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viernes, 17 de octubre de 2014

CIEN POEMAS en un blog. Edición de bolsillo

Edición agotada. Ver original
Henze: Tristán






Ediciones Oniria







Colección
INCUNABLES INTERNÉTICOS
TÍTULO QUINTO

100 poemas en un blog

Varios autores




En esta sección encontrará el lector algunos libros dados a conocer durante los primeros años de la aparición de la imprenta internética (cosa que no garantiza la nobleza de su calidad, como no la tenían muchos de los incunables gutenberguianos). Tal vez valga la pena su edición globerística por el hecho de ser difíciles de hallar en otras bibliotecas. Algunos son tan incunables que permanecen inéditos en cualquier medio que no sea el amanuense, el emailiano o el juglaresco.

No podemos disfrutar todos los libros con los cinco sentidos, pero sí con el sexto, que es el menos común: algunos nacen al margen de los públicos y eso los hace más minoritarios aún, bien por vocación ensimismatoria, bien por amor al arte, bien por misantropía. ¿Y qué editor invertiría en un libro que no fuese, también, un negocio?


La presente impresión es facsimilar del manuscrito de la mente, y consta de tantos ejemplares como el lector tenga a bien decidirse a ojear -siempre en edición princeps-.

Contra lo establecido por la Ley del Dinero, autor y editor conceden el permiso necesario para que el libro pueda ser copiado, convertido en pdf y transferido a cualquier lector electrónico.

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100 poemas en un blog


Copyright: Los autores
Incunables Internéticos Editores
ISBN: Mientras mi vida fluye hacia la muerte
Printed en el Universo Globario

Eternidad Primera, S/N


Permitidas todas las reproducciones





100 poemas 
inéditos, algunos escritos para este blog. Eso es lo que tienen en común los aquí recogidos: ser una muestra de lo que se está escribiendo. Si aquí los traigo es porque creo que un blog es la única publicación que puede mostrar lo mejorable o desechable, y servir, por tanto, de borrador, cosa que no ocurre en la edición papirofléxica. Por eso no pretenden suplantar la lectura de otros de renovados méritos. 
En realidad, hay tan escasa escritura digna que sobramos casi todos. Aunque esa verdad solo debe ser un aliciente para limitar nuestras publicaciones.

(Para ir a la publicación original, pulsar sobre los autores en el Índice)



Autores 
(Pulsar sobre nombres para ver incunables)









Pablo de la Rosa

El equilibrio de los astros

Luego de muchas vueltas en la cama
tratando en vano de abrazar el sueño;
desempolvando algún recuerdo triste
que me acompaña y me acompañará
hasta que la vejez me desconecte
de mi propio pasado; percibiendo
oscuramente algún dolor difuso
que empieza poco a poco a concretarse;
pensando todo lo que pudo ser
pero no pudo ser; atribuyendo
una admirable biografía a esa
mujer que me he cruzado por la calle;
oteando el futuro mientras doy
media vuelta a mi cuerpo en la parrilla
enojosa del lecho..., finalmente
me levanto aturdido. Todos duermen
en la casa. La noche es aún muy noche,
y yo subo despacio los peldaños
hacia el estudio. Sobre el suelo brilla
un gran charco de luz. Por la combada
claraboya del techo veo la luna
helada del invierno, que me lleva
hasta otro invierno gélido y remoto.
Mi padre entra en el cuarto y ya se inclina
sobre la cama para ver si duermo,
con el esmero de quien sostuviese
el frágil equilibrio de los astros.
Quizás musita una palabra, porque
un vaho se desprende de su boca.
Un momento después, cierra el postigo
por donde entra el claror que me desvela,
antes de retirarse hacia su noche.








1


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Luis Alberto de Cuenca




MATILDE URBACH

Dios que vives y reinas en el cielo,
que manejas el rayo y, a la vez,
la piedad infinita, presta ayuda
a mi amigo, pues desde que se hizo
de noche no lo he visto y ya muy pronto
se hará de día.
                             Buen amigo, álzate
suavemente del lecho, pues la estrella
que anuncia el día asoma por oriente.
Te lo digo cantando, como el pájaro
que va en busca del día por el bosque.
Una y mil veces te lo digo: tengo
miedo de que el celoso te sorprenda.
Desde que te dejé, no ha transcurrido
un solo instante sin que, de rodillas,
haya rogado al Dios de mis mayores
que vuelvas sano y salvo, pues se acerca,
irremediablemente, la mañana.
— No insistas, compañero. Con Matilde
Urbach desfalleciendo entre mis brazos,
no me importan ni Borges, ni Giraut
de Bornelh, ni esas luces implacables
con que se anuncia el alba de mi muerte.
                       
                                Madrid, 31 de julio de 2011









2

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José Luis García Martín


ELOGIO DE LA NADA


El viento llega y lleva lo que siento
en esta claridad de noche cierta
hasta un alto castillo cuya puerta
guarda un dragón que llaman pensamiento.

Quiero entender mi incierto entendimiento,
cerrar la noche que ha quedado abierta
y abrir los ojos a la vida muerta
mientras el viento pasa y paso lento.
Donde toda mi vida está escondida
y cerrada también cualquier herida
y la sombra con sombra se encadena,

todo es de pronto luz y mar abierto,
todo es verdad y amor y nada es cierto.
Pero esa nada azul el alma llena.








                 

3

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                 Asunción Escribano Hernández



                    UNA LLAMADA ES COMO UN PRESAGIO




Te llamaba línea, y dibujaba tus contornos

en la arena, dejando disolver los límites

precisos en la anchura prodigiosa del abismo.

Curva, y moldeaba en ondas la armonía

de la tarde con su espesor de cauce.

Siembra, y las cosas restallaban

como trigo furioso bajo el viento.

Lluvia, y sentía amanecer la almohada

húmeda de jazmines ebrios y rocío.

Esperanza, y los niños se reían

con las manos abiertas, blancas y espumosas

de los estanques somnolientos en otoño.

Fuego, y en la noche palpitaban los perfiles

de los astros al son del cierzo sobre el río.

Te llamaba cirio y estiraba mi presencia

para rozar tu luz levemente con los dedos.

Te llamaba salmo e invocaba la música

del relámpago en abril y su haz de lumbre.

Te llamaba aire, conteniendo la respiración,
para asumir en una bocanada larga tu presencia.

Recibía tu llamada desde dentro, pero
afuera las cosas te gritaban. Señalaban
tu nombre y tu existencia como fiebres,
como llamaradas, como incendios bruscos.

Y te amaba en otros nombres sin saberlo.










4

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Ángel Guinda


TAL VEZ VOSOTROS SABÉIS


No sé, escucho himnos dentro de las lágrimas.
Tuve una casa con ventanas en el techo:
veía tiburones, cordilleras, trenes volar.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
No sé bien qué es la paz:
llegué tarde a la guerra.
La tempestad está tras la montaña,
sobrellevo el estruendo de su luz.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Tiemblan mis pies
cuando retumba el eco del silencio,
no sé si las palabras tienen sangre.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
No sé por qué se tambalea el vértigo
cuando miro las cúpulas,
pero noto en mi pecho borboteos de petróleo.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Mi país es un rompecabezas,
al más mínimo golpe se desvertebrará:
ya no tendré país.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Desde el avión veía sobre el mar
manadas de elefantes petrificados,
dromedarios tendidos, sombras de cocodrilos:
me dijeron que eran islas griegas.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Huyo, siempre huyo: acaso tras las puertas
que arrancan sus bisagras, sus cerrajas
y, a lomos de las llamas, corren irrefrenables
a traducir los ladridos del mar.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
La poesía debe ser extrema,
estampido de mundos, abrazo de la pólvora,
escardar las tinieblas con antorchas,
trepanación de asombro y ebriedad.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.
Yo no sé qué preguntan al sol los limoneros.
Ignoro los secretos de las algas y de las medusas.
Tampoco sé si esto es un poema
o una pequeña galería de hormigas.
Tal vez vosotros sabéis, yo sólo canto.








5

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José Luis Gómez Toré



Bajo los árboles


Como quien se ejercita
en otro modo de filtrar la luz,
caminamos así debajo de los árboles.

Renueva este pacto tan frágil,
di comenzar o álamo,
ejerce la piedad que se oculta en los nombres.

Es esta la frontera del verdor,
el tímido oleaje que despierta
cuando sólo podemos soportar
un fragmento de cielo.

Saber que el horizonte es celosía.
Tan derramada luz.

Es difícil vivir a esta altura precisa
tan cerca de la tierra.





6

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 Rafael Fombellida 



NOCTURNO DEL TEMBLOR



Tiemblas conmigo, Noche. ¿También tú?
Me rendiste en tu selva, vaciaste mi lumbre,
besé la negación que me ofrecías,
y ahora siento tu brazo rozarme avergonzado
y tus sienes gotear un zumo muy caliente
que puja por bañar mi verdadero rostro.
¿Te arrepientes, Oscura?
¿Te retraes de mí, te doy acaso sombra?
Mira mis cuencas fijas, su violeta profundo.
La casa está en silencio. Su alegría, agotada,
se acuesta como un niño que ha corrido hacia mí.
No sé cómo pedirte que ahogues ya mi lámpara
en vez de resignar mi suerte y tu propósito.
Gústame el aire, Negra, viniste para eso.
No se achique tu podre levadura.
Muérdeme como a baya de arándano silvestre
y móndame los huesos, desenvuelve lo vivo.
Estoy tendido y tiemblo, azúzate, Gran Perra.
Estoy postrado y tiemblo igual que tiemblas.
No se diga que me has tomado pánico
tú, certidumbre inmunda que me roe y consume.
Debería besarte comisuras y pómulos,
el hueco del alvéolo, tu sedienta quijada.
Debería estrechar tu envergadura seca
y confiarme entero al enamoramiento.
Pero también conmigo dentellas, Homicida,
vibras porque te admira mi impudor.
¿Quién te habrá visto así, desnuda y agitada,
caída en la desgracia de temer mi deseo?










7




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EDUARDO MOGA



[CUANDO ESTOY SOLO…]



Cuando estoy solo,
las cosas se desprenden de su corteza, que cae
sobre las cosas
como una sombra de plomo
o asciende
inseparablemente de su caer.
                Su desnudez es hiriente:
irradia el resplandor oscuro de los lugares deshabitados;
telegrafía la vaciedad
de las manos vacías,
de los pájaros sin aire.
Cuando estoy solo,
las cosas, solas, se engríen,                              
se desquician por ser lo que son,
               enloquecen de límites
                                         / y aporías,
y hurgan en el fondo de los ojos con sus extremidades de humo,
y reparten su muerte como agua
encallecida. No hay en ellas pasadizos
que conduzcan a otras cosas,
ni atalayas desde donde excavar
en el cielo
          o en la muerte
para descubrir qué desemboca en la sangre
o qué la constituye,
para que la destrucción
tenga cuerpo, y no sea el mío,
para que descubra un cadáver, y no sea yo.
Cuando estoy solo, todo es múltiple, pero todo calla
[solo el silencio habla, urgido por el tiempo,
visitado por ruidos en ruinas
y noches de blancura feroz]; todo es uno,
pero todo es arena:
la piedra disiente de sus silicatos
y me obsequia una nada
que ocupa todo el espacio que ocupo,
hasta alcanzar el límite de las uñas
y las murmuraciones,
y que estalla, y continúa estallando,
y se espesa en su estallido, o se adormece en él,
como si fuera una música
                  que fuese también un grito,
y me alcanzan sus esquirlas, que devastan
esta nada entera, recorrida por ojos sin órbitas
y ríos sin estuario y lámparas sin calor;
el semáforo,
             triste, se descalza
y me empuja a una intemperie poblada de semáforos
más tristes todavía, por espectros embriagados
de ser, por transeúntes
cuya tristeza es tan alta
como yo.
         Cuando estoy solo,
los pechos que admiro
están vacíos,
como los ojos que los miran,
                                               y la luna no flota,
sino que se deshace como este papel en el que escribo
que la luna no flota, sino que se deshace
como una escarcha que me sirviera de coraza
y me oprimiese como una flor.
Cuando estoy solo, las sillas no me sostienen,
aunque me siente en las sillas,
aunque bucee en ellas.
                Cuando estoy solo, estoy en mí,
lloro o lluevo en mí, me perpetúo en la carne
y en el desvanecimiento de la carne,
en los símbolos y en su apaciguadora intercesión,
en lo que digo y en lo que me dicen,
aunque lo digan con los labios cerrados,
en lo que veo,
aunque lo vea con los ojos cerrados.
Cuando estoy solo, el tiempo no pasa:
se encharca en una solidez difusa,
en la que no crece la hierba ni desovan los insectos,
en la que los pétalos adquieren una consistencia mortuoria
y la luz, sonámbula, se expande como una lápida
por la tierra desesperada
que piso,
        que soy,
como un cemento doloroso que fraguase con la dureza
                                                          / de un espigón
y, en cambio, se levantara como una ola.
Cuando estoy solo,
                el tiempo
me embalsama en una quietud que quema,
y yo tartamudeo, antes de la que la tarde me cercene la lengua,
y con la lengua cercenada tartamudee más,
y atardezca.









