EL EQUILIBRIO DE
LOS ASTROS
Luego de muchas
vueltas en la cama
tratando en vano
de abrazar el sueño;
desempolvando
algún recuerdo triste
que me acompaña y
me acompañará
hasta que la
vejez me desconecte
de mi propio
pasado; percibiendo
oscuramente algún
dolor difuso
que empieza poco
a poco a concretarse;
pensando todo lo
que pudo ser
pero no pudo ser;
atribuyendo
una admirable
biografía a esa
mujer que me he
cruzado por la calle;
oteando el futuro
mientras doy
media vuelta a mi
cuerpo en la parrilla
enojosa del
lecho..., finalmente
me levanto
aturdido. Todos duermen
en la casa. La
noche es aún muy noche,
y yo subo
despacio los peldaños
hacia el estudio.
Sobre el suelo brilla
un gran charco de
luz. Por la combada
claraboya del
techo veo la luna
helada del
invierno, que me lleva
hasta otro
invierno gélido y remoto.
Mi padre entra en
el cuarto y ya se inclina
sobre la cama
para ver si duermo,
con el esmero de
quien sostuviese
el frágil
equilibrio de los astros.
Quizás musita una
palabra, porque
un vaho se
desprende de su boca.
Un momento
después, cierra el postigo
por donde entra
el claror que me desvela,
antes de
retirarse hacia su noche.
Pablo de la Rosa