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lunes, 30 de enero de 2012

Disquisiciones (V): Disfraces de la pluma



Cómo negar que hoy también hay obras señeras, si somos tantos millones de seres vivos y solo tres o cuatro centenas admiten no ser escritores.
Pero aceptemos que cuanto más progresa el hombre social más se aleja del hombre individual, que es el que crea, el que escribe. Si es cierto que hay grandes poetas, también lo es que la mayoría ha ido olvidando al hombre por el camino y suplantándolo con palabras y abalorios. No obstante, lo que debe quedar y queda, a pesar de endriagos mestureros, es la poesía humana, no la poética; la esencial, no la circunstancial: ni cotilleos, ni esteticismos, ni compromisos que no sean con el hombre sufriente que anhela renacer.
Esa es la causa de que del caudal de autores del Siglo de Oro, o del Romanticismo, permanezca una escasa nómina; y lo será de que la multitud de antologías desde el 27 hasta hoy se reduzca a una docena de poetas o a medio centenar de poemas.