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domingo, 29 de diciembre de 2013

33 Laconismos. Sexta Serie

Avuelista: Despojamiento lacónico

El artista no puede aislarse en ese país llamado arte, desertando de la realidad física: porque, si no, no se cumple enteramente como hombre.
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Todo aquello que sueña el corazón 
existe en algún sitio
o acaba por crearse.
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Hoy no puedes sentirte orgulloso de ser hombre hasta que no despiertes, siquiera, una sonrisa ajena.
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La vida siempre se tolera o se admira más cuando se ha perdido que cuando se posee: cuando los sueños han sido derribados por el fracaso de las ensoñaciones ilusorias. ¿Pues qué es la vida sino un viaje junto a otros y contra otros, una sucesión de incomprensiones que nos empeñamos en vencer?
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De verdades -poéticas y prosaicas- vive el hombre, no de versos impunes ni prosas sin semilla.
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La estatura poética nada tiene que ver con la extensión poemática.
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La poesía es un péndulo íntimo que oscila entre dos semas nucleares: la oda y la elegía.
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El mejor poema es el que dicta, con palabras de otros, las que quisiéramos que fueran nuestras porque se convierten en un fragmento de identidad humana. Por eso debe estar escrito por el poeta que hay en cada hombre y para el hombre que hay en cada poeta -y en todo lector.
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La sociedad se pudre cuando convierte la solidaridad en complicidad. 
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Lo que importa no es cómo se llega a un poema, sino el poema, su noble idiosincrasia. Pero mejor que crisantemos de la sombra es ofrecer perfumes de la luz. 
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Si trazamos una bisectriz a lo largo de la Historia de la poesía veremos que, fundamentalmente, es la misma que la de la Historia del hombre: un corazón puesto a pensar sobre sí mismo. De donde se deduce que un poema pretende ser tanto un autorretrato metafísico como un retrato del hombre universal. 
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La muerte es el único monstruo al que no puede vencer la voluntad.
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Reler a los "clásicos" es descubrir que la pluma sabia se ennoblece con el tiempo.
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Aprender de los errores es el primer paso en el camino del conocimiento.
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Ahora ennecedarse es el mayor onanismo de la inteligencia.
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El misterio es la sustancia que mayor atractivo ejerce sobre el ser humano, ya que, como ser racional, el hombre necesita, inexorablemente y como afirmación de su identidad, explicarse lo irracional, liberarse de la animalidad.
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Muchos hay que pretender ser la conciencia de los demás y los verdugos de quienes piensan libremente.
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La verdad de cada uno es lo que cada uno cree que es verdad. Y nada pueden los otros para demostrar lo contrario: porque a la razón egótica le repugna admitir su error e inventa causas para su contumacia. 
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La nostalgia no es otra vida, sino carencia de ella.
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Ser adulto significa haberse convertido en suicida inconcluso del niño que fuimos.
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¿Qué hacer cuando la impunidad preside una supuesta Democracia? Ya no podemos culpar a un dictador. ¿Somos nosotros quienes creamos delincuentes? 
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Buena es la velocidad (si se sabe para qué llegar antes y adónde).
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El corazón tiene razones que debería explicarle a la razón del corazón abandonado. Pero el dolor no es capaz de entender.
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En la auténtica poesía el poeta propone y es el hombre que hay en él el que, finalmente, dispone: y el poema siempre acaba por decir lo que incluso el poeta quería silenciar. Lo demás es literatura.
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Es el artista -pintor, escritor, compositor...- el que, siempre en actitud introspectiva, consigue dar forma a sus fantasmas o sus ángeles. El auténtico artista expresa su realidad -sea figurativa o abstracta- minimizando la distancia que hay entre su creación y el objeto -físico, síquico- de su interés. 
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La naturaleza espontánea de una obra es el resultado de la eficacia de su naturaleza cultural.
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Mejor que educar para merecer el cielo es enseñar a merecer la tierra. 
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La inteligencia es una enfermedad ya erradicada.
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El hombre, en verdad, solo es, como quería Aristóteles, un “animal político” porque necesita defenderse socialmente de los otros animales llamados hombres.
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Cuando dejan de amarnos, de repente cumplimos muchos años, por la misma razón que, cuando amamos, el corazón se llena de juvenilidad.
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El celoso se odia porque cree que nadie lo ama y, por lo tanto, no puede amarse a sí mismo, puesto que el odio de los demás contradice la posibilidad de la autoestima.
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Si el amor transforma para bien a aquel que ama, los celos transforman para mal a quien los padece.
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Los celos no son una consecuencia -y menos una “prueba”- de amor: constituyen la identidad de algunos seres, su inestabilidad profunda.
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