Donde se nace; donde se muere
La exposición de Elena Aguilera, en el MUA, introduce al espectador en una luminosa estancia íntima en la que la serenidad parece provenir de los cuadros -de diferentes dimensiones- tras los que se trasluce un paisajismo físico que el siquismo autorial ha convertido en lindantes con la abstracción. Esta fisicidad aprisiona al espectador en un espiritualismo que la pintora ha extraído de su trayectoria y su talante, cosa que importaría poco, puesto que toda obra es una manera explícita o implícita de autobiografía. Pero lo que interesa aquí es que tal dibujo de la “realidad”, sin ser concreta o abstracta, sino híbrida, sumerge a quien contempla en una avariciosa claridad. Esto último, tan necesario en el mundo actual -lo de la claridad como camino a la esperanza- entra dentro de esa máxima que llevo defendiendo hace 20 años, la de la voluntad hímnica, implícita en la otra de construir “el himno en la elegía”. Y eso lleva dibujando-pintando la autora a lo largo de su obra. Baste recordar su serie “El azul no es un color”. Y no lo es: porque es un estado del ser, del ánima, de la vida.
Parece que los objetos de la naturaleza física hayan sido desdibujados añadiéndoles naturalezas síquicas -o al revés- para conjuntar entes mixtos de abstracción y figuración. Torsos, ramajes, roquedales, ríos, indefiniciones… despojados de todo cuanto les sobra mediante trazos gruesos fugitivos de convertirse en siluetas perfiladas, parecen ser los arbotantes del diseño inicial sobre el que se construye esta presencia mural.
Poco importa la causa que provoca un efecto si este es digno de una celebración. Y este lo es. Y además, muestra una gradación y conquista en el estilo de la pintora, que indica no un azar encontrado sino un estilo buscado.
Cada artista -cada ser humano- aglutina una serie de sensaciones y fórmulas expresivas que actúan como premisas irracionales que se van racionalizando a fuerza de trabajo y elección de lo sentido, pensado y materializado. Lo que aquí resulta es un breve espacio de serenidad coloreada “donde se vive, donde se muere”, según la artista titula su conjunto pictórico-vital.
Pocas veces el autor sabe mucho de su obra: este suele saber de ella que sintió una necesidad imperiosa de crearla y convirtió, mediante búsquedas y hallazgos, su intuición en creación. Y pocas veces el ciudadano sabe por qué acude a una exposición. Los asistentes al MUA tal vez no distingan -aunque sientan- la identidad o contenido de cada uno de estos cuadros, o de su conjunto; pero saldrán transformados porque una íntima alegría habrá invadido su hartazgo de contemplaciones pintureras.
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