Érase el mes de abril de Mil quinientos
sesenta y cuatro. Fue el octavo día
de la Creación. Los astros conjuraron
el nacimiento de un segundo dios
que creó a Hamlet, a Romeo y Julieta,
a Shylock, a Ricardo, a Otelo, a Macbeht,
a Falstaff, a Titania, al Rey Lear.
Nos dijo, visionario de la mente,
que la vida es un sueño del que no
queremos despertar, pues preferimos
ser personajes del teatro humano
a inmortales cadáveres divinos.
De la misma materia de los sueños
y de las pesadillas brotó un orbe.
La inteligencia escrutadora fue
biógrafa del espíritu carnal.
La Pluma omnipotente definió
la condición mortal de la existencia.
Su verbo se hizo hombre al poner rostro
a los íntimos rostros de los hombres,
y la naturaleza humana es
desde entonces efigie transparente.
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Shakespeare: Otelo
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