Eisenstein: Escalinata de Odesa
La represión de Odessa
Si alguien duda sobre el poder del
arte y la palabra no tiene más que hacerse estas preguntas: ¿Por qué
aconsejaba Platón echar de la República a los poetas sino para evitar
sus interferencias en la sociedad establecida y autosatisfecha? ¿Quiénes sino los visionarios poetas y
pensadores -como Rousseau- predispusieron para la Revolución francesa y,
por ella, para todas las siguientes, creadoras del mapa del mundo moderno? ¿Qué proclama sobre la libertad ha concienciado más que La libertad guiando al pueblo, de Delacroix, Los fusilamientos, de Goya, el Guernica, de Picasso, la Escalinata de Odessa, de Eisenstein? ¿Qué campaña contra el hambre ha sensibilizado más que Los comedores de patatas, de Van Gogh? ¿Algún manifiesto feminista ha influido más que Casa de muñecas, de Ibsen? ¿Hay
algún manual en el que aprendamos más sobre el amor que en Dante, Petrarca
o el Wagner del Tristán? ¿Alguno que enseñe más sicología que las obras
de Shakespeare o Dostoieski? ¿Qué enciclopedias sobre el cielo y
la tierra son mejores que La divina comedia, El paraíso perdido
o De la naturaleza? (Dante, Milton, Lucrecio). ¿Alguno muestra
mejor la ilusión y el desengaño que El Quijote? ¿Quién no aprenderá
sociología en Balzac, Dickens y la picaresca? ¿Alguna
voluntad de poder alcanza tanto vigor como El anillo del nibelungo wagneriano? ¿Quién ha
conseguido una solidaridad fraterna como la que exige el clamor universal de La Novena de Beethoven? ¿Dónde podremos ver el rostro sereno de la
muerte mejor que en el Réquiem de Mozart?...
Sin duda, cada hombre ha sido distinto tras esas obras, y ellas han influido tanto o más que el estallido de Hiroshima. Porque se han descubierto tierras, mares, planetas: pero nadie como el artista ha colonizado un continente tan imprescindible como el espíritu, sus luces, sombras y penumbras. Y es que el creador observa y refleja lo más perdurable e inherente del hombre: los sentimientos, única sustancia que nos unifica.
Si el arte transforma a la sociedad es porque cambia al individuo: porque necesitados como estamos de reconocernos en nuestra obra, nos vemos abocados a admitirnos incompletos en ella y a cambiarnos para mejorarnos. Modificamos nuestros escritos, pinturas o músicas hasta que su espejo nos devuelve una imagen que nos satisface o nos sosiega: la del otro que queremos ser, el “yo” que ansiábamos conseguir. Y este sosiego individual, expresado en los nuevos cuadros, pentagramas y poemas, es el que transforma la colectividad: no coyunturalmente, sino diacrónicamente. Por eso es cierto que en algún lugar de un libro -lienzo, partitura- hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia y armonizar el mundo en que vivimos.
Sin duda, cada hombre ha sido distinto tras esas obras, y ellas han influido tanto o más que el estallido de Hiroshima. Porque se han descubierto tierras, mares, planetas: pero nadie como el artista ha colonizado un continente tan imprescindible como el espíritu, sus luces, sombras y penumbras. Y es que el creador observa y refleja lo más perdurable e inherente del hombre: los sentimientos, única sustancia que nos unifica.
Si el arte transforma a la sociedad es porque cambia al individuo: porque necesitados como estamos de reconocernos en nuestra obra, nos vemos abocados a admitirnos incompletos en ella y a cambiarnos para mejorarnos. Modificamos nuestros escritos, pinturas o músicas hasta que su espejo nos devuelve una imagen que nos satisface o nos sosiega: la del otro que queremos ser, el “yo” que ansiábamos conseguir. Y este sosiego individual, expresado en los nuevos cuadros, pentagramas y poemas, es el que transforma la colectividad: no coyunturalmente, sino diacrónicamente. Por eso es cierto que en algún lugar de un libro -lienzo, partitura- hay una frase esperándonos para darle un sentido a la existencia y armonizar el mundo en que vivimos.
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