Canteloube: Cantos de Auvernia, 1
[CUANDO
ESTOY SOLO…]
Cuando
estoy solo,
las
cosas se desprenden de su corteza, que cae
sobre
las cosas
como
una sombra de plomo
o
asciende
inseparablemente
de su caer.
Su
desnudez es hiriente:
irradia
el resplandor oscuro de los lugares deshabitados;
telegrafía
la vaciedad
de
las manos vacías,
de
los pájaros sin aire.
Cuando
estoy solo,
las
cosas, solas, se engríen,
se
desquician por ser lo que son,
enloquecen de límites
/ y aporías,
/ y aporías,
y
hurgan en el fondo de los ojos con sus extremidades de humo,
y
reparten su muerte como agua
encallecida.
No hay en ellas pasadizos
que
conduzcan a otras cosas,
ni
atalayas desde donde excavar
en
el cielo
o en la muerte
para
descubrir qué desemboca en la sangre
o
qué la constituye,
para
que la destrucción
tenga
cuerpo, y no sea el mío,
para
que descubra un cadáver, y no sea yo.
Cuando
estoy solo, todo es múltiple, pero todo calla
[solo
el silencio habla, urgido por el tiempo,
visitado
por ruidos en ruinas
y
noches de blancura feroz]; todo es uno,
pero
todo es arena:
la
piedra disiente de sus silicatos
y
me obsequia una nada
que
ocupa todo el espacio que ocupo,
hasta
alcanzar el límite de las uñas
y
las murmuraciones,
y
que estalla, y continúa estallando,
y
se espesa en su estallido, o se adormece en él,
como
si fuera una música
que fuese también un grito,
y
me alcanzan sus esquirlas, que devastan
esta
nada entera, recorrida por ojos sin órbitas
y
ríos sin estuario y lámparas sin calor;
el
semáforo,
triste, se descalza
y
me empuja a una intemperie poblada de semáforos
más
tristes todavía, por espectros embriagados
de
ser, por transeúntes
cuya
tristeza es tan alta
como
yo.
Cuando estoy solo,
los
pechos que admiro
están
vacíos,
como
los ojos que los miran,
y la luna no flota,
sino
que se deshace como este papel en el que escribo
que
la luna no flota, sino que se deshace
como
una escarcha que me sirviera de coraza
y
me oprimiese como una flor.
Cuando
estoy solo, las sillas no me sostienen,
aunque
me siente en las sillas,
aunque
bucee en ellas.
Cuando estoy solo, estoy en mí,
lloro
o lluevo en mí, me perpetúo en la carne
y
en el desvanecimiento de la carne,
en
los símbolos y en su apaciguadora intercesión,
en
lo que digo y en lo que me dicen,
aunque
lo digan con los labios cerrados,
en
lo que veo,
aunque
lo vea con los ojos cerrados.
Cuando
estoy solo, el tiempo no pasa:
se
encharca en una solidez difusa,
en
la que no crece la hierba ni desovan los insectos,
en
la que los pétalos adquieren una consistencia mortuoria
y
la luz, sonámbula, se expande como una lápida
por
la tierra desesperada
que
piso,
que soy,
como
un cemento doloroso que fraguase con la dureza
/ de un espigón
y,
en cambio, se levantara como una ola.
Cuando
estoy solo,
el tiempo
me
embalsama en una quietud que quema,
y
yo tartamudeo, antes de la que la tarde me cercene la lengua,
y
con la lengua cercenada tartamudee más,
y
atardezca.