                                              

8

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Antonio Moreno

CAMINO DE LA PIEDRA ESCRITA


El que dice saber, ¿qué sabe? Nada.
Ve, sin embargo, y llega hasta el camino
que algunos llaman de la Piedra Escrita.

Hay granados y almendros en sus márgenes,
y un monte perfilado por el oro
cegador de esta tarde en cambio lúcida.

Hay tanta claridad, que absorbe a todo
aquel que va, camina y pasa dentro,
hacia ella, y se lo lleva con su luz.

                                                                               




          


9

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            Pedro J. de la Peña



  NORMAS NOVÍSIMAS

Ejércitos de sombras en la tierra irredenta
vagaban por las calles dolientes de la tarde.
    LORENZO MARTÍN DEL BURGO


La fiel caballería fue invitada,
casi en bloque, al gran baile de la duquesa rusa.

Al repicar del alba, los húsares y ulanos
se armaron confiados para la cruenta lucha.
Coraceros y dragones los envolvieron por sorpresa
en una escaramuza sagaz como la niebla.

Relinchaban los potros, y en la extensa llanura
retumbaba el zumbido de cascos y metralla.

Entrechocaban los aceros, los sables relucían,
y el cornetín, sangrante, llamó a la retirada
cuando murió el alférez portando el necio trapo.

Un montón de gusanos quedó sobre el terreno
de uniformes raídos y empapados de barro.

                            






10


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Basilio Sánchez 

CON UN LIBRO EN LAS MANOS



Germina una palabra sobre el papel de arroz.

Como el dibujo a lápiz de un arbusto
en un patio de nieve,
como si los silencios de tu casa
golpeasen los muros de la mía.

Cuando tengo delante la mesa de madera
con la pequeña luz desportillada
que ha vivido conmigo.
Cuando no tengo nada, y muy despacio
comienzo a darme cuenta de que aún queda
mucho sitio en los márgenes,
mucha vida aguardando en la penumbra,
en todos los lugares que ahora intuyo
que se han vuelto accesibles.

Porque hay alguien sumido en la nostalgia
de un país interior y porque elijo,
entre todas las puertas,
aquella que se abre a la mirada de un hombre,
la que es un árbol dentro de otro árbol.

Con un libro en las manos.
Aquí, en esta casa en la que sólo se muere
                                                             / de vejez.


                                                 




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           Rafael Escobar Sánchez

NOSTALGIA DE UNA ISLA
              
                                               a Andrés Sánchez Robayna

Nostalgia de una isla, de la primera,
de la más pura,
de cualquiera
donde el sol desnude y ponga a secar sus vocales,
allí hay una gruta con sones de mar secretos,
un orden de enérgica anarquía del viento
y los limones son el brillo de carnalidad
de esa niebla que vuelve dudosa la línea del horizonte
y tiñe los mapas de su fantasmagoría,
isla-palabra, lenguaje de signos de origen que alumbra
y cunde en las cosas el canto gozoso de su nominación,
isla-cuerpo, sexo que sabe los meandros abiertos
                                                   / de mi piel
y me agrede clavándome los bordes de mis límites,
isla-delirio, tierra alta y rotunda de excentricidad
que adivino en el fondo de un cráneo en la arena
y consuela mis días uniformados de fiebre
como la ventana siempre abierta a lo no posible.

                                           





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Amalia Bautista

IDA Y VUELTA





Cuando nos dirigimos al amor
todos vamos ardiendo.
Llevamos amapolas en los labios
y una chispa de fuego en la mirada.
Sentimos que la sangre
nos golpea las sienes, las ingles, las muñecas.
Damos y recibimos rosas rojas
y rojo es el espejo de la alcoba en penumbra.

Cuando volvemos del amor, marchitos,
rechazados, culpables
o simplemente absurdos,
regresamos muy pálidos, muy fríos.
Con los ojos en blanco, más canas y la cifra
de leucocitos por las nubes,
somos un esqueleto y su derrota.


Pero seguimos yendo.








13

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                  José Luis Zerón 



Somos el ojo que este planeta eleva al cielo
(Homenaje a Novalis)

Sólo el ojo lleno de cicatrices
reconoce a todos los que fueron.
Sólo la mirada que ha combatido
puede aplacar la salvaje furia
del paisaje que declina.
Sólo una boca no acomodada
es capaz de beber en las llagas del olvido
en el nombre del ocaso de los sueños
y de las huellas que borró la lejanía.

Sólo el grito silencioso contiene
la tensión primordial
que nos une y divide.
Sólo la terca mirada
de quien ha sobrevivido a todas las amenazas
puede recolectar en las ruinas de los huertos.

Sólo el oído atento
entre el viento hostil de las imprecaciones
puede escuchar el clamor de los dioses
y ligarse a la razón de los ojos
para sentir albergue en la lejanía.

Sólo los sentidos advocados al misterioso devenir
recrean las distancias saqueadas
y pueden admirar la claridad de las aves
que vuelan ansiando la última luz.

Sólo los que han aprendido a mirar
saben nombrar el sentido de la vida
y su oleaje de desechos.










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                        Luis Bagué Quílez

HERENCIA

                                         Castillo de Santa Bárbara



Todo lo que ahora ves,
hasta el mismo horizonte
—la humedad relativa de este cielo
asfixiado de smog,
los edificios que ensombrecen
el mar y sus dominios,
el motor de la brisa
y la hélice
voraz de las palmeras—,
será nuestro algún día.

Tendremos que aprender a merecerlo.

                                    






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       Idoia Arbillaga

MANDAMIENTOS DE LA LEY DE MI AMOR



1. Suplicar a los Dioses noches baudelerianas.

2. Brindarles doble sed a los besos negados.

3. Cada noche colgar tacones en la luna.

4. Flotar tu cuerpo-balsa, si la tormenta arrecia.

5. Jurarte cada día lo mucho que te quiero.

6. Escuchar tu mirada y oler tu voz a oscuras.

7. Destruir las paredes, los muros y las tapias.

8. Avanzar compartida, exhausta hasta la muerte.

9. Dar esponjas de mar ebrias de sal al tiempo.

10. Saber que no hay amor sin amor a uno mismo.

                   









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                     Luis T. Bonmatí

                     PRESENTE DE FUTURO

(para A. Gracia)

Como un caballo largo
él ve venir el agua trotando calle a calle
sobre el cegado asfalto
que oscuramente muge bajo el ruido que fluye.

Y de improviso
son las nubes tan grises la mañana sus pasos
por este río de calles
que acarrean un polvo que ahora es lodo
el agua que se carga
de restos de y desechos de memoria
limpiando lo que ensucia manchando lo que limpia:
sin embargo la lluvia aún no ha llegado
                                                                             de dónde
viene el río el caballo
no tardará esa lluvia.

Sobre un caballo de agua
él ve correr la muerte
por sus venas las piernas la ciudad intranquila
la muerte que lo apaga que lo enciende.
La limpieza de la muerte que mancha
y esa luz que oscurece
es la que ahora construye el resto de su vida:
sin embargo su muerte aún no ha llegado
                                                                                de dónde
le viene esta alegría
aquello que no tarda.






17


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Susana Benet - Marzo 2012
ilustraciones de Pascual Ludeña

5 HAIKUS


·           



Saqué del agua
a la avispita muerta,
y estaba viva.



*****



Jardín de otoño.
Se amontonan las hojas
en el silencio.



*****



Rompe la acacia
poco a poco el cemento
con sus raíces.


*****



Cruce de calles.
Con el viento las hojas
vuelan en círculos.



*****



Junto al aroma
del guiso en la cocina,
olor a azahar.







18

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       Santiago Montobbio


LA PIZARRA EN LA QUE NO SE LOGRA ESCRIBIR NADA.

Es la del arte falso. En el arte sólo se puede
escribir con convicción, desde lo más hondo de uno mismo,
pozo profundo donde se remansa el alma y brota su agua.
Las palabras del arte implican y exigen una vida.
Toda la vida de quien escribe ha de estar tras
cada una de ellas, ha de sostenerlas. Sólo así
en la pizarra del arte se escribe y por ello es la pizarra
en la que tantos fabricantes no logran nunca escribir nada.
O escriben, pero parece que la tiza o la tinta se borra,
o que resulta esmirriado, o pequeñito, o simple copia
de una voz que sí era verdadera y allí sí quedó fijada.
En otro tiempo, u otro día. La pizarra del artista
exige su vida. Por ello hay sujetos tercos que se empeñan
en entregarse a ella, pero para su música no han nacido,
no tienen nada propio que decir, manantial distinto
o verdad nueva, y así escriben y escriben y fabrican
pero en la pizarra no queda escrito nada.
La pizarra del arte implica un alma.









19

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Jorge Valdés Díaz-Vélez 



NATURALEZAS VIVAS



Duermes. La noche está contigo,
la noche hermosa igual a un cuerpo
abierto a su felicidad.
Tu calidez entre las sábanas
es una flor difusa. Fluyes
hacia un jardín desconocido.
Y, por un instante, pareces
luchar contra el ángel del sueño.
Te nombro en el abrazo y vuelves
la espalda. Tu cabello ignora
que la caricia del relámpago
muda su ondulación. Escucha,
está lloviendo en la tristeza
del mundo y sobre la amargura
del ruiseñor. No abras los ojos.
Hemos tocado el fin del día.


                                                       







20

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Miguel Florián


Mundo inacabado
                                           Senza memoria di morte
                                                     nella carne congiunti
                                                     (Sin memoria de la muerte,
                                                     unidos en la carne)
                                                                                                                 
                                                                           SALVATORE QUASIMODO
I
Igual que un niño estremeciéndose
así tiemblan los árboles,
las lomas cenicientas, los oteros
cubiertos de olivos que se alejan
(los chopos, los naranjos en la orilla del río...).
Tiembla mi corazón cuando acaricio
el ribazo de amapolas ardiendo,
y las pequeñas malvas que se acercan
al temblor de la sangre, hasta la luz
que nace de tus manos.
  Algo oscuro
en tu carne me aproxima a la tierra,
a los meandros perdidos de la muerte,
al mineral cercado por la sombra.
A través del jaral, de los pequeños tréboles,
me llamas a lo incierto,
a la raíz informe del deseo.
(Desde mi carne abierta ahora te nombro.)
II
Las hojas de la morera se mueven levemente,
cuando tu nombre asciende hasta mis labios,
si te nombro, si mastico tus sílabas nacientes
(con su sabor a tierra renacida, a río calcinado).
III
La noche se rompe entre tus muslos, 
se despiertan los antiguos dioses del deseo...
El Endimión de mármol, el alunado,
bajo los hemisferios de tu boca.
IV
Me acompañan las flores, las blancas
margaritas, las amapolas púrpuras..
Eres tú quien esparce las flores a mi paso,
ellas me hablan de ti, deletrean tu nombre,
ese nombre sellado que coincide contigo.
Me hablan de ti en su llaga de luz.
V
Las calles albas, las paredes de adobe, el verdín
en las cercas, en la corteza gris del abedul,
y la noche me muestra su impudicia,
su humedad, su enorme carne desangrada.

