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domingo, 25 de abril de 2021

Poemas en Akra Leuka (XXIV) Nemesio Martín

Un homenaje y recordatorio de Nemesio Martín; y una lectura del propio autor.
Ante tanto testimoniazgo, me limitaré a decir que
"Los libros son los seres humanos que más amigos tienen".
(La construcción del poema)




1) 

Hay autores que trasvasan la escritura de otros a la propia, y autores que atribuyen su vida -y su escritura- a otros. A veces la literatura acaba colonizando la existencia y usurpándola. Aunque "la vida no la dictan las palabras", sino que, al revés, siempre acabamos autobiografiándonos: desnudos o con disfraces.

En Nemesio Martín Santamaría hay esas dos plumas que confluyen en una, dictadora o esclava de la otra, pero libres ambas como ejercicio de confesionalismo involuntario y de voluntaria devoción por los muchos poetas que en el mundo profesoril han sido. Ya el título de su primer libro, "Innumerable sonrisa", procede -o no- de un verso de Juan Ramón Jiménez: "... mar pleno, innumerable sonrisa", que a su vez procede -o no- del "Prometeo encadenado" de Esquilo: "... fuentes de los ríos, y sonrisa innumerable de las olas marinas...". ¿Sonríe innumerablemente la poesía de Nemesio? ¿Es elegiaco o hímnico? La vida es erotismo y óbito, fragmentos de fuego y de ceniza. Y la escritura es eco de esa dicotomía.

Me pregunta su viuda qué poemas me envía, de qué tema, si largos, cortos, publicados, inéditos... No hay -no debería haber- más que poemas buenos: los que nacen regulares deben mejorarse hasta convertirse en buenos, o tienen que desecharse para que no existan los malos. ¿Juveniles, de madurez...? Ninguna circunstancia altera la esencia; y, al final, sobran todas: incluso el autor pasa a ser una circunstancia del poema. Porque un poema es la suma de todo lo vivido y lo leído, el goteo de todos los manantiales de los que hemos bebido: los milenios de historia humana y de escritura asoman en cada acto y en cada palabra unida a otras palabras. De modo que las obras -músicas, cuadros, versos...- que perduran son las que, independizadas de sus abalorios, fechas, datos... se salvan del naufragio del tiempo, ese invasor de la existencia que solo acepta en su lecho a quienes nunca fueron mestureros ni versópatas. 

2)

El poema aquí recogido, aunque brota como una estampa social, no se deja vencer por el social-realismo, la denuncia de la inmigración y sus hambrunas, sino que va abandonando el "cuadro de costumbres" y muestra con delicadeza y con ternura lírica crecientes un hecho de la vida cotidiana: la niña que "venía de la mano con mi hija"-. También, como poema-cuento más que como documento, ni el tema ni su expresión eluden las alusiones literarias, todas relatoras: Las mil y una noches ("Aladinos intrépidos / por los mágicos cielos ...") o el Rubén Darío de A Margarita Debayle ("en el palacio, malaquita y oro / de un visir de Bagdad..."). La inocencia de la niña echada al mundo y sufridora de sus infortunios estremece al poeta desde "sus ojos o ascuas / de diamante vivo", quien acaba, como al final de El pequeño príncipe, ("si alguien la encuentra..."), pidiendo a los lectores que agradezcan a la niña "tanto amor y miel / como ella nos dejó". Así, como tantas veces repito, lo que empieza en elegía termina convirtiéndose en himno.


Marién


Marién o el cutis

de azucena turbada.

Marién, sus ojos o ascuas

de diamante vivo

alzados sobre un tallo de lírico cristal.

Marién o aquel aroma

que olía sólo a alma.


Marién, siete años...;

      lo demás no era

Marién, sino la vida misma:

vino del norte de África

por detrás de una estela

de azules golondrinas;

vivía en un cuartucho

con cinco hermanos más;

todas las tardes

venía de la mano con mi hija,

veía en el tazón de leche tibia

el rostro de su Alá;


se arrebujaba luego en un silencio

tejido por las lunas profundas del desierto,

o se abrían sus ojos

como dalias de asombro

ante el grifo del agua

templada de la ducha

y la luz de las lámparas.


Una tarde al salir 

dejó por los pasillos un reguero 

          de indolentes camellos, 

colgó oasis de ensueños y dispuso 

alfombras voladoras 

de Aladinos intrépidos

por los mágicos cielos

de las mil y una noches.


No la hemos vuelto a ver, y no sabemos

si las mismas azules golondrinas

la devolvieron a su aldea de adobe 

y cabras en las dunas del desierto,

o si vive hacinada

en una miserable chabola de París.


Si a principios de agosto alguien la encuentra

en una furgoneta de tercera 

mano dirigiéndose al Sur

por alguna autopista,

o en el palacio, malaquita y oro,

de un visir de Bagdad,

le diga, por favor, que no sabemos

qué hacer con tantos dátiles,

tantos higos y pasas,

y tanto amor y miel

como ella nos dejó.



C)

Paralelo al anterior parece el siguiente, o un ensayo, o reiteración, del mismo. Indefensión de la infancia, miseria, ojos... Ambos son inéditos.


 De azul cobalto

   Tendría quince años, 

tal vez menos.

Su cabello pajizo, 

el dibujo afilado

del mentón y los pómulos

denunciaban su origen:

un país miserable, alguna ex

república soviética.


Clavado allí, 

en el cruce

de grandes avenidas

donde se hacen eternos los semáforos

al comerciante que regresa a comer,

al funcionario que ha estrenado un Volkswagen

con la última bajada de créditos.


Una pequeña niña

dormía en el parterre, 

bajo sucias adelfas:

una muñeca con el pelo de estopa

que fuera allí arrojada

desde uno de esos coches que rugían

en medio del asfalto,

en medio de un verano

de cemento y de plomo,

de derretida angustia.


Clavado allí, en el cruce,

extendiendo su mano

hacia las ventanillas, 

hacia los rostros 

de mirada de hierro, 

hacia el hermético,

divino receptáculo

de aire acondicionado

de pulcras y adorables secretarias

que exhibían sus uñas

de puma felicísimo.


      Nadie vio entre el vaho

vomitado por los tubos de escape

ni entre el estruendo de las explosiones

los ojos de cobalto de ese niño:

eran dos ríos de puro desamparo;

eran dos lanzas,

dos cristales agudos

acuchillando un cielo de vesania.


Recuerda: 

las monedas que le hemos entregado

no son el precio

al confortable lujo

de tu conciencia trémula; 

son la cadena con la que has atado

tu corazón al mundo:

una cadena azul,

                            azul cobalto.

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