Wagner: Muerte de Sigfrido
Al único libro
publicado en vida por Fernando Pessoa, «Mensagem», no le dieron el premio al
que aspiraba porque le faltaba una página para llegar al mínimo requerido. Al
poeta Antonio Gracia le retiraron el último premio Loewe, obtenido en buena
lid, porque el original, o una versión previa del original, ya había sido
presentado a un concurso. Seguramente, ateniéndose a la letra del reglamento,
en ambos casos el jurado tenía razón. Pero, ¿restan esas razones
administrativas algún mérito literario a los lapidarios poemas de «Mensagem», a
las desoladas meditaciones de Antonio Gracia?
Leo en estos días de
desbandada cunicular “Devastaciones, sueños”, la obra casi simultáneamente
premiada y degradada, y siento frío en el alma: pocas veces la reflexión sobre
el sentido y el sin sentido de vivir habrá alcanzado tan dolorida
intensidad.
En una de sus más
secretas novelas, “El escritor”, escribió Azorín: “La vida es ilusión. Y la
poesía no sería nada si no fuera ilusión. Tan apegados estamos a la ilusión,
que muchas veces, leyendo un poema, ponemos en él mucho más de lo que en ese
poema existe. Poemas que admiramos no los admiraríamos si los creyéramos de un
poeta mediocre. Poemas que desdeñamos los admiraríamos si los creyéramos de un
poeta predilecto”.
A “Devastaciones,
sueños”, galardonado con el glamouroso premio Loewe, le esperaba, además de la
gloria instantánea de los telediarios, el elogio simultáneo de todos los
suplementos culturales, la atención admirativa de una mayoría de lectores. Como
en otros casos -Antonio Cabrera, Lorenzo Oliván, Vicente Gallego- un poeta casi secreto, aunque de ya dilatada
trayectoria, iba a concitar la atención de un amplio público.
A “Devastaciones,
sueños”, degradado públicamente su autor, convertido en injusto símbolo de
todas las corruptelas que rodean a los premios literarios, le aguarda el
silencio, la desatención, cuando no -por parte de los más ignaros bravucones
críticos- la ofensiva desvalorización.
El libro, sin
embargo, no ha cambiado. Pero la poesía, como la vida entera, no es más que
ilusión. En la mayor parte de los casos admiramos sólo lo que nos dicen que
debemos admirar.
Las distintas
secciones de “Devastaciones, sueños” -qué hermoso título y qué profético- nos
hablan de “El nombre de la vida”, de “Los rostros de la muerte”; también “De la
consolación por la poesía”.
Comienza el libro con
una precisa recreación de uno de los tópicos fundamentales de nuestra cultura,
el ser humano como microcosmos, como compendio del universo: “Mira los ojos:
cómo transparentan / la luz del universo, donde el alma / es infinita; observa,
enfebrecidos, / esos labios, por los que emerge el mundo”.
Termina con una
recreación -“palimpsesto sobre R. K.”, la llama el autor- de uno de los más
famosos poemas de Rudyard Kipling, el titulado “If”: “Si cuando todo muere
alrededor / tu voluntad te abraza a la existencia / y decides seguir viviendo,
dando / sentido redentor a tu derrota; / si, venciendo la desesperación, /
conviertes la esperanza en albedrío / y consigues soñar sin que los sueños / te
desposean de la realidad...”.
Antonio Gracia, poeta
alicantino de larga y guadianesca y ejemplar trayectoria, ha pedido disculpas y
ha dado profusas y quizá confusas explicaciones de su error. Nadie le ha hecho
caso. Los patrocinadores del Loewe, los prestigiosos miembros del jurado, la
guapa gente que asistió a la fastuosa cena en el Palace (¿o fue en el Ritz?),
no le perdonarán nunca el resonante ridículo en el que les hizo incurrir.
Pero los buenos
lectores de poesía, para los que su nombre no era desconocido, no tienen nada
que perdonarle. Y los ácratas del mundo literario, que abundan menos de lo que
debieran, no dejarán de felicitarle porque haya puesto involuntariamente en
evidencia a un premio literario que se estrenó con Juan Luis Panero y la más
clamorosa chapuza de los últimos años (Jon Juaristi alude a ello en un
divertido poema: “Sátira primera a Rufo”).
Pero aquel libro
irregularmente premiado de Juan Luis Panero, “Galería de fantasmas”, era una
memorable recapitulación vital. Como lo es “Devastaciones, sueños”, premiado y
despremiado, con razón en el primer caso y probablemente también con razón en
el segundo.
“Recuerda aquel dolor
y aquella dicha”, comienza uno de los poemas. La dicha de salir de la sombra y
llegar a una mayoría de lectores, fue fugaz, y seguramente Antonio Gracia ya la
ha olvidado; el dolor de sentirse convertido de pronto en escarmiento nacional,
tardará en olvidarlo.
Pero los
avisados lectores que no se dejen distraer por la escandalera de la vida
literaria y busquen estos versos heridores y sabios -en los que el autor se
defiende de la muerte “como un río que lucha contra su manantial”- se sentirán
reconfortados para siempre.
Leer Sobre el autor