Y este mundo sin ti se desmorona.
Un mundo tan inmenso que se extiende
por los cables eléctricos. Los alcores heridos
donde el águila abre su estela circular,
donde el trigo germina, allá donde la carne
se levanta para enunciar las sílabas primeras,
las palabras antiguas sobre la piel del sueño.

VI
Ven, te ruego.
Ven, y dame tu leche
blanca, tu savia sideral, nútreme
como si fueras madre. Hazme nacer
hasta la altura de tu pecho,
muéstrame los senderos que conducen
hasta la inercia horizontal del mar.
VII
Converso con tu savia, aproximo mis manos
a tu desnudo corazón, me nutro de tu sangre.

Se estremece tu corazón, en él coloco
las brasas ardientes de la muerte,
y me adentro para alcanzar el aire de los pájaros.
Como un niño que tiembla igual que el junco,
mi cuerpo se estremece en ti.
VIII
Busco tu luz, el ramo de tu sombra,
tu almendra endurecida, la entraña
inocente del mar, una palabra limpia.
Oh tú, deseo, oscuro dios del sueño.
En ti crezco. En ti me desvanezco.
IX
Si algo hay en mí hondo, secreto, algo
que cerrado fructifica, tú en mí lo sembraste,
en mí depositaste la semilla,
sobre el surco ávido de mis labios,
en el pliegue palpitante de la carne.
Allí enterraste la simiente
para que madure, ya en sazón,
en la estación abierta de la carne,
donde el corazón es una piedra estremecida.
Henchida de dulzor germina en mí
una mujer, pequeña, se extiende entre mis vísceras,
separa dulcemente
los pétalos del sueño en donde habito.
La rama del enebro se dobla hacia la tierra.


                                                       





21

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Ana Belén Rodríguez de la Robla



REBELIÓN

En el principio de todo fue el trueque.
El metal acuñado no existía,
la moneda no guiaba la vida
de los hombres, el precio
y el valor eran una misma cosa.
La Bolsa no caía.
Después todo cambió; corrieron siglos.
El mundo se hizo carne
y no quiso habitar entre nosotros.
Todo cambió. Mejor no recordar,
no saber, no sentir, no amar a nadie.
Ceder. Acomodarse
al tono de la cítara maldita.
Morir. The rest is silence.
Pero un día pasaste por mi puerta
con tus labios sembrados de latines
y unas flores prestadas en la mano.
Habían corrido siglos.
Pensé cómo pagar por esa imagen.
Cómo pagar para no ser culpable
de la dicha: así lo exige el rito
del pecado original, ser extranjero,
la férula del padre bondadoso.
Sin saberlo me hablaste
de delirios numéricos, de aves
que en el cálamo insomne de un vigía
surcaban los oídos de la noche.
Habían corrido siglos.
Me miraste con tus ojos de otoño;
te miré con el pelo retirado
de la frente que quiso ser Bizancio.
La dignidad conoce extrañas sendas.
Un beso de cantero
puede encender la piedra y las estrellas
de la Vía Láctea.
Lengua encendida. Sero te cognovi.
Una mujer leyendo en una cama
es un río, un telar, una tormenta,
una rosa prendida del vacío.
Tal vez pensaste ser su primer hombre
cuando escribías; ella
ser el punto final de aquella historia.
Algo le dijiste, algo te dije.
Algo me dijiste, algo te dijo.
Habían corrido siglos
La ceniza del tiempo que no ha sido
guarda el acre sabor de la victoria.
Con sus lágrimas Dowland recorría
l'ardant amour en flor de Crécquillon:
dulce banda sonora del desastre.
Quién añora el perdido Paraíso.
Un hombre vino a mí desde los mares.
Por todo pago amor entre las manos.
Habían corrido siglos.
La ceniza del tiempo detenido
evoca en su caer la rebelión.







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Pilar Blanco


MESTER ANTIGUO

Como tablillas de leproso que advierten de su paso, hago
            / sonar mis versos.

Que los demás se escondan del gesto carcomido, de la

           / amenaza con que alertan
jirones de otras vidas. El dolor.

Recuerdan la verdad, la eludida, la turbia,
nos imponen su obscena compañía.

Hago música informe con mis versos. Sé que nada se espera de
          / este canto de nadie, harapos y muñones de otros versos,
ecos de enajenada propiedad.

Este despojamiento de la carne que no es, de lo cierto que hiere
acompaña el sonido
con que inserto en el mundo la conciencia del mal.

Que no me calle nadie o no entienda mi lengua;
soy mi propio enemigo que acecha en el espejo.
Que no detenga nadie lo que no va a nacer.






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Eloy Sánchez Rosillo


SI ALGUNA VEZ

Luz apretada, mineral, del mundo,
sólida de tan densa,
por la que como alegre zapador
abro con pico y pala y mucho empeño,
en inmensas jornadas,
túneles deslumbrantes, galerías
de ámbar muy puro, de diamante y sílice,
zanjas interminables
de encendido topacio.
Si alguna vez no me encontráis, si no
pudierais verme en este afán un día,
buscadme bien, buscadme y me hallaréis,
porque no pienso irme,
aunque parezca que me voy marchando.










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José Antonio Sáez


Cae sobre mí como lluvia suave
y no atiende a razones.
Va y me susurra al oído palabras
encendidas del más vivo lenguaje.
Graba siempre mi nombre
en los troncos de los chopos desnudos,
a la orilla del río,
fundido junto al suyo.
Se desliza en las sombras de la noche,
así como el felino tras su presa,
y se escabulle luego
en los arbustos del jardín cercano.
Me llama y su rugido
se escucha en el pantanal donde silban
los pájaros al alba rosicler.
Habita en soledad y no desea
otra compañía que mi presencia.
Ella es así, y cautiva.

                                                                      




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Álvaro Valverde


EL LECTOR




Es al atardecer cuando ese hombre
abre la puerta y se esconde en el cuarto
donde guarda los libros.
La penumbra es dorada cuando prende la luz,
que toma por sorpresa su interior escondido.
La estantería es baja. Los volúmenes, pocos
y alineados en orden, el mismo que eligió
para su vida. Toma uno
-encuadernado en piel, como recién comprado-
y se sienta a leer.
El sofá -de terciopelo verde, un poco ajado-
está junto a la lámpara encendida.
Quedan atrás las horas en el banco,
la fiel monotonía, los paseos alrededor
del mismo laberinto, esas conversaciones
rutinarias con unos y con otros,
también con los de casa.
Dura el silencio.
Si levantara la persiana
-cerrada a cal y canto- se verían,
debajo, los jardines.
A lo lejos, el Valle y Santa Bárbara.
En medio, el río.
Pero eso le impediría concentrarse
en lo que importa ahora:
la lectura de obras que, por norma,
relee constantemente.
La Ética de Spinoza, por ejemplo.
A veces, no obstante, deja el libro,
toma papel y escribe
con su letra menuda, intraducible,
tanto como esa idea resistente
a ser interpretada con palabras.
Unos discretos golpes en la puerta
le anuncian el final de su retiro.
Es hora de cenar. Apaga, cierra.
La vida espera fuera, la que él lleva,
como cualquier lector, cuando no vive.








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Antonio Gracia

La muerte universal


Yo estaba, no sé cómo, subido a una alta torre
en medio del sereno firmamento.
Miraba las estrellas,
sumido en el fervor de la contemplación,
y mi pluma trataba de entender.
Sembraba de preguntas
la infinita belleza de la noche, 
la estelar telaraña donde el hombre se prende
en la fascinación del Gran Enigma.
Veía los secretos del espacio
y el tiempo, y vi el crisol
de las crepitaciones de la carne.
Contemplé la vorágine inconsútil,
ubicua y sin lugar,
estática y errante,
sobre mi frente erguida. Vi
los dioses encrespados
que se gestaban en la inmensidad
y los que, ya cadáveres, servían
de arcilla misteriosa
para divinidades sucesivas;
vi la frágil infancia
caminando hacia la decrepitud
sin saber por qué nace y por qué muere;
vi mis células
desjarretarse entre palpitaciones,
caer como aerolitos
al osario abisal;
vi las sirenas émulas de soles
nadando en el océano
del firmamento como
dragones encendidos
devoradores de la luz; miré
el aleph donde todo se esclarece
desde su barbacana vislumbrante:
la hecatombe
de la Conflagración Universal
promulgaba su horror: toda existencia
es la semilla de su propia muerte
y toda muerte engendra nueva vida
carente de pasado y de futuro.
De pronto, un estallido sinuoso
conmocionó los astros, me sumió
en una inexorable
caída hacia el abismo
que me alejaba de los dioses y
me enterraba en el vértigo. ¿Qué ocurre?
¿Acaso el universo se disuelve en cenizas?
Mi conciencia me dice que debe haber un orden
en la naturaleza.
Pero sigo cayendo y no aparece
un Dios que ponga bridas al destino.
Antes de mi caída, la belleza
le daba algún consuelo
a la existencia. Pero ante la muerte
nada tiene sentido.
Mirando alrededor, buscando alguna fe
que justifique el hecho de vivir,
encuentro solo ruinas, conciencias desoladas
y la asechanza de la indefensión.
¿Qué debo concluir de esta orfandad sin nombre?
¿Dónde queda el fulgor
de nuestra inteligencia desatada?
La muerte es un cadáver que sueña en nuestro cuerpo
y emerge lentamente,
hasta tomar la forma de esta cripta
que hemos llamado vida.

Existir es estar, ser en el tiempo
el inasible rostro de una efigie
que es la concitación de sus metamorfosis:
somos caducidad, mortalidad:
Todo en el universo combate contra todo
y nada queda al margen del combate.
Las estrellas son fuegos quemando otras estrellas
y todas las criaturas alimentan sus vidas
con la muerte darwínica de las otras criaturas.
Así el lobo degüella al antílope altivo
y el hombre se convierte en lobo contra el hombre.
Así la antimateria devora la materia
y sobrevive el arte que humilla al que lo causa.
Solo existe la vida porque existe la muerte.


Qué inútiles los sueños,
las ansias de escrutar y de escribir
como revelación y profecía
el destino del hombre, confesé;
el perfecto universo es nada más que un átomo
y la infrangible eternidad es solo
un fugitivo instante sin memoria.
Toda conciencia dura apenas nada.
La sustancia del cosmos es fungible,
igual que lo es la carne o el espíritu.

Yo estaba, como digo, mirando las estrellas,
los arriates de estrellas crecidas en la noche,
y mi pluma trataba de entender
la infinita tristeza que depara el vivir.
De repente, lo supe:
también la pluma es otro ser muriente.


Y antes de abandonarme al gran osario,
anoté, persiguiendo algún consuelo:
también
todo dolor desaparecerá.




                                                               





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Andrés Trapiello

JILGUERO





¿Es reaccionario o progresista el pájaro

que está cantando ahora

fuera del nido, entrado ya noviembre?

Este bendito sol debió de confundirle

con su dorada labia, y debió de creer

que eran de primavera tales doblas.

¿Y el sol es reaccionario o progresista

negándose a marcharse

a su cuartel de invierno?

Canta, jilguero, hasta llegar la noche,

articula en tu lengua lo que siente

tan a oscuras la fe,

la rara disonancia que extasía

hasta sacar el tiempo de su horma.

No lo hagas por mística ni gracia,

tan sólo por piedad, como le damos

el eco de la dicha en unos céntimos

al mendigo que pide para vino.

Y si te acuerdas ven también mañana

y dame lo que buenamente puedas:

la caridad no enjuga la injusticia

de tener que vivir sin tus canciones,

pero dime: sin ellas, ¿cómo haría?



  

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José A Ramírez Lozano

PASION ETERNA


Yo no quiero que un Dios que castigó la carne
la resucite luego al son de sus trompetas
lo mismo que al final de un baile de disfraces.

