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lunes, 19 de abril de 2021

Poemas en Akra Leuka (XXII) - Ángel Luis Prieto de Paula


Sexteto

Shoenberg: Noche transfigurada

Orquesta


Cuando leí una selección del lucreciano "De Rerum Natura", traducida en endecasílabos por A. L. Prieto de Paula, me dije que era una lástima que su dedicación a la ensayística crítica hubiese desplazado al poeta. Ahora lo invito y fuerzo a que me envíe unos poemas y el lector comprobará enseguida que es mejor poeta que la mayoría de los que estudia y antologa. Tienen, sus poemas, equilibrio, que es lo que le falta a los demás.

1)

En el primer texto, el relator poético, tras repasar, insomne, su jornada anterior y vislumbrar su futuro, se dirige en plena madrugada a sus quehaceres estudiosos; y sus pasos peldañean hasta otro él, el de su adolescencia, en el que, también adormilado pero en duermevela, sintió la visita madrugadora y tierna de su padre, quien, tras vigilar su sueño, se dirige, como él ahora, hacia su noche. El yo recordador se desdobla y el referidor de la experiencia adquiere la penumbra del adolescente, difuminadora de lo que fue.

Mesura, meditativismo, melancolía y exaltación paterna contribuyen a que el recuerdo sea una elegía a la vez que un himno cuya versatividad melódica y endecasílaba, de claro y llano decir, diafaniza la nostalgia de cuanto se dice, y se constituye en un mágico recuento condensado de una adolescencia en la que la magia del edén empieza a diluirse para ser una asunción de realidad difusa. 

El corazón y la mente son unas antenas que sintonizan con la emisora de la lírica al margen de su material, aunque, como toda circunstancia, influya este en la esencia. Los creadores -las obras- que permanecen son los que consiguen que las esencias humanas sean el rasgo distintivo de cualquier poema. ¿Hay algo más identificativo que la memoria, cambiante espectro del tiempo, algo más "eterno" que la filialidad y la paternidad? Por eso el relator lírico, pudiendo detenerse en cualquiera de los asuntos que enumera, se ha detenido en la habitación del dormidor amado.

Y de ahí las alusiones a Atlas ("sostuviese / el frágil equilibrio de los astros"), sostenedor del orbe, y al martirio de san Lorenzo ("mi cuerpo en la parrilla / enojosa del lecho"), porque su lecho es más quebrantador que descansador, y que orientan sobre la vocación y oficio de la paternidad: amar al hijo. La noche de quien escribe, reinante en el poema, sirve de nexo síquico entre un pasado que se expone, el futuro de quien vigila el sueño juvenil y un presente que otea el durmiente, sobresaliendo, en fin, la ternura de quien admira en el recuerdo la del padre, que se retira hacia "su noche" tras vigilar el alba de su hijo, demiurgando, al cerrar el postigo, el equilibrio de los astros, invasores hermosos de los sueños. 

2)

El segundo poema sustituye el canto a la vida y el himno al pasado del anterior por la muerte del presente -la existencia como un tramo de un camino que el propio camino mata- concretado en el pulvis ... reverteris de otro poeta estudioso (Ángel Herrero) empeñado en ponerle idioma al "decir numeroso" e innumerable de quienes no pueden pronunciar el verbo. En dos estrofas -de 12 y 13 versos- los endecasílabos son quebrados en su término por un heptasílabo abrupto y cortante que, al reiterarse y amplificarse en la segunda,  engarza y unifica las dos partes en vez de separarlas. 

Así, la elegía vuelve a convertirse en himno, puesto que no "se canta lo que se pierde", sino el instante en el que el buscador, tras el esfuerzo, oficializa sus hallazgos y los lega para siempre. No hay planto solamente, pues. No hay mejor homenaje: porque se preserva el acto de conquista humana.


1) 
EL EQUILIBRIO DE LOS ASTROS



Luego de muchas vueltas en la cama
tratando en vano de abrazar el sueño;
desempolvando algún recuerdo triste
que me acompaña y me acompañará
hasta que la vejez me desconecte
de mi propio pasado; percibiendo
oscuramente algún dolor difuso
que empieza poco a poco a concretarse;
pensando todo lo que pudo ser
pero no pudo ser; atribuyendo
una admirable biografía a esa
mujer que me he cruzado por la calle;
oteando el futuro mientras doy
media vuelta a mi cuerpo en la parrilla
enojosa del lecho..., finalmente
me levanto aturdido. Todos duermen
en la casa. La noche es aún muy noche,
y yo subo despacio los peldaños
hacia el estudio. Sobre el suelo brilla
un gran charco de luz. Por la combada
claraboya del techo veo la luna
helada del invierno, que me lleva
hasta otro invierno gélido y remoto.
Mi padre entra en el cuarto y se reclina
sobre la cama para ver si duermo,
con el esmero de quien sostuviese
el frágil equilibrio de los astros.
Quizás musita una palabra, porque
un vaho se desprende de su boca. 
Un momento después, cierra el postigo
por donde entra el claror que me desvela,
antes de retirarse hacia su noche.


                                                              

2) 
EL DECIR NUMEROSO
                                                                        Ángel Herrero.
                                                                        In memoriam.

En claustros de granito, entre melismas
que atinó a embalsamar Guido d’Arezzo,
en talleres o en eras fatigadas
de lluvia mansa y luz crepuscular,
en campos de cebada a la que peina
el viento del oeste, en un jardín
o en los tejados donde el barro quiso
apostarse por ver de cerca el cielo,
en las espumas sucias de este mar
asfixiado entre plásticos y herrumbres,
en el marjal, el muladar, la nieve,
el ejido y la tundra, tú dictabas
el decir numeroso.

El decir numeroso tú dictabas
con una voz que conocía el óxido
-pero también el tamo y su caricia-,
pregonabas el verbo, y con las manos
hacías signos de interrogación,
tendías puentes, dibujabas nubes
sin más que levantar los dedos índices,
desde el orto al ocaso fecundabas
de sentido las cosas de la tierra.
Cuando, al caer el sol, te retraías
hacia el eremitorio de la noche,
musitabas, en un silencio añil,
una salmodia allí donde ya nadie
alcanzaba a seguirte.

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