Si la teoría del Big-Bang es cierta y el universo es expansivo, también lo es nuestra vida individual y social; de modo que cuando una cosa se mueve todo se renueva y geometriza nuevamente. Un solo gesto propio puede mudar el rostro ajeno; y un solo acto, mover la sociedad. Neguemos el epitafio de Angrac Ianto: «Nada soy porque nada he dado a nadie».
En vez de considerarnos una efímera y leve partícula del universo, reconozcámonos partícipes de su construcción y estructura final mediante el sabio vivir de nuestras vidas y su influencia en las ajenas: qué hermosa y suprema metafísica sentirnos héroes de una epopeya cotidiana en la que la responsabilidad y solidaridad constituyen el punto de partida: que no somos unos marginados de la Historia, ni solamente su objeto, sino sus sujetos: la hacemos, la escribimos, la dignificamos; nosotros la regimos.
Al borde de la noche, contemplo el horizonte innumerable constelado de estrellas. Su resplandor nos embelesa. El de nuestra conducta puede hacer brillar la de cuantos nos miran.