Dicen muchos que gozamos de un
inmejorable presente literario -sobre todo lírico-. Yo miro a todas partes y no
veo en qué se fundamentan. No digo que no sea así; y si lo dijera sería
-naturalmente- solo una opinión. Lo que afirmo es que Garcilaso vale más que todo el 27; Quevedo mucho más que el 98; a Góngora
no lo superan las vanguardias. ¿Quién de los del Cincuenta se hombrea con Lope? ¿Qué “novísimo” es más nuevo que
un poeta menor del Siglo de Oro? ¿Y quién de la “experiencia” tiene más que Manrique? ¿Alguien sabe de alguna
novela española actual superior siquiera a las Ejemplares? ¿Qué teatro pudiera
competir con Calderón? ¿Quién hay
actualmente más nuevo que Shakespeare,
Cervantes o Petrarca? Solo de Shakespeare puede decirse sin error que nada nos
sobra de cuanto nos legó. Incluso, aunque el porcentaje de lectores nada
asegura, ¿quién suma hoy más que alguno de los mencionados?
Hoy vivimos menos de realidades
literarias recién nacidas que de auténticas mitologías. Es fácil equivocarse
cuando la necesidad de encontrar lleva a confundir lo hallado con el verdadero
hallazgo. Ocurre con demasiada frecuencia que quien desea estar al día deja de
estar en su tiempo. Y así, el afán por conocer y airear lo coyuntural y
novedoso ciega para ver lo nuevo por trascendido desde la tradición. Es la
erudición de lo banal tratando de suplantar la cultura. Esta necesita de aquella, pero
aquella pocas veces llega a esta si no olvida que es un simple testimoniazgo. Y
lo peor de todo es que la escritura, cada vez más, es
solo literatura.