Puesto
que poco queda de lo mucho que hubo en otros siglos, las antologías, aun a
riesgo de equivocarse, debieran dar muestra de lo que debe haber, no de lo que
hay. Sin embargo el criterio selectivo es suplantado por el representativo de
los gustos del público, con lo cual, como este adolece de mediocridad -factor
común de la humanidad, mal que nos pese- se antologa lo banal y perecedero.
Tal
labor de mostrar lo que hay corresponde más acertadamente a las revistas,
periódicos y blogs, volanderos y volátiles por principio. Lo cual no exime de la más
estricta selección para que no se oferte como modelo lo que, futuriblemente
pero no con gratuidad, exhiben la falta de autocrítica autoral y la
irresponsabilidad del editor.
Quienes
hemos dirigido, siquiera modestamente, revistas y colecciones de libros, y
hemos abandonado la tarea después de una decena de números, sabemos lo
admirable y reconfortante que resulta admitir la existencia, durante 23 años,
de una publicación que no ha cedido ante los riesgos del independentismo, la
indefensión ante la fragilidad del mecenazgo, la búsqueda de originales, la
intolerancia de cuantos no admiten el rechazo de sus textos, el menosprecio de
quienes envidian nuestro heroísmo pero lo ensombrecen. Cuadernos del Matemático -y su director, Ezequías Blanco- ha demostrado que estar solo ante el peligro
merece, efectivamente, un óscar literario. Ni endriagos, ni fantasmas
plumíferos, ni adversos malandrines, ni otros muchos facedores de entuertos han
podido, ni parece que puedan, rendir la clamorosa pluma que imprime
semestralmente su escritura plural en el esperanzado y noble lector hambriento
de su savia. Al final lo que queda es la obra bien hecha, el aplauso interior
de aquellos que comprenden y el orgullo de ser el esforzado artífice de tanta
maquinaria.