Eisenstein / Prokofiev: Alexander Nevsky
LOS
NIÑOS DE LA ESTACIÓN LENINGRADSKY
A Roma,
Misha, Yula y los demás
Los
niños de la estación Leningradsky
también perdieron la guerra.
Mas
no como soldados,
sino como niños
que
un día descubren el horror.
Ellos
no conocen más guerra que la de cada día
-una en la que no hay obuses ni cañones,
campos
minados ni metralla-.
Pero
nada recuerda tanto una guerra
como sobrevivir,
y
nadie se parece tanto a un francotirador
como una criatura con hambre.
Siento
piedad por los niños de la estación Leningradsky,
por
esos cuerpos sucios, esas ropas raídas,
esos
ojos que dan la impresión de no entender.
Siento
piedad por Misha, abandonado
en un orfanato,
por
Roma, cuyos padres bebían y lo azotaban.
Y
por Yula, violada en la flor de sus doce años.
Siento
piedad por los hombres y mujeres de Rusia,
noble y bárbaro país
de
popes y mujiks, de Solschenitzin y zares.
En
el rostro de sus niños
-los niños de la estación Leningradsky-
puede
leerse la historia de la guerra
(de todas las guerras perdidas).
Ellos
llevan en la frente la sombra del GULAG
y la sonrisa de Stalin.
Llevan
la herida del vodka y la mirada de acero
del KGB.
Yo
siento piedad por los niños de la estación Leningradsky,
llena de turistas,
de
policías que odian,
de
trenes que se hunden en los túneles
como buscándole el alma a la noche.
©
José Santiago Pérez Olivares