¡Oh pasión de mi vida, cuerpo mío de ángel
que envejeció de amor, que se abrasó de lumbre!

Quien ama no ambiciona más corona que el beso.
Dime qué eternidad es esa que prometes
más allá de los cuerpos si, al cabo, necesitas
para llenarla el tibio pecho que destrozaste.

Sólo una vez, no más, es hermosa la vida.
Ocúpate, Dios mío, del fuego que alimenta
la dicha transitoria y olvida las cenizas.

El tiempo, el tiempo dame. Él es mi amante cierto.
Si amor es consumirse, me mate con rozarme.







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Rosa Jimena
                                                                                  
RESPONDIENDO A LA TIERRA
27.05.12


Es el rito de la voz
que se entrega
a un silencio indispensable.

Es mi ser —de nuevo él—
quien te busca y no encuentra la forma
de que escuches mis palabras,
medio-tuyas, medio-ocultas, medi-tadas;

de seguirme en esas horas tan vacías
donde el sol, creciendo a mis espaldas,
aguarda el momento de esconderse
en el lado más oscuro de mi rostro.

Debería haber alcanzado tu límite,
respondiendo así al aliento que me cortas,
cuando encuentro el espejismo de tus labios
al llegar a tu boca indefinida.

Debería no entender
la condena que te impones
al juzgar la impunidad oscura
de este mundo.

O  tal vez quedarme a solas
y poder ser codiciada
por aquellos que me nombran sin saberlo.
  
                                            



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 José Daniel Espejo



12/V





Qué bellas explosiones,
voladuras controladas del lenguaje,
aventuras poéticas: el héroe
se lanza a reconstruir
con formas nuevas
asalta un tsunami palacios en ruinas
inmensos cachalotes en los restos del naufragio
y un gran beso final en que a la chica
le suben los cangrejos por el cuello y por el pelo.
Al lado mis poemas se parecen
a listas de la compra desteñidas,
a veces ilegibles, empapadas.
Pero el agua es la misma.
    






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Juan Andrés García Román

TODA LA VIDA ES MUNDO


Cuando mañana despierte y ya no vea
la cama de mi hermano
paralela a la mía como un signo de igual
ni su cuerpo en ella como un parterre.
Cuando las plantas de nuestros pies ya no señalen 
                                                                 el amanecer. 

Cuando mañana me levante
y me saquen sangre en una sala blanca, sin interior;
cuando me pongan una pulsera de goma
y al final del brazo del sillón se cierre un puño
y se abra una mano como soltando algo o como
tomando prestado algo al Señor.

Cuando mañana me levante temprano para ir al colegio
pero en mi pupitre esté sentada la muerte niña.
Cuando mirando la sombra de los objetos
me ponga nostálgico y piense
cómo ha pasado el tiempo, cómo
han cambiado los ojos
de repente.

Cuando por escapar de la vida meta la cabeza en la soga
pero el resto del cuerpo no quepa
y me quede colgando del cielo

y contemplando

la cabeza del cuerpo del Señor,
las rodillas del cuerpo del Señor,
el corazón del cuerpo del Señor.

Cuando mañana suene el despertador
pero la luna, podrida, tenga un gusano,
cuando llueva tanto que se me encharque
el pulmón y, entalleciendo en primavera,
me conduzca junto a mis maestros viejos,
los que echaron la rama de un bastón
y murieron goteando en las cátedras
de un colegio futuro

y un recreo de niños albinos y felices.






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Lorenzo Hernández Guardiola

PALABRAS ESCONDIDAS BAJO LOS PARAGUAS



No tiene culpa la lluvia
de la mirada triste,
de lágrimas que inundan la noche
con gemidos de agua;
de la sorda canción
que viene de las calles
maceradas por látigos,
húmedas agujas grises
que cosen su piel de asfalto,
adoquinada.
No tiene que ser culpable la lluvia
de la ciudad apagada en tus ojos
o que en el hogar bailen las llamas
una danza de frío y de rutinas.
No es culpable la lluvia
de que los años prefieran la estatua del cuerpo
detenido bajo aleros de hastío,
huidos los sueños
de sol y de alegría
en tu ocaso de nubes,
de melancolía.
Tengo con la lluvia
una buena amistad desde la infancia
y todos mis recuerdos los recuerdo como lluvia:
imágenes deshechas entre los dedos del agua,
sensaciones húmedas,
palabras escondidas bajo los paraguas.
                                                                





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Alberto Chessa

LA MIRADA DE ULISES


Te contaré mi viaje:
Un momento que asume los momentos,
Que resume en su trémolo lo que fue y bien será,
Porque en la piel se estarce el sudor del mañana
Pero también mañana es un viaje al ayer.
La mirada se pega al cristal de la máquina
Cuando cruzamos las fronteras,
Donde nadie es de aquí, y en cuanto se pronuncia
(Aquí) deviene un nombre propio que a nada nombra.
Hay que andar hacia el otro, traspasarlo,
Para alcanzarnos a nosotros mismos:
La primera mirada sólo existe
En tanto que se busca, mientras sigue
Aún sin revelar. In my end is my beginning.
Y por eso eres tú la misma y otra
En todas las mujeres que jalonan mi errancia,
Hablándome en mi propio idioma o en lenguas
Que desconozco pero sé qué dicen:
Lloro porque no puedo amarte, y porque
La Historia a veces es no más que un baile,
Lenin guillotinado, como todos los dioses,
En el vals del Danubio.
Parece que se fuera a levantar
El telón en cualquier instante,
Que lograremos resolver al fin
El jeroglífico de balas
Y morteros que ensucia el mar en cada hora.
La niebla es una fiesta, algunos muertos
Escampan en la niebla. Ya es la hora.
¿Cuánto ha durado el viaje? ¿Un día? ¿Treinta años?
¿Cuántas décadas hay entre el martes y el miércoles?
Es hacia dentro donde la mirada
Palpa las cosas, reconoce,
Como manos de ciego. Donde el viaje
No empieza ni termina. Donde el verso extravaga.
Donde la luz es otra





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Balbina Prior

RECORTES PRESUPUESTARIOS


En el taller clandestino de mi barrio
los ilegales iniciaron una huelga
por sus derechos laborales.
En adelante seguirán como pueblo
ahogado por las aguas de pantano,
asomando su campana oxidada cada sequía.
Y no habrá límites,
sólo recortes presupuestarios.

Juegan al fútbol los niños soldado
con la cabeza del enemigo,
mientras las antenas parabólicas
se entrenan al tenis con sus esperanzas.
No hay límites,
sólo recortes presupuestarios.

Captados los suicidas
de las bolsas de pobreza,
se educan en el primer mundo
con el dinero del miedo.
No hay límites.
Se aferran a los explosivos
sin fecha de caducidad
y consiguen pensiones millonarias
para sus familias.
No habrá límites,
se jubilan con el dinero del miedo
y por el amonal de los recortes presupuestarios.

                                                                                   







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Ramón García Mateos

INÉDITO
II

Quiero beberte, descender al brocal umbrío de ese pozo y humedecer mis labios en la fuente, beber con la sed de siglos y sequías, beberte con obsesión convulsa, con el temblor febril del condenado, chupar, lamer los labios que saben al resplandor del sol en los esteros, labios para mi boca como pliegues del mar salobres y abisales, como la sombra ecuestre del instinto,

quiero beber de ti, ciego y perdido, galeote en tus muslos, confundirme, negarme, quiero beber de ti: la lengua que acaricia, ávida y firme, nacarado deseo, vaivén del alma, la lengua que recoge las gotas de rocío, beber de ti, agua de amor, quiero beber de ti, llenarme de ti, la lengua por las ingles, mi lengua por la fuente con miel y hierbabuena, sabor de mar, flor de la jara, saciar mi sed, quiero saciar la sed que seca mi garganta, beber de ti, quiero estar vivo, cerrar las puertas a la muerte, desterrar el tiempo que pasa y que nos hiere, sed de eternidad, mi lengua por las ingles, la lengua por tu sexo, detener el tiempo en esta tarde de junio que te amo, en esta tarde de junio que agoniza, en esta tarde…

Quiero beberte y sentir el temblor de tu carne en mis manos, el temblor del deseo palpitando en tu cuerpo, distante y mío, el temblor del deseo que mana entre mis labios para que yo lo beba, mujer que te estremeces al son de mis caricias, arpegio enamorado, tu cuerpo es una cítara para que yo la toque, vibrando en el ocaso la música imposible asciendo hacia la cima alada de la dicha, contemplando tu gozo, sintiéndote encendida y temblorosa, mi dicha es tu placer de yegua desbocada, tu desnuda altivez de felino en arrullo, tu cuerpo es una cítara que acarician mis manos, música y agua para que yo me sacie del temblor azorado de tu carne.
                                                              






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Miguel Ángel Curiel

EXTINCIÓN DE LA NIEVE



Comencé por atrás una historia, no por el final, sino por los bordes últimos de la nieve. Detrás de los muros esta duraba más.  A los pies del muro al otro lado había nieve que duraba muchos días. Alfombras sombrías de nieve. Al contrario que a los píes de los árboles. Allí círculos de calor donde la nieve apenas dura, pies templados, como nuestro aliento difumina el cansancio y lo empaña en los cristales. Es como si respirará un tiempo contra otro empañándose el mundo. Pero ya raras veces nevaba aquí abajo. Nieve que me quema los ojos. Cada vez había que subir a mayor altura a buscarla. A otros lugares y espacios inaccesibles todavía para las palabras. Al menos nadie había hablado jamás en voz alta en aquellos picos y macizos, y nadie habría corrompido el aire con su voz. Donde el hombre acude a depositar su locura y a veces las primeras nevadas sorprenden al tiempo acelerado, y todo se detiene para que podamos retroceder, o restituir la voz perdida en el mundo. ¿No se parece este interludio al momento en el que cubrimos con sábanas los muebles de la casa que vamos a dejar deshabitada mucho tiempo? Así todo queda a salvo del polvo, o de cualquier ruido o sonido limpio. Como cuando se rompía el instante por dentro por la simple fuerza del silencio, y la tensión del mundo, y las estrellas de hielo que nunca terminan de quemarse. ¿Y qué le hubiera deseado al ladrón sino la paz y unas semillas? Había dejado una carta al ladrón, y al haber entrado en esa historia por detrás, ya no me encontraría con el mundo, sino con un entramado, un poder corrupto, unas bocas llenas de lodo, ojos de fuego. ¿Podría haber silbado en esas nieves alguna melodía antigua que restituyera el equilibrio de lo perdido? Me disipé, simplemente se disipó todo lo que era.
Preferí morir de frío.
¿De qué hubieran servido allí arriba un discurso o una plegaria? Toda voz se habría roto contra las piedras.
Costras blancas de unas heridas invisibles.
Si yo fuera el paseante, el que sube hasta estas costras de nieve para quitarse la edad.
El sol a la espalda como una carga de paja, o de otra cosa que pudiera arder fácilmente sin dejar apenas ceniza 
Una carga de algo liviano. Diría entonces que me he cargado de luz.
Pero solo era eso, un ejercicio, una necesidad de movimiento, de llevar las palabras a donde no querían ir. Mientras tanto, de vez en cuando levantamos la cabeza para ver el mundo.
Todo lo que podía hacer era mirar sin forzar,
hablar sin decir, escribir sin resolver. Ya no tenía fuerzas más que para mí mismo, y mis ojos ya no buscaban, sólo guardaban espacios de nieve tras estos muros donde los árboles agitan su sombra desnuda.
Luciérnagas apagadas, cáscaras que crujen bajo mis pasos para convertirse en raíces de la niebla. 
¿Pero era yo el más indicado para ser el campanero, el pastor o el zahorí? ¿Era yo el dueño del eco?





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 Ezequías Blanco

COMPÁS DE ESPERA

No tiene fin este camino.
Cada uno de tus pasos a la muerte
le lleva la contraria.

