Schumann / Du Pré: C. celo.
En varias ocasiones he citado a
José Cantero. Algunos me preguntan sobre él, y yo, poco perplejo ya por sabedor
de que nadie es profeta en su tierra -en su tiempo, sería más exacto-, no
quiero eludir la ocasión de dedicarle unas líneas.
Lo conocí en 1967, en Salamanca.
Allí residía desde su adolescencia. Había nacido “a cuatro pasos de Orihuela”,
en diciembre de 1946, y vivido en una calle cercana al Colegio Santo Domingo, a
cuyas aulas asistió durante algunos cursos, aunque ni él ni yo nos recordábamos
viviendo en los recuerdos del otro. Nuestras afinidades se explicitaron
enseguida y, a pesar de que no volvimos a vernos después de 1988, mantuvimos
durante 25 años una correspondencia para mí tan enriquecedora como atormentada.
Deudor me siento de Cantero. Nunca he olvidado las mañanas en que nos
dedicábamos a entorpecer el estudio, en Anaya, de nuestras condiscípulas, y a
escribirles sonetos acrósticos “en catorce minutos”, como los versos, más uno
“para repasarlos”. Tampoco olvido -jamás lo olvidaré- un atardecer crucifixante
y golgotado subiendo al cementerio de Ávila en busca de una tumba que no
llegamos a encontrar.
Repaso esa correspondencia y la
tristeza y la nostalgia se sientan a mi lado como amigos que me hieren al
compás que me consuelan. Hay en ella persecuciones en que las batutas de “los
grises” nos imprimían pentagramas discordantes en la espalda; hay tercas
evasiones de las clases de Lázaro Carreter, mientras sus ojos polifémicos nos
busconeaban para criticarnos algún poema en la edición anotada del día
siguiente; hay acordes de guitarras lastimeras en las madrugadas bajo los
balcones de muchachas que a veces, solo a veces, callaban nuestras bocas con
las suyas mientras el ruido de El General pasaba en ronda nocturna y
dispersante, poniendo, sin saberlo, el toque de queda en nuestros besos
clandestinos; hay tardes junto al Tormes, bajo el Puente Romano, con olores a
invierno y mucho frío, jugando a ser Calixtos de bellas Melibeas mientras la
noche hacía de Celestina y el toro del Lazarillo mugía como un viento
centinela; hay recitales, vértigos, dolor, amor, y risas, y llantos apagados
por el vino; hay un fray Luis amaneciendo ebrio, desperezándose con un vaso en
la mano, en brindis con el cielo, y un rector Unamuno que no podía gritar su
autoridad porque un cigarro impertinente amordazaba su voz tantas mañanas; hay
juventud vivida con angustia; hay poemas.
Solo pretendo dar un escorzo de
José Cantero. Y como un autor vive para escribir y hace de su escritura su
única vida, prefiero mostrar fragmentos de esa vida -su obra- a otros datos
externos “imprescindibles” solo para los eruditos -entre los que no me cuento-
que eligen “saber” eruditamente sin comprender tras esa erudición. Por eso
copio este texto (marzo, 1972):
Vía cognitiva (Homenaje en La Flecha)
Hay un lugar detrás del
horizonte,
y junto al corazón, de paz
serena
y suave amenidad y gozo
lleno.
Baja la nube y trepa al
cielo el monte
en esos verdes prados donde
suena
la música del cosmos dulce y
pleno.
Allí brota clarísima fontana
con el agua más pura, y el
espliego
perfuma allí la vida cada
día.
Allí la claridad es
cotidiana,
allí se mece el alma en el
sosiego
y promulga la luz su
epifanía.
La oscura y blanda hormiga
allí construye
la máquina del orbe en
miniatura
que al ideal del hombre se
asemeja;
y para aquel que lo mundano
huye,
en mágica y severa
arquitectura,
la laboriosa abeja su miel
deja.
Delicada mesura hay en la
rosa,
fulgor y rojo aroma en su
belleza,
y la fugacidad de su pureza
resumen es del ansia,
codiciosa
de eternidad y plenitud,
gloriosa
al elevarse en su
naturaleza.
Entre libros y amores
dividido,
paso mi tiempo fugitivo en
una
eterna primavera dilatada.
Fervoroso y ardiente, y
trascendido,
ni temo al llanto ni a la
gris fortuna
en el solaz azul de esta
morada.
Voy a su paz colmada de
infinito
cuando de la verdad pierdo
el sendero
y me tientan los falsos
esplendores.
La soledad templada
necesito;
y del resto del mundo sólo
quiero
un pájaro, una fuente,
algunas flores.
Debo decir al lector que ni este ni el siguiente poema que rescato figuran en la edición de
Poesía total (1993), libro que él
mismo preparó y que no quiso ver
impreso. Quizá estoy traicionando la memoria del amigo al difundir sus
confidencias que, por otra parte, él desestimó en la antedicha obra por
juzgarlas, sin duda, primerizos poemas, de corte clasicoide, y ajenos a la
estética que asumió. Ciertamente, la poesía de José Cantero navega -y la
amistad, náufraga, no me ciega- por otros derroteros más exigentes y herméticos.
Pero ya he dicho que estoy apuntando al hombre y no solo al poeta, aunque este
absorbiera y vampirizase a aquel.
Una autocrítica severa le llevó a
decir en una entrevista, consciente de su alejamiento de la poesía al uso: No
espero nada de la crítica; en todo caso, descalificaciones. Y con el tiempo
fue abandonando la escritura (deduzco que hacia los 35 años), su profesión de
bibliotecario, su familia, toda vida social (hacia los 40) y hundiéndose hacia
dentro de sí mismo. (Ya no leo porque solo se publican libros, igual que no
voy al cine porque solo ponen películas). Y la soledad física conduce a
la soledad síquica, en un solipsismo inextricable: algún amor secreto y poco
venturoso consumió sus últimos años. Murió el 8 de marzo de 1993: Newton -la
fuerza de la gravedad- lo asesinó contra el suelo 25 años después de otra
muerte que estigmatizó toda su vida. En su ensayo Los poetas suicidas (1990) afirmaba: El suicidio es la ejecución
de Dios: por haberse atrevido a crear una obra imperfecta. Y en su última
carta había escrito con una letra rota: Envidio a los condenados a muerte:
ellos no tienen que elegir. Y acompañaba este poema, al parecer dirigido a MDM:
Amanecer
Mira
mi
sexo
anclado
entre
tus
ingles
y dime que no escuchas el fragor
del
cosmos
renaciendo
en
tus
entrañas.
Hasta aquí el breve apunte de este
hombre que nació para escribir su muerte. Nunca supe su segundo apellido:
como si hubiese ocultado su verdadera identidad (Soy hijo natural, y
huérfano). Lázaro Carreter, en el prólogo al libro citado, tampoco aclara nada. Otros dirán de
él lo que yo no he sabido -y, por doloroso y próximo, no he querido- decir.
Morir: caer desde la duda
hacia la sima de la incertidumbre
(Poesía total, p 207).
hacia la sima de la incertidumbre
(Poesía total, p 207).