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sábado, 13 de junio de 2015

Tres episodios, un vértice

Rachmaninov: La isla de los muertos

1.- Recuerdo con claridad, nostalgia y melancolía un mes que pasé en cama, al principio de mi adolescencia. Uno o dos años antes el médico me había dicho, tras un prolongado examen, que esperase fuera de la consulta porque tenía que hablar con mi madre. Ahora volvía a repetirse aquel trajín con mi cuerpo y, también, la espera en pensativa soledad.
     Durante el mes y medio de "reposo absoluto" leí y releí las colecciones de tebeos, y también Guerín el Mezquino, una infantil novela al modo de las de caballerías.
     Aparentemente, aquel trivial desahucio era un paréntesis casi feliz; sin embargo, mi mente iba tejiendo su conciencia de que el médico había dicho a mi madre que la muerte me esperaba en algún lugar cercano.

2.- Desde los doce o trece años escribía yo todos los días un diario. En él solo anotaba, no sabía por qué, la hora, el lugar y "Estoy aquí". Más adelante, esa costumbre escrituraria de mi ensoledamiento me llevó a extenderme en reflexiones, relatos, poemas, como si fuese a los confesionarios y siquiatras a los que no iba o me pusiera ante los espejos que me aterrorizaban.

3.- Cuando me tropecé con el diario, no hace mucho, descubrí el significado de aquel insistente "Estoy aquí". Sin duda significaba "estoy vivo, continúo viviendo", como respuesta a aquel veredicto del buen doctor falto de aptitudes sicológicas que me mostró la cruel verdad de "el tiempo es oro": era una moneda que yo nunca tendría. La conciencia de la mortalidad se me hizo presente con tal fiereza que me situó ante mí mismo, estático y callado, a la espera de que, en cualquier instante, emergiera el cadáver de mi cuerpo. Estoy convencido de que, creyendo que iba a morir, relegué mi vida a la palabra, haciendo de la escritura mi único yo salvífico, y cuidando de ella para que convenciera a la posteridad -único interlocutor de mi silencio- de que permanecía. Como si hubiera escrito, en mi ansiedad oscura de poseer el tiempo: "Sigo vivo en mi obra, que es mi auténtico yo".
     Lástima grande que no vaya a ser cierto tal anhelo. Y que no sea ya capaz de convencerme de que "la vida es más que la palabra".