Dejar el disfraz en esta roca
donde va y viene el mar
donde la mar va y viene y se retira…

Dejar la camisa en el sótano
de este día de otoño
donde la luz sabe a miseria
y huele a vejez agria…

Ir con el río a verter impresiones.
Ir con el río que no ha olvidado la ceguera
en que nos deja la humedad la bruma
la espesa niebla de todos los inviernos.

Como en este silencio
como en la mitad muda de la música
habita un verano subterráneo

hasta que llegue la manada de los días tranquilos
a desentumecer las garras
a bañar en el agua de la fuente
sus bríos congelados.






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Miguel Ruiz Martínez

UNA MANO COGE UN LIBRO


Monótono sonaba el reloj -tic
tac, tic tac-, artefacto establecido
hace tanto en la vieja estantería.


Con los lomos en contra de los tiempos
una fila de libros avalaba
el trabajo infalible del cronómetro.


Vueltas y vueltas dieron las agujas
que ensartan, acordadas, el destino
entre el polvo incoloro de la nada.


Hasta que aquella mano decidió
coger el libro aquel, interrumpiendo
un romance tan frío con el muro.





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   José Verón Gormaz

RETÓRICA DEL LLANTO



Lágrimas…



Humildes se deslizan,

como húmedos poemas que no acaban.

Siempre buscan el último verso
sin saber que no existe.







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 Ben Clark
                                  
El Reino Menguante


Es un espacio triste y sin reflejos. La corte es escasa
y el tiempo abunda y sobra y entorpece.
Aquí hubo días mucho más felices;
épocas pequeñas, desapercibidas, instantes juglares
entre hamacas y sábanas.
Éramos entonces, tú y yo, muchos.
¡Viva, pues, mi reino menguante! Reino de fango 
                                                           / y de retazos.
Trono del resquemor
de los pavos reales en llamas y en huída,
de agónicos rosales y setos sin podar,
de barro en el parqué,
de lámparas de araña atropelladas.
Viva este hueco preñado. Cada día menos, cada día
más inútil para el paseo.
Caballerizas hediondas, fuentes estancas y febriles.
Ni una rana, ni un pájaro perdido.
Ni un cartílago libre de ponzoña.
Pero no te has marchado todavía.
Estás aquí.
Lo envuelves todo, aprietas las paredes
que crujen, que ceden. Caen los últimos cuadros
y encadenado ha muerto de hambre el perro.
Y escribiré las crónicas de este imperio si no es tarde ya.
Hablaré allí de las tardes que aquí nacieron,
de las hordas de amor y de las noches,
de las guerras perdidas, de los muertos,
de los antiguos héroes y del vasto horizonte
siempre por conquistar.
Viva el último viva de mi reino menguante,
el reino que fue nuestro y ahora odio porque es mío.
Y un rápido vistazo al palacio doliente que celebra
la anorexia incurable de sus muros.
Y una última palabra que se exprime
antes de que no quepa ya mi culpa
ni el cadáver de todos nuestros planes
ni la corona amarga de mi arrepentimiento.







42

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  Jesús Bernal

  DANZA DE CÁNCER

                                           
 Contemplo el movimiento entre las rocas
negras de la escollera,
su equilibrio de espuma punteada
por las corazas vivas de los cámbaros,
las pinzas que se anudan a la música
vibrante del oleaje, y no hay belleza
pese a haber geometría en el oficio
preciso del crustáceo;                                                                               
en su danza de araña el mar duplica
el prisma del salitre
sobre el bucle barbado de la anémona,
la astucia de la anguila,
el pulso del molusco en las arenas.

Hay sacrificio en el quehacer sin pausa
de las tenazas próvidas
sobre el verde esmaltado de los charcos,
abnegación en la voracidad
de la colonia, donde el sol ofrece
en oro a la codicia sus divisas
como es a un dios ofrenda nuestra especie,
y emergen de las grietas, seccionándose,
las sedeñas corolas de la sombra
como emerge la vida en las mareas,
como dicta la cábala del Cosmos,
sin razón, sin belleza, con sus larvas
que trenzan y destrenzan la materia.





43

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Albert Torés García


DESNUDEZ DEL DÍA EN EL UMBRAL DE LA NOCHE



Y de las casas de asombro su tiempo
que todo lo envuelve y nada toca,
su luz frágil frente a todas las horas
en las que los deseos toman asiento.

Tímidos y naufragios, la mirada
nos escribe con la distancia del humo,
y por ello tus pasos, siembro trémulo
como un castaño al sentir la lavanda.

Mar último cuando son los espejos
que responden al sentido. Mar último
si la certeza de la piel se vuelve
alma. Mientras, al horizonte espero
entre calles que dan nombre al latido.

Te desnudas al latido del pájaro
herido, y yo, frente a cualquier reflejo
para sentirte la cara me rasgo
sin temor. Tu sonrisa entre  mis dedos,
la polvareda última del amor
extiende el rocío a su cruz de ciruela.

Entre tus labios la palabra acepto
para cambiar la historia. La libamos
ahora que las espinas son pisadas.
Entre voces, tus piernas anhelo
como primer secreto de los rayos
ácidos de mi esperanza. Exaltado
silbido de las vidas en barbecho.

Y la espera responde con dos nombres.
Jaana y Albert, Albert y Jaana,
que gritan sin querer convocar al pasado,
tan sólo velar la ventana por si el sueño,
su respuesta tal vez, se precipite y diera luz
a este jardín de la memoria, secreto:

Tu espalda arenosa que siempre veo.
                    
                             



44

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Elías Moro

                     DOS POEMAS PORTUGUESES


Avenida dos náufragos
(Sesimbra)


En esa ventana,
la mujer esperó,
inútil y largamente,
el regreso de su hombre
tragado por el mar,
confortada sin esperanza
por sus vecinas viudas.

 ---------


Estampa antigua


Bien encajado en la cintura,
las piernas colgando sobre la falda,
acunado entre el pecho
y el hombro de la madre,
el niño duerme.






45

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María Sanz

INCERTIDUMBRE




Con quién te jugarás este poema,
si aún no ha despejado
su incógnita de suerte...
Sólo colma el principio que desoye
la melodía innata,
un trayecto de granos aventados
sobre el dócil terreno
que tantas horas fue su lenitivo.
Por quién escribirás esta agonía,
si aún te sobra noche
para buscarle a ciegas...
Sólo alzas la pluma entre tus dedos,
terrible imitación de lo sagrado,
mientras vas reflejándote,
sin rostro,
en un papel vacío
donde aún no has firmado tu sentencia
de vida retirada.








46

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Tomás Sánchez Santiago


LO MUSITADO


Eso que deja abiertas las puertas
al sollozo
                       (su voz sin hueso
y su tejido roto y escurrido)
y todavía hace posible
mover entre los dientes
la extraña compasión de los significados.

Eso que empieza a arder
aun antes de encenderlo y pide paso justo
cuando ha encontrado perdición,
y atraviesa pasillos oscuros
lavándose las sílabas en saliva cansada.

Eso, lo dulce escatimado,
lo que llega sólo a morder la luz
de lo intermedio,

lo musitado, sí, de donde sale nada más
el humo hilado de unas pisadas en la nieve.

Hasta ahí, hasta ahí llega
la rozadura pequeña del poema.

Un ruido de uñas rotas
y nada más.

Tócame con los nombres sumergidos.

  




47



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Elda Lavín

NATURALEZA EN MÍ


Hay una entre las ráfagas del aire,
velada, apenas hilo,
que viene de muy lejos.
Si te alcanza, en ti irá habitando
su ambición lasa, su temperatura
y un harto respirar de pulmón infinito
que dé todo cabida al universo.
Descansará en ti y tú sentirás
calor y lentitud de tacto,
del que configura y te eleva hasta su imagen,
reinantes voluntades frente a frente,
suspensas sin fin en el trono
defectuoso de los días.
Mas no te engañes,
sólo eres una excusa,
la matemática operación que hace
de su infinito
acotado lugar de tránsito.






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             Angélica Sevilla

CÁNTICO ERÓTICO



Todos los días me propongo huir
de este bosque de piedra y mecanismos
que me hacen desdichada.
Ven conmigo a la selva y a los montes,
a la azucena, al pájaro y la ardilla.
Desnúdate conmigo, entra en el río;
librémonos del mandamiento. Arroja
tu espíritu carnal sobre este prado
que cobija la sombra de los árboles
aquí, donde estoy yo
rodeada de hierbas aromadas,
manzanas y limones.
Cava en mi corazón hasta encontrar
la semilla del cosmos
y brotará la dicha en nuestros brazos
como un surtidor mágico que aguarda
surgir de las estrellas y los túneles
del centro de la tierra,
de nuestros propios cuerpos y sus ansias.
Cuando se abrazan nuestros corazones
es a la primavera a la que abrazo,
y parece que somos el origen
de cuanto existe.
No lo dudes ya más: trae las músicas,
los trigos y la miel,
y olvidemos la obtusa geometría
de la infelicidad acomodada.







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Vicente Luengo Moraga


EN SAN PETERSBURGO


En San Petersburgo los gatos amanecen
helados sobre las farolas.
Se parecen a nosotros
los bohemios
que huyendo del invierno prematuro del alma
buscamos refugio entre tibias luces de ciudad
encontrándonos el amanecer abrazados a ellas
       y aun extinguidas
no quisimos
             o no pudimos
       bajar a la mañana.






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Alfredo J. Ramos
                                  
MÚSICA PARA LA MANO IZQUIERDA



Dejo el espejo a un lado
y también aparto la evidente presencia de la noche
me sumerjo en la luz de mi mente
quiero decir que cuento
sin dejar de respirar ni de pensarlo
el ritmo de cada inspiración
el ritmo de cada expiración
el ritmo de cada inspiración
y el ritmo de cada expiación…
Pienso en la muerte pero no me roza
ni su ala negra ni el olor del patio
delantero de mi casa de niño
cuando inventaba espacios transitables
bosques silenciosos de musgo blanquecino
y unos pies desnudos con los que poder
cruzar la mancha quebradiza del estanque de hielo
                                                  / sin romperlo.
Estaba reuniendo solo un poco de música para la mano 
                                                 / izquierda*
la que me ve escribir sujetando por debajo
el cuaderno de pastas negras y corazón tan blanco
como un extraño miembro que se hubiera sumado
a una fiesta que no era para él
y en la que se limita a contemplar el giro de las parejas
                                                / en medio de la pista.
Música que crece desde un interior innombrable:
el espacio desierto del mismo desierto
real que imagino cada vez que se alejan
las palabras
y es solo un poco de costumbre en fino polvo
lo que acude a mis manos     como ahora
estos granos menudos de diversos colores
misterio puro que contemplo y distingo y separo
y alzo con cuidado entre mis dedos
y los dejo caer uno a uno
sobre la sonora extensión de la mesa
y en el inmaculado silencio de la página
por ver si es posible escuchar
las notas verdaderas
de una música única tal vez interminable…
                                            
                                
*«Los buenos poetas son todos zurdos. Escriban con la mano que escriban, lo hacen desde el lado imprevisto del mundo y del lenguaje». (Javier Rodríguez Marcos, en un artículo sobre el poeta sueco Tomas Tranströmer, El país, 7 de octubre de 2011).








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Adela Sainz Abascal


¿A qué desenterrar lo oculto?
Mejor, mucho mejor
dejar ladrar al perro sin saber.
No importa contra qué,
bajo quién, para quién.
Es el mes de los muertos.
¿A qué destapar nada?
Mejor abrir los ojos
a la extrañeza de esta luz
en la que baila una mañana nueva.
Tal vez por eso, solamente por eso
aplazas buscar entre papeles.
No quieres releerte.
Inventas un nuevo horizonte
más allá de tus ojos muertos,
más acá de la niebla
de esta mañana blanca
del mes de los difuntos.






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José Mateos

NIEBLA EN EL JARDÍN DE OTRO
            A José Antonio Muñoz Rojas, en la memoria.



