Remozamiento gregoriano: Tristán e Isolda
Escribió Poe en su “Método de composición”, tratando de
justificar su poema “El cuervo”, que el tema más universal es el amor, y que si
a este se le añaden belleza, juventud y muerte tendremos la obra inolvidable.
Pues bien: la sabia conjugación de esos ingredientes, casi cuatro siglos antes,
es “La celestina”. Nada nuevo afirmo si digo que “La Celestina” trata del amor,
la lujuria y la represión; es decir: del enfrentamiento entre el individuo y la
sociedad; o sea: de la libertad íntima o su carencia. Y esta es la actualidad
de una de las obras de mayor singularidad y trascendencia: pocas obras hay en
nuestra literatura tan peculiares como ella y muchas que han continuado su
visión de la sociedad y del amor.
La Celestina muestra un mundo regido por la sexocracia, como el antiguo y el moderno y como no puede ser de otra manera si se quiere ser fiel a la realidad de la naturaleza humana cuando es reprimida su sustancia y su impulso. Todos los personajes viven ávidos de vivencias eróticas, carnales, sexuales, tanto los nobles como los plebeyos. Melibea y Calisto ansían satisfacer su sensualidad, aunque aparezca a veces disfrazada o vestida de honestidad o platonismo. Y los criados, más cerca de la tierra, no se andan con remilgos para expresar su anhelo de lujurias. Quienes hayan constatado, como Hita el realista y Dante el sublimador, que tras el hambre es el apetito carnal el motor que mueve el mundo, no disentirán ni dirán que exagero cuando afirmo que toda la obra es un combate sexual atrincherado a veces en escondites que la sociedad ha pergeñado como un rincón al que se arrojan las lóbregas pasiones. Y como humana pasión, no se descarta en ella el alambique del amor cortés ni las interesadas astucias con las que se logra la carnalidad. A la crudeza de esta, que abrirá puertas hacia la “Lozana andaluza” y otros derivados, pondrá peros Cervantes cuando califica la obra de “libro a mi entender divino / si encubriera más lo humano”. El petrarquismo de aquel será desarrollado por Garcilaso, Quevedo y tantos poetas áureos.