Señora, yo amo
en vos la inteligencia
y vuestra
forma de entender la vida,
siempre al
fértil estudio sometida
como un casto placer de la conciencia.
No os ofenda,
Señora, mi querencia,
porque mi amor
vuestra beldad no olvida:
que se siente
mi carne estremecida
con tan solo gozar vuestra presencia.
Tan cautivado
está mi entendimiento
por vuestro
cuerpo y alma que, aturdido,
ya no distingo
cuál más me reclama.
Mas, como el
alma es inmortal, consiento
tratar primero al cuerpo; y, así, os pido