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viernes, 9 de marzo de 2012

Un poema de Enrique Gracia Trinidad (Antología, XL)






¿POR QUÉ?


Estuvo hablando toda la mañana de la felicidad, un rato con palabras, otro con gestos. Hablaba solo. Le brillaban las manos y la voz.

Apenas si probó bocado al mediodía. No tengo hambre —dijo para sí— no me apetece nada.

Por la tarde escribió en un cuaderno durante un par de horas. Luego arrancó las hojas, las dobló con cuidado y las quemó en el cenicero. Le brillaban los ojos a la luz de las pequeñas llamas azuladas.

Se tomó las pastillas con un buen vaso de cerveza. Eran amargas. Mordisqueó un trozo de pan con chocolate, aquel grato sabor de la niñez que era el sabor del mundo.

Salió a la calle cuando empezaba a oscurecer. Canturreaba una canción apenas recordada. Entre dientes, para no molestar.

Se marchaba la tarde cuando entró en el parque. La ciudad se perdía a sus espaldas. Se sentó en un banco de madera bajo una acacia joven. Llovía lentamente. Le brillaba la lluvia por los hombros. Volvió a pensar en la felicidad.

Antes de medianoche estaba muerto.

Enrique Gracia Trinidad