Ya Shakespeare desconfiaba en el soneto XVII:
“¿Quién creerá en el futuro mis poemas? /.../ el porvenir dirá: miente el
poeta, / que ese rostro es de un dios, no de un humano”. Y Quevedo:
“Sol os llamó mi lengua pecadora / y desmintióme a boca llena el cielo…/ en vos
llamé rubí lo que mi abuelo / llamara labio y jeta comedora…”.
El “Soneto de tus vísceras”, de Baldomero Fernández Moreno
(1886-1950), transgrede la tradición petrarquista, que es tanto como decir la
lírica hispánica desde Garcilaso. Efectivamente, parece haber
escrito un manifiesto práctico contra los rimadores del amor, cansado de leer
las mismas virtudes físicas de la amada con iguales metáforas y rimas
semejantes. En vez de exaltar el oro rubio del cabello, el clavel de los
labios, las perlas de los dientes, y otras clonaciones pocas veces fértiles del
Renacimiento, Siglo de Oro y Romanticismo, se aleja hasta el extremo opuesto
del trovadorismo con el propósito de volver dignos del poeta las otras partes
ocultas de la amada; no aquellas prohibidas por pudendas, sino las que hacen
posible la vida y la hermosura exterior, por muy gelatinosas o herrumbrosas que
resulten fuera de la mirada del poeta.
El poeta ripioso que fue Baldomero, aunque ensalzado por Borges,
pretende denunciar los ripios de la tradición renunciando a ellos; y,
agudizando su mirada de médico, canta -con el bisturí de la pluma- las entrañas
de la amada. Tras el éxtasis de la enumeración descriptiva de las virtudes
eróticas, llega la catarsis del adentramiento sexual. Antes de que el cine gore
ofreciera banquetes visuales de tripas y de sangre, este poema descarna el
erotismo para mostrar el embeleco y falsedad de la sublimación, con una mirada
entre realista y sarcástica en la que, en el último verso, el poeta se reconoce
sublimador porque, como la amada, también es barro. Muchos dirán que es
antilírico, y tendrán razón. Pero resulta que la poesía es antitodo; es decir:
antídoto contra el tópico, si bien, a veces, en casos como este, se desvía en
exceso por los caminos del antiesteticismo. Comoquiera, he aquí las intimidades
fisiológicas de Beatriz, Laura, Fianmetta, Elisa, Filis, Lisi y tantas otras
“madonnas” que enardecieron el corazón y los poemas de Dante, Bocaccio, Lope, Quevedo... en un curso acelerado
de autopsia, necrología y desenamoramiento (que tal vez hiciera las delicias del mierdismo de Bukowski y L. Mª Panero):
Soneto
de tus vísceras
Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.
Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas, a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.
Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.
Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas...