Gershwin interpreta su Rhapsody in Blue
Il corpo di Fiammetta
Caminaba Alibech por el
desierto
en busca del Buen Dios
para ofrecerle
por siempre su hermosura
y castidad.
Encontró, así, la joven a
Ermitaño,
un triste anacoreta,
quien le dijo
que la mejor manera de
agradar
a Dios, su Trinidad y
Santidades,
era metiendo al diablo en
el infierno.
Alibech le rogó que le
enseñase
a hacer gozar a Dios de
esa manera.
Ermitaño, sintiendo
hambre divina
al contemplar aquella
carne humana,
le contestó que toda
mujer tiene
un infierno, y todo
hombre su diablo.
-Pues éntrame en mi infierno tu demonio,
si es tan fácil glorificar al cielo.
Con lo cual el asceta,
desnudando
ambos cuerpos, lanzó su
diablo en ristre
hasta que vomitó todo su
fuego
en el averno de la
virgen, quien
sintió que la oración la
enardecía.
Y tanto le plació a esta
la liturgia
de agradar a su Dios que
a cada instante
quería rezar más, y mucho
más;
e instaba al Ermitaño a
que metiera
su orgulloso demonio en
su volcán
una vez, y otra vez… Pero
el asceta,
alimentado solo con
ayunos
y algunas pocas hierbas
durante años,
no podía con tanta
devoción;
y, pues desfallecía por
instantes,
dijo que su demonio,
escarmentado
con tan grande castigo,
había muerto.
Fue así como Alibech
volvió a iniciar
su peregrinación
glorificante;
y tanto diablo castigó en
su infierno
que el mismo Satanás, ya intimidado
por el rusiente fuego,
rogó a Dios