irracionalidad desde la que procede. Y esa pugna es lo que más se evidencia en el artista. Por eso tantas veces he afirmado que, por ejemplo, la poesía es una filosofía sin premisas, una conclusión visionaria.

       2.-  Mis libros no repudiados fueron escritos >> (con prólogos y epílogos de escritura -caótica también- que suman cientos de poemas) << casi en sendas semanas intensas y enfebrecidas, separadas por años afásicos: como si el dolor de la impotencia creadora se violentase en un vómito de voz incontrolada; el horror a la sombra producía la luz desde la sombra; o más tiniebla. Los ojos de la metáfora (me detengo en él no porque lo aprecie más o desprecie menos, sino porque es la constatación de mis abismos y supuso un gozne en mi vida) es una especie de Sísifo que se busca a sí mismo y cuanto más intenta alzarse y descansarse más cae como un fardo sobre sí, en un trabajo solipsista del que es víctima y verdugo. 


con la mano de amianto trazo líneas 

esputos larvas tanzas claves fuego 

asomado al brocal de mi guarismo 

y fulgentes latrías bruman niebla 

dentro del lupanar de la memoria 

ardiendo inexorable tiempo espacio 

y yo dentro del cerco estatua altiva 

cimbreada entelequia de la nada 

errante contingencia del acoso


Creo que todo está dicho en el primer fragmento: los demás insisten obsesivamente, desarrollan, indagan, enloquecen, torturan. ¿Qué hay en ese primer coágulo? Leyéndolo como un texto ajeno veo algunas palabras que reinciden en forma de sinónimos en el resto: mano, larvas, guarismo, niebla, entelequia, acoso ... Es decir: el autor es un amanuense que esparce en la página semillas de sí mismo para averiguar su identidad, pura abstracción indefinible, y, en el asedio, se convierte en un oscuro monstruo que se devora cuanto más se lame. El buscador deviene perseguidor, la captura se convierte en huida, la claridad emerge fundida en el hermetismo de la revelación, el hallazgo es una autodestrucción. Tal poesía es un metarrealismo autoconfesional -cuyo confesor no se perdona si no es “pecando” más, y de ahí la lucha- transformado en intelección emotiva. Siempre he pretendido, inconscientemente, en un proceso doloroso inexcusable, descarnar la apariencia para encarnar la esencia, abolir o arriar la circunstancia para abanderar la sustancia. Creo que nunca he suplantado la autenticidad por la belleza, aunque esta, en su significado más profundo de armonía, me parece imprescindible.

      3.-  Teniendo en cuenta lo anterior, todo es deducible desde un plano puramente léxico. Por “sinónimos” hay que entender, mejor, variaciones léxicas en un campo semántico. Veamos como ejemplo de aproximación explicativa ese primer “coágulo” o “fragmento”: cómo las palabras acosan al creador en su acto creativo, cómo el cazador es su propia caza. Y sepamos de antemano que el autor ha ido hilvanando una vomitación verbalmente inconexa, acuciado por su método -impremeditado- de autosicoanálisis, una escritura automática controlada. Hay varias referencias a ese empirismo del visionario: “Hasta tal punto llega mi automatismo que, cuando cesa la música, dejo el poema donde está” (en J. Guillén García: 100 años de poesía); “No he escrito un solo texto en mi vida en el que supiese cuál era la palabra que venía después, ni siquiera la primera” (La lucerna, julio, 95); “Me siento en mi escritorio, al aire de una vela, escuchando la “Catorce” de Shostakovich o el “Tristán” de Henze, caigo en trance y comienzo a escribir” (Cultura, abril, 1985).

     Y bien: puesto que solo podemos “comprender” desde lo que ya “comprendemos” -en realidad, desde lo que asumimos como incuestionable-, veamos ese primer texto y qué hay en él que resulte comprensible por empatía: “con la mano de amianto trazo líneas / esputos larvas tanzas claves fuego / asomado al brocal de mi guarismo / y fulgentes latrías bruman niebla / dentro del lupanar de la memoria / ardiendo inexorable tiempo espacio / y yo dentro del cerco estatua altiva / cimbreada entelequia de la nada / errante contingencia del acoso”.

