Cómo negar que hoy también hay obras señeras, si somos tantos millones
de seres vivos y solo tres o cuatro centenas admiten no ser escritores.
Pero aceptemos que cuanto más progresa el hombre social más se aleja del hombre
individual, que es el que crea, el que escribe. Si es cierto que hay grandes
poetas, también lo es que la mayoría ha ido olvidando al hombre por el camino y
suplantándolo con palabras y abalorios. No obstante, lo que debe quedar y queda, a
pesar de endriagos mestureros, es la poesía humana, no la poética; la esencial,
no la circunstancial: ni cotilleos, ni esteticismos, ni compromisos que no sean
con el hombre sufriente que anhela renacer.
Esa es la causa de que del caudal de autores del Siglo
de Oro, o del Romanticismo, permanezca una escasa nómina; y lo será de que la
multitud de antologías desde el 27 hasta hoy se reduzca a una docena de poetas
o a medio centenar de poemas.