La poesía es el arte de la conclusión sin premisas, como la novela es el de la digresión anecdótica convertida en historia representativa del viaje de la humanidad.
Si tomamos un texto y tachamos cuanto no importa por coyuntural o seudoliterario quedará reducido a unas pocas palabras elocuentes que siguen descubriendo, consolando, abriendo ojos, troquelando emociones, tejiendo pensamientos.
¿No es posible que el autor se autoimponga ese ejercicio?