MATILDE URBACH
Dios que vives y reinas en el cielo,
que manejas el rayo y, a la vez,
la piedad infinita, presta ayuda
a mi amigo, pues desde que se hizo
de noche no lo he visto y ya muy pronto
se hará de día.
Buen amigo, álzate
suavemente del lecho, pues la estrella
que anuncia el día asoma por oriente.
Te lo digo cantando, como el pájaro
que va en busca del día por el bosque.
Una y mil veces te lo digo: tengo
miedo de que el celoso te sorprenda.
Desde que te dejé, no ha transcurrido
un solo instante sin que, de rodillas,
haya rogado al Dios de mis mayores
que vuelvas sano y salvo, pues se acerca,
irremediablemente, la mañana.
— No insistas, compañero. Con Matilde
Urbach desfalleciendo entre mis brazos,
no me importan ni Borges, ni Giraut
de Bornelh, ni esas luces implacables
con que se anuncia el alba de mi muerte.
LUIS ALBERTO DE CUENCA
Madrid, 31 de julio de 2011