Marcado estoy a fuego, condenado
a decirte, a decir de ti tan sólo
los signos que derramas en tu huída
(ese árbol blanco que, a primera hora,
miré en la niebla del jardín de otro
y esa ventana sobre el emparrado…),
Poder que me escogiste desde niño,
no sé por qué necesidad oscura,
no sé con qué propósito de darte
sin darte nunca a conocer, sin nunca
darte luego del todo, para siempre
volver a darte.
                            Larga sombra, niebla
por el jardín, que encarna en lo que existe
sin coincidir con nada exactamente
de lo que existe. (Y que ese árbol blanco,
esta mañana en el jardín del otro,
volvió a llamar –qué extraño- por mi nombre).







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Josefa Parra

HELENA CONTEMPLA A SUS HERMANOS




Dulces hermanos, carne
de un mismo amor, rendidos
al borde de la noche
os contemplo: soberbios
como dioses, y frágiles
como cisnes. Qué extraño
maleficio nos une,
qué enredados caminos
llevaron a este ocaso.

Me llamaréis hermana,
y yo os llamaré amados,
piel deleitosa, fruta
de mi propio jardín.
Míos sois por la gracia del deseo.
Soy vuestra por la gracia de la sangre.

Y un día lloraré
al decir vuestros nombres.







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José María Piñeiro



AQUÍ


Tras los siglos,
los carrizos no han dejado de agitarse al compás de la brisa,
ni los peces surcar las profundidades translúcidas.
Ese árbol simboliza el cosmos al tiempo que forma parte de él.
El mar siempre estuvo ahí, liberador de memorias.
Y el tiempo de la creación no ha sido sino el instante
en que, de pronto, la flor cerrada
ha extendido sus pétalos a la luz.
Del mismo modo,
mi palabra no revela la confidencia de ningún ángel promisorio,
ni pretende tornear nuevas leyes de la mirada,
sino que se destrenza en balbuceos amorosos
que el deseo desea satisfacer en ti.








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José Santiago Pérez Olivares

LOS NIÑOS DE LA ESTACIÓN LENINGRADSKY

                                                      A Roma, Misha, Yula y los demás



Los niños de la estación Leningradsky
     también perdieron la guerra.
Mas no como soldados,
     sino como niños
que un día descubren el horror.
Ellos no conocen más guerra que la de cada día
     -una en la que no hay obuses ni cañones,
campos minados ni metralla-.
Pero nada recuerda tanto una guerra
     como sobrevivir,
y nadie se parece tanto a un francotirador
     como una criatura con hambre.
Siento piedad por los niños de la estación Leningradsky,
por esos cuerpos sucios, esas ropas raídas,
esos ojos que dan la impresión de no entender.
Siento piedad por Misha, abandonado
     en un orfanato,
por Roma, cuyos padres bebían y lo azotaban.
Y por Yula, violada en la flor de sus doce años.
Siento piedad por los hombres y mujeres de Rusia,
     noble y bárbaro país
de popes y mujiks, de Solschenitzin y zares.
En el rostro de sus niños
     -los niños de la estación Leningradsky-
puede leerse la historia de la guerra
     (de todas las guerras perdidas).
Ellos llevan en la frente la sombra del GULAG
     y la sonrisa de Stalin.
Llevan la herida del vodka y la mirada de acero
     del KGB.
Yo siento piedad por los niños de la estación Leningradsky,
     llena de turistas,
de policías que odian,
de trenes que se hunden en los túneles
     como buscándole el alma a la noche.







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 Antonio del Camino 

SONETO "COJO"


Quizá porque mi tiempo se acompasa
a una canción sin ruido ni estridencia,
o porque basta y sobra su presencia
para pintar de claridad la casa.

Porque sólo preciso de ternura
para enfrentarme a cada nuevo día,
porque late en su piel la poesía
ajena al son de la literatura.

Porque con poco tengo suficiente,
y es mucho más que todo si contamos
esposa, hijas y padres, mis hermanos,
y la amistad probada de mi gente.

Porque invita la vida a ser vivida,
más que escribir, disfruto de la vida.












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Carlos Alcorta



                CABALLOS DOMÉSTICOS


Descienden lentamente, olisqueando
con su hocico aterido fríos tallos quebrados
por el granizo y el hielo de la noche,
hacia gargantas y llanuras fértiles
cuando se adelanta la primavera.
Protegida del viento la manada
por un tupido muro de follaje
de bardas enrolladas al alambre de espino,
el único horizonte que sus ojos
divisan es un cielo encapotado
y sucio que somete sus instintos.
No ansía mansedumbre
ni prisión el deseo.
Dentro de ti, ese mismo cielo gris
cobija grandes playas, lejanías
del alma que en la adversidad se crece.
A la intemperie el corazón salvaje
se hace más fuerte. Sólo la traición
que impunemente rompe coaliciones
y pactos y deroga el juramento
sagrado de lealtad a los que amamos,
puede obligarte a renunciar sin lucha
a esa parte de ti insumisa, indócil
que mantiene despierta tu conciencia.






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Enrique Gracia Trinidad

¿POR QUÉ?




Estuvo hablando toda la mañana de la felicidad, un rato con palabras, otro con gestos. Hablaba solo. Le brillaban las manos y la voz.
Apenas si probó bocado al mediodía. No tengo hambre —dijo para sí— no me apetece nada.
Por la tarde escribió en un cuaderno durante un par de horas. Luego arrancó las hojas, las dobló con cuidado y las quemó en el cenicero. Le brillaban los ojos a la luz de las pequeñas llamas azuladas.
Se tomó las pastillas con un buen vaso de cerveza. Eran amargas. Mordisqueó un trozo de pan con chocolate, aquel grato sabor de la niñez que era el sabor del mundo.
Salió a la calle cuando empezaba a oscurecer. Canturreaba una canción apenas recordada. Entre dientes, para no molestar.
Se marchaba la tarde cuando entró en el parque. La ciudad se perdía a sus espaldas. Se sentó en un banco de madera bajo una acacia joven. Llovía lentamente. Le brillaba la lluvia por los hombros. Volvió a pensar en la felicidad.
Antes de medianoche estaba muerto.







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 José Luis García Herrera

HADDINGTON
                     (The Pheasant)




Si tuviera que empezar las historias por el final,
si no dispusiera de tiempo para narrar
los avatares de un viaje, las miles de anécdotas
que llenan tardes de espera y papeles blancos,
empezaría por aquí, por nuestras manos apretadas
y el sabor amargo de esta cerveza compartida
en un pub bullicioso, una noche escocesa.
No cantaría otra vida que la vivida estas dos semanas,
ni hablaría otro idioma que no fuera el propio
de los mares de hierba y las piedras de espuma.
Con los ojos cerrados pisaría cada huella
de las carreteras secundarias recorridas, cada valle
donde hemos aprendido a amar la raíz agreste
que cultivan los ángeles de la belleza;
cada cama extraña donde hallamos cobijo
para alimentar a las aves del deseo y del reposo.
Si tuviera que empezar las historias por el final
empezaría hablando de ti
hasta que la noche me ganara el sueño
y en mi boca quedasen atrapados
tus labios de cerveza.

                             



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        Manuel Parra Pozuelo

         INEVITABLE FINAL



          No habrá más claridad.
          Este sol es el único. No hay otro.
          La ilusión que te habita
          jamás podrá evitarlo.
          El deseo que te engaña
          es sólo eso,
          la lumbre que a sí misma se consume.
          Sólo te espera el tiempo de la nada.
          Tú has de seguir los pasos
          de aquellos que ya fueron.
          Nada ha de sobrevivir  
          de instantes tan amados.
          Tu llanto por su  pérdida
          será como un rocío
          que un sol ardiente
          sin piedad reseca.
          Pronto será el momento
          de tu consumación.
          Afronta el hado.
          Alumbra cuanto puedas
          el instante que pasa
          y besa con el alma
          todo lo que has amado.
          No has de volver jamás,
          tu recuerdo tampoco
          habitará en el tiempo,
          sólo puedes mirar,
          retratar el instante,
          lo demás es silencio.


                                                     


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 José Luis Puerto

 (Ara votiva a Ilúrbeda, La Alberca)


Diosa antigua, ¿quién eres?
Un ara te recuerda en mi lugar,
Ofrecida en tu honor
Por Albinus, un hombre
Del que nada sabemos
Salvo la melodía de sus sílabas.
¿Cuál es tu potestad,
Cuáles tus atributos?
¿Proteges el lugar,
Proteges nuestros bosques?
Sólo queda de ti
Esta ara votiva
Labrada en un granito silencioso
Que guarda en sus entrañas
Misterios que ignoramos.
Tú, diosa desplazada,
Ilúrbeda, patrona
Del lugar, de los bosques,
Protege lo sagrado
Que pervive en mi espacio del origen
Y líbralo de tantas
Profanaciones a que es sometido.
Secreta diosa de un oeste pobre,
Te ofrezco hoy, por todo lo que pido,
El ara más leal
de mis palabras.
                                                           

             



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Agustín Calvo Galán


AL MORIBUNDO


Se ralentiza el temblor,
abre apenas los ojos
evitando parpadear.
De entre los dedos
se le vacía el gesto
y          en una inspiración,
boca arriba,
en el esfuerzo del tórax
por corregir la asfixia,
el último estertor se hace
ya silencio,
ya sólo el silencio del oxígeno
silbando,
la inmovilidad, las paredes a dos colores,
las uñas oscuras,
la puerta con una rendija
de luz,
y una enfermera que vendrá
                                                                       después
a taparle la cabeza con la sábana extendida.





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Manuel Susarte


FRAGMENTO



ardoroso temblor de la materia
angélico egoísmo que se escapa
hacia el páramo de los espejos
y el llano encantado de las campanas
como una red de arterias temblorosas
que apenas se apresura o se retarda
según la intensidad de su deleite
que presume el dolor y no lo cumple
que escucha retumbar el murmullo
absorbe sus esencias y se mantiene
en el fresco alborozo de la carne
admitiendo en su unidad perfecta
el gemido encantado de un encuentro
en el crepúsculo se concentra
en su silencio blanco
en la orilla vital de la palabra
y en la inminencia de la sangre
tiene la noche un árbol
con frutos de ámbar y sed de siglos
una sed que abre cauces en el sueño
dispersa un fulgor de criaturas
y blande el contorno fascinado de la forma







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             Ana María Drack




            Demasiados consejos 

            de señores listísimos

            estaban convirtiéndome en adulta,

            en una coctelera de palabras perfectas,

            perfectamente oscuras

            para mis tiernos ojos,

            perfectamente exactas

            para la deliciosa imperfección que prefiero.

            Ahora están haciéndome

            un lavado de escrúpulos

            dos simples transeúntes

            que he encontrado en la playa.

            Que nadie me proteja.

            Que nadie venga a rescatarme.







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Joaquín Juan Penalva


EL MANANTIAL DE LA DONCELLA


                             A veces, los pastores 
                             pueden convertirse
                             en lobos
                             y devorar
                             a las doncellas
                             que se acercan al bosque.
                             A veces, un rey
                             justo puede
                             transformarse en león
                             hambriento
                             y desollar
                             a los lobos
                             junto al manantial
                             de la doncella.

       





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    Rosa Martínez Guarinos

       MADRES  DESNUTRIDAS CON  NIÑOS  (DESAHUCIADOS)



        Hay locura en los rostros del hambre,
        un cóncavo aullido no resuelto
        que nimba como aura negra
        los delicados cráneos.
        Hay perplejidad sin causa,
        un terco mirar
        de lo inmóvil a un centro fijo.
         No hay tristeza ni horror,
         sólo vacío dentro del vacío,
         sólo un estar sin nervio
         y un dolor que no duele.
         Sólo una piedra negra inscrita
         en el centro del alma.

         Los rostros del hambre se parecen
         como flores oscuras incrustadas
         en el nicho cabal de nuestras mentes.
         Se les rompe el amor
         por dentro de los ojos,
         por eso miran madres sin mirar
         a los hijos
         y los llevan atados con los huesos
         de amar contra los vientres.
         A veces los cargan a la espalda
         como una dulce muerte
         con las alas caídas.







