Un libro es igualmente bueno o malo con un premio o sin él. Lo malo de los
concursos literarios no es perderlos (en el más noble de los casos, al ganador
lo elige el azar: porque es probable que perdiese el premio con un jurado de distinto
criterio). Lo malo realmente es que te roben: que te roben los versos, los
temas, el lirismo, la perspectiva, las imágenes: los jurados suelen estar
formados por poetas, y algunos encuentran su mejor inspiración en los
originales que examinan. Les pasa como a aquel profesor universitario que ponía
como trabajo final el estudio exhaustivo de un soneto del Siglo de Oro. Algunos
años después uno de los alumnos se encontró con un libro en el que se
analizaban precisamente los sonetos áureos. Después de la sonrisa por la constatación
del robo plagiario y la traición, concluyó que aquel sobresaliente inmerecido
-porque le interesaba la poesía pero no las clases- no había sido suficiente regalo.