         Sin duda hay un léxico poco común o, más ciertamente, urdimbrado de forma que se hace ininteligible en ocasiones por la lejanía de sus significados a pesar de la contigüidad de sus significantes; pero la abstracción de un cuadro no debe impedir que miremos sus elementos concretos, de los que parte toda abstracción. Y si, después del rechazo o asombro de la primera lectura (en la que esperamos hallar una historia, una imagen o una melodía como en los textos más convencionales), leemos tachando lo que nos molesta -por oscuro- para ver la mucha o escasa claridad que pueda haber, encontramos algo tan poco alejado de la cotidianidad de un escritor como esto: “con la mano ... trazo líneas ... dentro del cerco (donde soy) errante contingencia del acoso”; afirmación que sólo ha consistido, por decirlo así, en buscar la oración germinal de una frase, dejando sus meandros para mejor ocasión. 

          De otro modo: *estoy escribiendo y en la página (“cerco”)  en la que me acecho soy estas palabras como pudiera ser otras*. ¿Podemos saber algo más? Sí: *soy un ser al que intento descifrar (“guarismo”) mirando el pozo (“brocal”) en el que la “memoria” ya se ha convertido en un hacinamiento de recuerdos fingidos o falsos (“lupanar”) porque la idolatrada (“latrías”) imagen del pasado pone “niebla” en la mirada y me convierte en “entelequia*. ¿Todavía más? ¿Por qué “mano de amianto”? Lo deduciremos al final: pero, sin duda, el autor teme quemarse con el “fuego” de su ejercicio poético (tan es así que en XXXIII ya es “rojo el amianto”); no en vano las líneas o versos son también “esputos”, “claves” y “larvas” de la “estatua altiva” que teme o quiere encontrar mientras permanece “ardiendo” entre la escritura “inexorable”. (Los números de los coágulos no se refieren a la edición del Instituto de Cultura Juan Gil-Albert, sino a la de Fragmentos de identidad, Aguaclara, 1993).

         Claro: lo antedicho no está explícito en este coágulo: pero se deriva de los otros, con los que -imposible olvidarlo- forma un único texto. Y si acudimos a ellos en una avanzadilla descubrimos que el autor pretende nada menos que escribir el gran poema  (construirse a sí mismo) y sucumbe ante su imposibilidad, con lo cual se debate en una tortura que lo despedaza y hace añicos (fragmentos) y lo destierra al silencio (la “afasia” y “la estrategia de la muerte”, en XXXII y XXXV) como única liberación de ese dolor: pero la deserción le produce otro mayor y en ese laberinto se metamorfiza en un Teseo que es simultáneamente Minotauro: un monstruo enloquecido y enloquecedor (“tengo miedo del monstruo de mi mente”, XXIX), tan ansioso de suicidio como de eternidad. 

        Llamo la atención ahora sobre “frisando 35 adjunto plagio” (X), “cuévano gris” (XXX) y “antosaurio” (XIV). ¿Son unas oscuras baratijas? De Don Quijote se dice que “frisaba la edad de nuestro hidalgo ...”. Así que es fácil presumir que nuestro autor tiene 35 años cuando escribe su frustrado (“plagio”) poema en su mente, página o habitación -o escritorio-, o triambos significados simultáneos (“cuévano gris”), fracaso que lo desespera y transforma en bestia de sí mismo (“antosaurio”); en tal estado construye y destruye su identidad cayéndole encima todas las babeles de la introspección. El texto se alucina y atormenta al autor cuando, por una grieta de su mente vislumbra el “otro lado” (II) de la mismidad: la “bisagra” (XXIX) giroscópica de su dualidad le confirma su luzbélico rostro derrotado y acechante (“un saurio enloquecido bajo el cráneo”, XXXV), y los esfuerzos inútiles que han supuesto su vida  (“naufragio”, XXVII;  “verso suicida”, XXVIII). 

        4.-  Como suele ocurrirme, yo no sabía que había dicho lo que digo, si es que lo dicho es lo que dije. Solo ansiaba descargarme de la ansiedad del vómito. Que la náusea fuese también razón de la palabra para escribir su tragedia es algo que me desbordaba. Los ojos de la metáfora son los chirridos de la mente cuando se siente torturada. Y cuando la conciencia quiere hablar y los contenidos no se corresponden con las palabras o estructuras existentes, necesita inventarlas. En cualquier caso, tomando las disquisiciones anteriores como punto de partida, ya sólo queda compartimentar el léxico en núcleos como “pluma”, “página”, “búsqueda”, “hallazgo”, “identidad”... y añadir ciertas consideraciones para esclarecer el hermetismo. 

        Pero esos otros cuatro o cinco folios ya no caben aquí. 


(*) Síquese el texto según la edición digital de El mausoleo y los pájaros, en la Biblioteca Virtual Cervantes:

 http://www.cervantesvirtual.com/portales/antonio_gracia/su_obra_catalogo/



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