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domingo, 20 de octubre de 2013

Carlos Alcorta: AÑOS DE GRACIA

Bach / Gould: Golberg

El himno en la elegía
Antonio Gracia
Algaida Editores.

Después de quince años de silencio editorial, roto sólo por  la recopilación titulada “Fragmentos de identidad (poesía 1968-1983) Aguaclara, 1993, Antonio Gracia regresa al panorama poético en 1998 con “Hacia la Luz”, libro que, como su propio título nos deja intuir, pretende una lectura de la realidad más esperanzada que en el pasado, aunque ésta provenga de una conciencia más lúcida del fracaso. Desde esa fecha al día de hoy este poeta silenciado durante tantos años ha publicado con una frecuencia inusitada. Pareciera que durante ese tiempo de mutismo el poeta no hubiera hecho otra cosa que acumular experiencias y escribir en soledad, inmerso en el ajetreo diario de la jornada laboral, pero ajeno a los mecanismos editoriales, no siembre bien lubricados. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, esta apreciación es errónea, porque el silencio se ha extendido tanto al ámbito solitario de la escritura como a la pública distribución. El mismo poeta, en entrevista reciente, afirmaba que Abandoné la búsqueda, las respuestas, porque peligraba mi vida psíquica y física......La terapia que era para mí la escritura se había convertido en una enfermedad. Estamos pues ante una toma de conciencia, una reflexión intrínseca sobre la función de la escritura como fuente de conocimiento personal, como antídoto contra los venenos cotidianos, como salvavidas en el naufragio permanente de la vida y, cuando no cumple esa función preestablecida, en lugar de salvar al náufrago, contribuye al hundimiento en los fondos abisales de la locura. Yo escribo para saber quién es Antonio Gracia. Vida y poesía se funden así, no como una actitud literaria.

Después del prolongado y riguroso entrenamiento vital, una vez dado el pistoletazo de salida, la carrera, no sin obstáculos, de Gracia ha sido fulgurante. En 1999 publica  “El libro de los anhelos”, en 2001 “Reconstrucción de un diario” y en 2002 el libro que reseñamos ,“El himno en la elegía”, VI Premio de Poesía Alegría y, aún en prensa, el libro “La epopeya interior”, Premio Fernando Rielo de poesía mística. Como se ve, la destilación de materiales personales susceptibles de ser trasladados al ámbito poético durante los años de sequía creativa ha producido una cosecha extraordinaria. El propio poeta afirma en un artículo titulado “Los ojos de la locura (autopsia). Ensayo de autointerpretación que Mis libros no repudiados fueron escritos casi en sendas semanas intensas y enfebrecidas, separadas por años afásicos: como si el dolor de la impotencia creadora se violentase en un vómito de voz incontrolada; el horror a la sombra producía la luz desde la sombra; o más tiniebla.

Hasta donde hemos podido deducir es la propia biografía la que determina el ritmo de la escritura. De sus altibajos emocionales, de la aceptación o repulsa del desengaño, de la dimensión hercúlea y baldía de la lucha, de la beligerancia o la postración, de la asunción del dolor provienen los poemas de “El himno en la elegía”. Desde el primer poema, titulado Causa, el poeta nos propone un ámbito de referencia, la descripción de un paisaje como símbolo de la perfección y, por ser ésta inalcanzable, como fuente del dolor: Y la contemplación / convierte al hombre en un dolor que anhela. Los ojos del poeta se recrean en cuanto le rodea. Contempla el mundo con una mirada benevolente y aspira a que esa armonía exterior que percibe inviolada traspase la frontera carnal del hombre y le haga partícipe de su serenidad, de su equilibrio. ¿Cómo, si no es a través de un concepto romántico de la belleza, puede conseguirse la simbiosis entre ambos mundos? Antonio Gracia, dando otra vuelta de tuerca a su reiterado paganismo, delega en su propia visión el trascurso de los acontecimientos, de las cosas: Dentro de mi cabeza / inacabablemente / el mundo gira exacto / a como yo lo escribo. Sin embargo, estos arrebatos de lúdica afirmación no están exentos de su contrario, porque Quien ha tocado la belleza sabe/ que en ella empieza el éxtasis, la tortura y el ansia/ de querer poseerla

A lo largo de todo el libro asistimos a esa confrontación entre el deseo y la renuncia, fruto sin duda, de un cambiante estado de ánimo, de asumir con humildad o con rencor el deterioro y su forma más irrefutable, la muerte. Afortunadamente prevalecen los poemas donde la esperanza (“Mas llegará aquello que yo quiero”  vaticinaba Hölderlin) de alcanzar la plenitud, de lograr la comunión con la naturaleza- Trascender la materia: ése es mi anhelo, escribe en el poema Al otro lado- se recrea si no con exagerado optimismo, sí con plena conciencia de que es la única apuesta válida.

“El himno en la elegía” juega, en versos generalmente endecasílabos y heptasílabos, aunque no falten pentasílabos y alejandrinos, con dos campos semánticos opuestos, pero a medida que avanzamos en la lectura del libro, la incógnita se va despejando. La celebración va ganando terreno gracias a la lectura tangible y resignada que Gracia nos ofrece de su íntima realidad. Del acatamiento surge la dicha, de la sabiduría que proporciona el fracaso las ganas de vivir, de las semillas de la melancolía la intensidad del deseo, porque El corazón / siente el fulgor del gran latido cósmico / y se viste de dicha. La tristeza / ya es un dolor antiguo.

Resulta alentador comprobar como la labor del resistente que es A. Gracia se nos presenta en un libro condensado y sereno, sin altibajos, de ritmo mesurado, fruto de una disciplinada labor introspectiva que sutilmente nos induce a compartir con el autor una apasionada oración por el porvenir.