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martes, 21 de diciembre de 2021

El territorio de la lírica.

 

           Bach: Aria (Suite nº 3)

          De nada sirve hablar de poesía si no se admite que esta, lejos de ser asunto de poetas, es cosa necesaria para la vida cotidiana. No la poesía malentendida como ingeniería intelectual, juego retórico y pretenciosamente secreto que no llena de carne las palabras con las que se adorna. Por el contrario, me refiero a esa poesía que descifra con sencillez y pureza retratos escondidos de la identidad del ser humano y que, por eso, hace que el lector se reconozca o se descubra en ella. Las millonarias ediciones de los 20 poemas de amor, de Neruda, por ejemplo, o la constante presencia de Bécquer, confirman ese estado emocional permanente en el que se debate el hombre. No son grandes best-sellers estas obras porque traten el tema del amor, la vida o la muerte -que son los más universales, por originarios de los demás-. Lo son porque, además de ese tema específico, exponen otros muchos enredados en él desde siempre y desde el Siglo de Oro: los anhelos y los desengaños, la existencia interior que cada día emerge de los corazones en lugares remotos y prosaicos, pero pegados a la piel: Una palabra entonces, una sonrisa, bastan: porque renace la esperanza, la necesidad de soñar a pesar de los naufragios.
          Si alguna duda hubiese sobre la preponderancia de la poesía basta con repasar los pasajes gloriosos anclados en la memoria de los hombres: recordamos aquellos en los que prevalece la inmersión en las emociones, territorio, por antonomasia, de la lírica.    
          Lea el ciudadano libros de poesía, escuche el silencioso murmullo de la música, contemple el humanizador paisaje de un buen cuadro... observará que es suficiente para cambiar la imagen insensible que se nos da del mundo.

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