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jueves, 16 de abril de 2015

José Luis Zerón: LA AVENTURA POÉTICA DE ANTONIO GRACIA (II)

(Leer primero:

Imagen de una heterodoxia )


2.- Locus horribilis

El primer tramo en el discurrir poético de Antonio Gracia consta de tres libros: La estatura del ansia, Palimpsesto y Los ojos de la metáfora. Los tres dejan traslucir la personalidad torturada del autor y en un tono de pesimismo radical, las constantes que estarán presentes, más atemperadas, en libros posteriores: el amor inalcanzable, el sentimiento trágico de la existencia, la concepción fatalista del poeta con la poesía, las ansias de trascendencia, el continuo buscar hacia adentro para reafirmar la identidad, la desazón creativa, los balbuceos y la afasia.
     La estatura del ansia (Ayuntamiento de Orihuela, 1975) contiene algunos de los poemas más celebrados de Antonio Gracia. Accedemos a una mística ciertamente original en la que se confunde la iconografía cristiana con las imágenes irreverentes, como ocurre en tantos retablos de los siglos XIV y XV. El luciferino  poema titulado “Antonio Gracia en los infiernos” es una visión apocalíptica de su propio yo. No es el primer poeta que desciende a los infiernos, ni el primero en sentar a la belleza en sus rodillas y encontrarla amarga, pero creo que pocos han escrito después de la visita texto tan cruel, sarcástico y luminoso al mismo tiempo.
     “The lady of ilici” es uno de los mejores y más conocidos poemas de este libro y de toda la obra de Gracia. Se trata de una extensa letanía melancólica, elegíaca, febril. Un poema sobre el amor ansiado por inalcanzable en el que se ensalza a la Dama de Elche -símbolo de todas las mujeres- hasta la categoría de diosa. Expresa Antonio Gracia, como en muchos poemas de sus últimos libros, su codicia de lejanías, su nostalgia incontenible, su sed de infinito. En este libro encontramos íntimamente asociados mística y heterodoxia, ímpetu y frustración, anhelos profundos y escepticismo, melancolía y fatalismo.
     Con Palimpsesto (Sinhaya, 1980), Antonio Gracia anuncia su muerte literaria. La estructura es más caótica, algunas imágenes se frivolizan. El autor reescribe la historia de la literatura, interpone su voz a otras voces. En la necrobiosis de la historia hay que entender muchas asociaciones paradójicas de este libro, donde por otra parte ya es total el discurso fúnebre que lo emparenta con Tácito y Marco Aurelio y lo remonta a los albores de nuestra era, cuando la muerte era la única identidad. Palimpsesto no hay que entenderlo como la resurrección del pasado, sino como su transmutación. La memoria es fecunda, recrea sentimientos, emociones e ideas que otros poetas ya experimentaron y comunicaron.
     Pero también en Palimpsesto el lector choca con un discurso sin paliativos, donde un exceso de lucidez conduce en ocasiones a la inanidad. Se consuma lo que ha de ser la base de la poética de A. Gracia en esta primera etapa: “coitar consigo mismo, autofagiarse con sabor a impotencia y frigidez”. Una poética que borra todos los anhelos y plenitudes  y conduce a lo que Cioran llamaría la desfascinación.
     En Los ojos de la metáfora (Diputación de Alicante, 1987) se anula por completo el discurso, la palabra se va codificando hasta resultar indescifrable. El descoyuntamiento sintáctico, la transgresión gramatical, la parodia lúdica, la creación de neologismos hasta rozar la glosolalia, fenómeno revelador del trance poético, son las constantes de estos poemas que se sostienen en un tejido de aliteraciones salvajes y una base formal de endecasílabos blancos. Consigue Gracia una poesía que no diga nada, pero que contenga toda la esencia de la poesía, algo así como un punto de antimateria densísima, poderosa, inaprehensible e inidentificable. Tal experimento sólo podía conducir a su autor a un profundo silencio cataléptico, tras una profunda crisis de identidad.

José Luis Zerón Huguet


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