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Miguel L. Mula Soler

              El abrazo la herida


En Lisboa,
cuando llueve,
hay una ventana
muy limpia
que da al río que da al mar
y una plaza sin fuente ni estatua.
Tras los cristales,
en penumbra,
dos amantes se abrazan
en penumbra,
tras los cristales
y una plaza sin fuente ni estatua
que da al río que da al mar.
Muy limpia,
hay una ventana,
cuando llueve,
en Lisboa.





68

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Pilar Duet

DIAPASÓN

Uno

No hay más hermoso adiós que aquel que deja
un cuerpo en otro cuerpo.
El alma siente el resplandor desnudo
de la carne tremante.
Brilla la oscuridad y transparentan
sus enigmas las sombras.
El fragor de los sexos ilumina
con diamantes y estrellas
el laberinto de la plenitud.
Y todo es melodioso.


Dos

Asomada a tus ojos miro el cielo
oscuro y transparente, donde yacen
terciopelos, diamantes, armonías.
Abrazo tu cintura y los jazmines
perfuman mi dolor y lo transforman
en suavidad y lasitud: en júbilo.
Si me acerco a tu cuerpo toco a Dios
y a través de la carne llego al alma.




69

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M. Ángeles Pérez López




La mujer inventa el mundo y es azul.

Parece cotidiano en su simpleza,

su límpida canción de los objetos

en la materia sola y reservada

con que se inicia el tiempo y el ritual

del té que abre su aroma en los pesares

y cancela la historia, los rigores,

los campamentos rojos de la ira.



La mujer inventa el mundo y es azul.

El cruel temperamento del granito

desarma sus moluscos, los espejos

de la roca que se hace maleable

y vuelve migazón las convicciones,

tobillo tan flexible como el agua

que rota sobre sí su levedad.

Y el azul no es del boli de la infancia,

del bic y su costumbre en el oído

sino la sangre entera y persistente

que cosió las alfombras, los pañuelos,

las melfas, las zozobras y caftanes

con flores que olvidaron el cobalto

en su estallido azul contra la muerte;

la misma sangre firme que circula

como un cordón por cosas y personas

atándolas al viento y sus finezas.
Cortesías de apego y de intemperie.





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Carmel Cashels



ELISABETH BARRETT





Los ojos sobre el libro, 

y el corazón soñando, 

escucha el crepitar 

del fuego, que levanta 

imágenes sonoras, 

palabras encendidas 

hasta el sitial del vértigo.

Dibujos entre el humo, 

visiones en el alma 

mientras la mano mueve 

las páginas hermosas, 

el aroma del tiempo 

en que una pluma supo 

dar vida a una verdad.

Lejos, el mar voltea 

también la verde página 

de su oscuro oleaje, 

editando en el viento 

rumores de aventuras 

cuyos ecos resuenan 

en la pequeña estancia 

donde todos los días 

son iguales, igual 

que un navío varado 

en un mínimo estanque.
Quién pudiera correr 
en busca de otras islas, 
dormir bajo el silencio 
del cielo constelado, 
o bajo la tormenta 
de la espada y la lluvia, 
hasta caer exhausta 
después de haber vencido
a la piratería 
o al leviatán terrible;
quién pudiera tener

el cuerpo roto y sucio 

de trabajar la tierra, 

en vez de la piel blanca

y la mano hábil solo 

para esgrimir la pluma 

con la que trazar versos 

silenciosos y oscuros.

Triste felicidad 

amar lo que se tiene 

sin tener lo que se ama.

El corazón sonoro 

brinca con la lectura 

y llora cuando escribe;

porque el libro no puede 

sustituir la vida.




71

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 Antonio Méndez Rubio


 ZERKALO

         Vivid en la casa y la casa existirá.
                                     Arseni Tarkovski

No hay ni eco…
Pero ¿cómo se puede
afirmar que no había nada
más que olvidar cuando
eso mismo,
hecho posible sin don,
es todo lo que nos falta?
Ya ves… ¡Ve, abre! Mira:
si las nubes se retuercen
despacio, de ese modo, es que su soledad
nos acompaña mientras
nos descalzamos una y otra vez
saliendo
de esa evidencia,
de otras preguntas para que
les salga vapor de dentro: hasta
que se abra el cielo.





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 Juan Ramón Barat




NOCHE DE VERANO

Una vez, siendo niño, le pregunté a mi padre
a dónde van los hombres cuando mueren.
Era una hermosa noche de verano.
Estábamos sentados a la puerta
de la casa en dos sillas
de anea y contemplábamos el cielo.
El aire nos traía dulcemente
el olor del jazmín.
Mi padre me miró con ojos bondadosos
y tras breve silencio me explicó
que la muerte no existe y que los hombres
acaban transformándose en estrellas
que brillan en el cielo.
Cuando me hice mayor y consulté los libros
descubrí con sorpresa
que la luz de los astros no es eterna,
que también su existencia se consume
con el paso del tiempo.
Ya hace muchos años que mi padre murió.
Hoy quisiera tenerlo junto a mí,
igual que aquella noche, y poder formularle
la pregunta obsesiva que me hago
al mirar hacia el cielo
en mi silla de anea solitaria:
¿a dónde van los astros cuando mueren?




73

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Juan Manuel Rodríguez Tobal


Aprendimos las piedras.
Aquella infinitud
cabía en unas manos.

Amábamos las cosas pasajeras
con la alegría torpe de las bestias pequeñas.

Al despertar, desnudos,
sentíamos su peso en nuestro vientre.

Nos hacía mamá
limpios de corazón.


 *****


Veíamos crecer el fuego entre sus manos.
Era hermoso decir adiós al fuego
como si nunca el fuego fuera a volver a casa.
Era hermoso no arder, no iluminar
con nuestra llama el aire:
era la piedra de la soledad.

Entonces sí era hermoso no saber
ninguna de las formas de la misericordia
para darnos calor.






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Francisco Gálvez

OTRA VEZ  LITERATURA                                 


I
Auster no dispone de las reliquias de Europa
pero es rabiosamente antiguo aunque nunca lo piensa.
Lleva la emoción con pinzas de relojero
y con la rapidez de un fotograma. A veces se desdobla
entre la hierba en la distancia de altos edificios
o escribe de lo que todos hablamos, de extremo a extremo,
y la palabra en mitad de una calle, señal de cómo somos,
formas de sentir a diario. Una mujer en la oscuridad
y otra bajo la luz de una farola, las dos esperan
a que llegue el día. El agua sobrepasa a la verdina
y las piedras señalan un lugar. Y Manhattan ya tiene pasado
y no está huérfana, hoy no espera al viejo mundo,
ya tiene ese universo tan nuestro y tan suyo.

II
En nada se parece al poeta que todos esperan
y se llama Anselmo. No lleva móvil ni donde dejarle recado.
Por las calles de la ciudad camina entre árboles
y gente en silencio, a todos sonríe,
entre veladores de las cafeterías busca a sus posibles lectores
y deja un ramillete de poemas sobre las mesas,
no habla ni pide nada. La ciudad le tiene aprecio,
lleva una guitarra que nunca toca. Los poemas son buenos,
se los compro sin gesto académico -somos amigos, hablo con él,
escucho su poética- Cuando termina la ronda recorre el camino
de vuelta, algún diálogo si le hablan, y casi siempre se marcha
sin apenas nada. Esa libertad se permite. Ayer a un poeta quieto
le han dado el premio nacional al fomento de la lectura.





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Antonio Aguilar Rodríguez




14_lista de comidas para la semana


El lunes te meriendo,
te ceno el martes,
el miércoles rebaño
tu cuerpo con mis dedos,
el jueves te relamo,
el viernes muerdo tu mentón
como una fresa,
y el sábado devoro
constelaciones de lunares
en tu cintura.

Tan sólo ya nos queda
decidir en qué lado de la cama
desayunamos el domingo.






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José Cantero

Mulier in love 



Como si el alba abriese su pecho y de él brotaran
palomas encendidas que nublasen el cielo, 
sentí mi corazón tremular mis entrañas 
y hundirse en él la lanza de un gigante de oro,
verdugo de mi carne y amante de mi espíritu.
El dolor y el amor fueron entrelazándose,
y la pasión serena abrió un bosque de gozos 
soñados siempre y nunca conseguidos. El pálpito, 
como un caos naciente, abrió un nuevo universo 
íntimo e infinito. Los colores, las músicas, 
los mares de la sangre y los glóbulos del alma 
estallaban gimiendo madrigales, cantando 
júbilos y motetes que desgranaban luz
y pusieron mis ojos ante un rostro de bruma 
cenital e invisible que era todos los rostros 
y todos los enigmas. Se comprimió el espacio 
en un solo latido, y el tiempo abrió su forma 
en una sola imagen. Fulminada, caí
en un prado solemne donde causas y efectos, 
sin orden sucesivo, abrazaban las aves, 
las estrellas, el polen, y los sentidos eran 
un magma entretejido de orden y confusión, 
de plenitud y abismo. La estancia ardió de pronto 
y era el mundo un bajel ubicuo y constelado 
naufragando en la isla donde la muerte es vida 
y todo se desvela como si nunca hubiese 
existido el misterio.






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Diego Torres

DESCRIPCIÓN DE LA BATALLA


La flecha hiende el ojo que el escudo
no ha podido ocultar, y un borbotón
de sangre mancha el rostro, permitiendo
que la lanza penetre el pecho. Caen
los hombres en la tierra. Los caballos
arrastran sus jinetes, ya cadáveres
trizados por los cascos. Las espadas
acusan el cansancio, pero siguen
sajando, desmembrando. Piernas, brazos
yacen en la verdumbre. El fiero sol
también es un puñal; brilla en el aire
y fulge en las corazas. Los ejércitos,
como dos pedernales, se golpean
hasta encender la hoguera de la muerte,
que recoge los cuerpos y transforma
el campo de batalla en cementerio.



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Rubén Martín Díaz


Si algo te asombra, entra. No declines
estar
en eso que deseas.

No lo mires. Contempla. Date a ello.
Ten por seguro
que habrá estado esperándote
antes de que llegaras.

Si el bosque te respira,
abre el pulmón. Sé árbol.

Si la piedra entorpece tu camino,
entonces cógela,
hazte piedra en tu mano
y prolonga tu cuerpo en la distancia
cuando la arrojes.

Si es la isla que te observa desde lejos,
piénsate en ella;
                             incluso el agua cambia
todos sus átomos
llegada al barro que limita
la orilla.

                Si es la llama
que vertebra la bóveda del aire,
crece en el fuego. Cumple sus designios.

Si el animal se asusta,
entra en su miedo. Dale paz. No vayas
tras él.

              Y si es la luz
que unta de otoños este mirador
desde el que observas,
                                      déjala cruzar
tu cuerpo

y que en él se ilumine con justicia.





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Diana Boucher

EL BUSCÓN DE SU DESHONRA



En un lugar, que puede ser cualquiera 

porque en todos ocurre que el amor 

manda en hombres y hembras, sucedió 

que había dos amigos, tan fraternos 

que todo era de ambos. Uno de ellos 

se enamoró de una mujer hermosa 

y se casó con ella; y fue feliz.

Pero Anselmo -porque este era su nombre-

empezó a sentir pronto la desdicha 

de no ver con la misma asiduidad 

a su amigo Lotario; y aunque este 

le explicó que en el dos no cabe el tres, 

hubo, ante el mucho ruego y pertinacia, 

de seguir visitando a los casados 

como si no lo fueran.

               Tanto Anselmo
insistió en que las gentes no importaban, 

ni sus habladurías -y además,

que el amor de su esposa era imbatible 

y su fidelidad a toda prueba-, 

que Lotario no pudo decir no 

a las insensateces de su amigo, 

ya empeñado en probar con claros hechos 

el honor inmutable de Camila.

Y así, la visitaba el buen Lotario,

y hasta la requería y requebraba 

con requiebros que el propio esposo urdía 

y ya había olvidado repetir.

