Así como el cordón umbilical nos ata para siempre al paraíso materno en el que nada puede ocurrirnos, también muchos hombres y mujeres se sienten encadenados a la edénica posición fetal que adquieren en su vida amorosa; y cuando, tras largo tiempo, se rompe esta, se sienten eslabonados a la cadena dulce del cordón umbilical del emparejamiento: precisan volver a encadenarse e inician una veloz carrera en busca de otra compañía amorosa.
Ahora bien: como "el primer amor nunca se olvida", una mayoría de reincidentes amorosos pretende resucitar ese primer amor en su siguiente historia enamorosa: y fracasa estrepitosamente, puesto que no deja fluir con espontaneidad la relación, sino que la deriva hacia la repetición de la primera: como escondiendo en la actual el fracaso de la anterior.
Probablemente, si antes de iniciar la segunda historia aprendiera del fracaso de la primera no se condenaría a repetirlo, porque evitaría cometer los errores que le hicieron fracasar. Sustituiría el "dame" por el "te doy".
Y es que no hay que esperar a recibir para dar. Porque solamente entregándonos conseguimos que se nos entreguen.