Orígenes del Dios
Mientras se anega de clarividencia
el místico, de pronto, queda ciego.
Primero, el corazón se enciende; y, luego,
se disuelve en voraz concupiscencia.
Como un manantial mágico en su riego
que trasciende todo arte y toda ciencia,
todo se transfigura en su conciencia
desde la bautismal noche de fuego.
No hay distancias, ni tiempo; un resplandor
invisible reclama los sentidos,
dispersos en la ubicua inmensidad.
Lo inefable se abrasa en un fulgor
incandescente; suenan los vagidos
de algo que nace: una divinidad.
Mientras se anega de clarividencia
el místico, de pronto, queda ciego.
Primero, el corazón se enciende; y, luego,
se disuelve en voraz concupiscencia.
Como un manantial mágico en su riego
que trasciende todo arte y toda ciencia,
todo se transfigura en su conciencia
desde la bautismal noche de fuego.
No hay distancias, ni tiempo; un resplandor
invisible reclama los sentidos,
dispersos en la ubicua inmensidad.
Lo inefable se abrasa en un fulgor
incandescente; suenan los vagidos
de algo que nace: una divinidad.
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