En fin: pues que la dama, tras negarse 

una vez y diez veces, a la onceava 

prefirió a quien de tanto amor le hablaba;
y obedeciendo a su esposo
-aunque este nunca lo supo-
entró al su amigo en su  cama

y lo tomó por amante.

Que es de vidrio la mujer 

-el hombre no le va en zaga-
y no se debe probar
si se puede o no quebrar,
pues se pudiera romper.





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Pedro Abelardo
MADRIGAL


                    Si yo fuera un poeta
                    de la estirpe de Dante o de Petrarca,
                    y pudieras creerme, te diría:
                    Para mí son más bellas tus palabras
                    que todo el universo constelado,
                    y prefiero tu risa
                    al cascabel que irradian las estrellas.
                    No hay más materia que la de tu cuerpo
                    ni más alma que la de nuestro amor.
                    Ni siquiera los dioses
                    tuvieron tanta dicha.
                    Soy la felicidad cuando me abrazas.





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Francisco Caro



bosque


Las desgajadas, secas.
El hombre mira
bien que estén secas.
El haz crece, su brazo. Sólo busca
calor y las recoge. No todas,
él las prefiere
primero débiles,
han de
      prender la lumbre, el temblor
de la llama que inicie, bien lo sabe
luego, las recias.
Su cuidado procura, cada noche,
sostén al fuego. Aún
ignora si las brasas
que pudieran salvarle
llegarán. Al final, cuando los hielos fuertes,
con los odios más fuertes.
Con paciencia recoge
-igual que hiciera ayer,
lo mismo que mañana- como si fueran leña
palabras en el bosque. Tiene frío y está
despidiendo la vida.
                         





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Javier Lostalé

DESNUDO

Tu desnudo tiene la quietud
de una rosa antes del amanecer.
Abandonado en el límite
de la ausencia más pura
emite una luz
en la que entera leo mi vida
sin alterar el secreto de la tuya,
pues quien así se entrega
es sólo ascensión sin tacto,
eternidad de lengua absuelta.
Nadie habite entonces la flotación dormida del amante
hasta que su corazón desborde
y se produzca el bautismo del mundo.
No hay conquista en tu desnudo,
sino postrimería en revelación
pues principio y fin en él se anudan.
Si me inclino sobre su oscilante cristal de llama
escucho un fulgor de palabras primeras
que me reúne con todo lo amado hasta llegar a ti,
y callo cuanto supe
para reiniciar contigo el tiempo.
Es tu desnudo destino
donde se fecundan aurora y atardecer,
y lo que el pensamiento toca
germina consumación.
No hay en ti desnudo
sino tiempo y espacio en suspensión,
honda sombra con pulso
en la que no dejo de nacer. 



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 Francisco Alba

SOLDADO


Iba masticando un trozo de carne que no quería comer.
Buscaba cómo deshacerme de él.
Mugía el toro de Falaris dentro de mi cabeza española.
Me dieron de baja en la Seguridad Social.
Al lado había unos rusos. Me aparté para tirar
el bolo de carne y entonces un ruso acercó un platillo.
Se parecía a un árbol muy pobre que conocí.
Metí mis entrañas dentro de un armario de trajes de lujo.
El ruso estiró el brazo creyendo que le daba una limosna:
lo que dejé en su mano fue el trozo de carne. 
Yo era un soldado alemán. Ellos querían vengarse
por el insulto y me buscaban. Pero había un crematorio.





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Miguel Heredia

AMISTAD

Acosado en mitad de la existencia 
por la espada de la mortalidad,
persigue el corazón una deidad
que apacigüe el dolor de la conciencia.

Desengañado, el hombre ve en la ciencia
otro dios que mitigue su orfandad.
Mas, prisionero de su soledad,
mira a la muerte al fin con indolencia.

Ha buscado en los cielos y en la tierra,
pero no entre los hombres; ha olvidado
el sentimiento de fraternidad.

Solo encuentra la paz en tanta guerra

-la cósmica acechanza, el sino airado- 

aquel que se refugia en la amistad.






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Alfonso Pascal Ros


CASI NADA HE SABIDO DESDE ENTONCES


Casi nada he sabido desde entonces.
Hablo de aquellos trazos de cartilla
de niño y letras grandes, pocos libros,
y padre preocupado por la vida.
En nada diferentes a los otros,
hablo de que era un niño todavía.
Mejor no saber nada de las cosas
de la calle y volver a la cocina
a que madre me tome la lección,
la eme con la a de carrerilla.
Poco más he aprendido desde entonces
que no sea empeorar caligrafías.







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José Cereijo


Una de las razones
que hacen grato el silencio, a cierta edad,
es que es el ámbito de los que se fueron.
Su voz, íntima y tenue, no puede oírse
en mitad del ruido continuo de las cosas; que, además,
es abusivo e irrespetuoso
para la calma, la soñadora delicadeza
en que les gusta vivir. (Quizá no se han repuesto
del todo de la muerte;
quizá uno no se repone nunca de algo así).
En cualquier caso, el silencio es su patria.
Es allí, sin palabras, donde uno puede tener
la esperanza de encontrarlos. Y vale la pena. Son una compañía
paciente y comprensiva,
y saben mucho, muchísimo (la muerte
es una gran escuela). Su visita
nos deja serenamente enriquecidos, aunque a veces
no sepamos muy bien cómo. (No importa).
Uno se acostumbra a distinguir
a quienes están habituados a ese trato; hay en ellos
esa misma delicadeza, esa sabiduría,
que sólo en él pueden aprenderse. Hasta el punto
de que las otras compañías se nos hacen, a veces,
algo superficiales. Es como si no hubieran aprendido
a darse cuenta, aún, de ciertas cosas.






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José Luis Campal



XXXIX

Nos puede, y dejamos que se imponga,
una torrentera de abrazos
surfeando los apetitos inabarcables
del presente que no cesa.
Cuando las bocas galopan infatigables
esas playas de oro
que nos acarician bajo las estrellas,
nos deleitamos en los pliegues de la memoria
hecha certeza y consumación.


XL

De nuestros cuerpos vaciándose
recordamos cada mañana
los ardientes cánticos
que fulgían en las miradas
como hierba recién cortada,
embriagando las confidencias,
envolviéndonos en locos deseos
más parecidos que nada
a la vida por la que suspiramos
en los años de extravío.





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Eduardo Lastres


El cielo tristemente se va de vacaciones
cada vez que quiero verte inundada de sol
y de agua y de sonrisas.
Qué bello ese aliento de ola
surcando las arenas
que lamen tu recuerdo. Qué silenciosa la noche
tan cargada de ti, tan solitaria,
que no recuerdo ya el sabor del aire
que respirabas, incluso, si morías
de amor en el tejido de tus cabellos,
ligeramente negros.



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Ada Soriano

LA GRAN MADRE

         A la memoria de Concepción Muñoz Samper,
                                                  mi abuela materna.

                                Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
                                Al primer muerto nunca lo olvidamos,
                                aunque muera de rayo, tan aprisa
                                que no alcance la cama ni los óleos.
                                                                      Octavio Paz


Me acerqué a la casa donde antaño vivías
y no hallé puerta ni ventanas.
Ni un solo resquicio por donde asomarme.
Sólo quería contemplar la escalinata
por donde subías y bajabas.
No estos muros de cemento
como la losa que te cubre.
No el lugar donde descansas
sin poder cruzar contigo una palabra.
No este paraje desolado
donde los sauces enfilados anochecen
el angosto camino,
donde las flores, sedientas de piedad,
agonizan a la caída del sol.
Han pasado tantos, tantos años.
De tu hogar, antes cálido y alegre,
sólo queda un recinto donde se aúnan
la frialdad y la tristeza.
Sé que pronto caerá tu casa
con el ruido cruel
de la máquina del hombre.
Edificarán, edificarán
por encima de nuestros recuerdos.
Han de temblar los cimientos
con una agitación incontenible
como temblaron en su día
los corazones de los que te aman.
Pero ni la densidad del muro
ni el poder del hierro afilado
podrán ahuyentar de mi memoria
la armonía de tu semblante:
tu imagen contradictoria
de mujer que reía conteniendo a la vez
un gesto de amargura.
Se ha instalado en mí una huella
de la cual no puedo evadirme
porque la humanidad y la fortaleza
que de ti emanaban
lograron que la soledad
no fuese un comienzo azaroso
sino un final, una victoria
en la lucha por la vida.





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Juan Antonio Díaz de Lope


Las almendritas
en su laberinto
no conocen
el camino.

                     Allí arriba,
                     solas,
                     la luz las dora.

Las almendritas
(allá en lo alto)
¡son tan pequeñas!

En el invierno
con flores sueñan.

Las almendritas
esperan,
y esperando
se quedan quietas.

Las almendritas
no tienen frío,
lucen su capa
para el rocío.

Las almendritas
ya no están solas:
¡una flor blanca
ya les asoma!






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Ignacio Fernández Perandones



PERSISTENCIA


Atento a la cerilla
que unos dedos dejaron
al borde del camino
apagada en la piedra.

Varilla diminuta
olvidada y concisa.
Terca raya escondida
en el centro de nada.

Evocación de llama
que pudo iluminar.
Anhelo recortado
hasta llamarse nada.

Segmento de la vida
que prende y que se inclina
como un mástil caído
en brevísimo lance.

Pero persiste y dura
con su gris “todavía”
en medio de una tarde
asombrada de serlo.

Desierta ya de tiempo,
sólo nos dice: “soy”,
sin nada que añadir
a su pura existencia.





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Daniel Aldaya

EJECUTIVO DEL AÑO SEGÚN THE NEW YORK TIMES


Yo era un ejecutivo de sonrisa fácil, juventud eterna,
gomina y mano dura, con bastante fama dentro del gremio.
Él un obrero de la compañía, sección quince.
No me tembló el pulso, la voz, al comunicarle
un despido tan improcedente como necesario.
De mi boca salieron decenas de excusas
y reducciones de plantilla
(ahora no entiendo tanta excusa
ni el aumento posterior de plantilla),
pero tenía ganas de liquidar el asunto
y dar carpetazo al expediente y finiquito.
Me felicitaron los jefes, fui nombrado
Ejecutivo del año por mi labor agresiva, creativa
y económica al frente de la empresa,
con beneficios bajo el brazo, saldo favorable
en el presente ejercicio.
Pero coincidí a la salida del cine
con el susodicho padre de familia (horror, en la misma sala)
y respectiva, mis hijos coincidieron en la Universidad
de Columbia con los suyos, mi mujer con la suya en unos 
                                                                                   / cursos
de autodefensa y, años después, coincidimos
en la misma cola del paro, donde unos ejecutivos de sonrisa
fácil, más jóvenes, gomina y mano dura
habían tenido a bien confiarme.




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Manuel Valero Gómez 

           Y aunque buscas a Dios,
a Dios maldices
         Francisco Alonso Ruiz


La noche temblaba en la boca de Dios
y desde sus entrañas
                                      ocupaba
la risa, el mercado,
los cafés, el silencio, la vida

Una noche, como ésta,
plomiza y rota,
desde los pulmones del campanario
hasta la esquina
                           de sangre derramada

Porque la noche es más que una boca,
la noche es un cuerpo
                                         enfermo de sueño,
la noche persiste honda,
la noche des
                         cien
                                  de por su pereza
hasta los albañales,
hasta nuestro salón de nieve,
hasta la pérfida y remota alcoba
que por el cansancio nos conoce

Y allí,
        ante nosotros la noche huérfana
que temblaba y tiembla
en su redondo tedio
contra la ciudad:
                              ¡refugio de lluvia, llanto y vidriera!

La noche es un monstruo
                                              de hambre
desgarrado en unos labios,
en la acera del tiempo
un cuerpo en sus soledades
                              desgarrado
dejando para sí mismo
su propio cuerpo
hasta no ser otra cosa que la noche

La noche temblaba en la boca de Dios
y en la Iglesia, la sierra y el río
rumor de Muerte
                                 habitaba su morada
                                    sobre los jazmines








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