Tchaikowski: Sinfonía nº 6
Buscar un paraíso, fugarse de un infierno (*)
Que la vida se tome la pena de matarme
ya que yo no me tomo la pena de vivir,
dice Manuel Machado, con un hastío del más puro tedio y que siempre he creído personificado en el Tediato de Cadalso.
Hay ganas de no tener ganas, Señor,
escribe Vallejo resumiendo llanamente todo el existencialismo lírico desde, al menos, Quevedo. Desencanto que muestra este poema de María Sanz, en el que la aliteración paronomásica del primer verso conduce a un solipsismo heraclitiano cuyo yo íntimo, sentido como un desentendimiento de la existencia y de la propia vida, es el gozne sobre el que gira interminablemente la triste conciencia del vivir:
LA TRISTEZA
Con el paso cansado de quien sabe
que va a ninguna parte, te disuelves
entre la muchedumbre. Tu deseo
sería conocer algún camino
que no tuviese fin, que no acabara
en otra despedida. Con el paso
del viento que se pierde entre los árboles,
vas y vuelves a ti, porque ya todo
lo humano y lo divino te es ajeno.
Esta aceptación templada de la inutilidad de la búsqueda se vuelve no sé si boutade o tremendismo en los siguientes versos de J. Cantero:
Manifiesto de desidia
Sueño
a veces que he muerto
y que me enseñan a resucitar.
Maldigo entonces a quien me ha robado
mis únicos instantes de alegría,
lo asesino, destruyo
su terrible enseñanza
y vuelvo a suicidarme.
y que me enseñan a resucitar.
Maldigo entonces a quien me ha robado
mis únicos instantes de alegría,
lo asesino, destruyo
su terrible enseñanza
y vuelvo a suicidarme.
Muchos son los humanos, y muchos los artistas, que no han conseguido llenar el vacío de sus vidas y han recurrido a la medicina del suicidio. Se necesita un senequismo que conceda templanza y nos permita afrontar el vivir sin desesperaciones -y también sin euforias-. Eso es lo que pretende quien espera que un Dios garantice lo que la razón no alcanza a comprender, como pide José A. Ramírez Lozano :
Ocúpate, Dios mío, del fuego que alimenta
la dicha transitoria y olvida las cenizas.
Pero sin un Dios omnipotente más allá de la lógica el sufrido humanoide se estrella contra el cielo y la tierra; porque, en palabras de Basilio Sánchez , siempre
Unas veces tal intento consiste en desembarazarse de lo que nos duele para que no nos hunda en el abismo del océano interior: y se llega al estoicismo livianamente hímnico de la "vida retirada" de Fray Luis -que no es sino una solapada o explícita condena de la vida social-; otras, una asunción sin paliativos de que el mundo está "mal hecho", según afirma el autor de estas líneas:
Otras, una autoimpuesta confianza en la promesa incumplida, como parece deducirse del voluntarismo de Eloy Sánchez Rosillo :
En otras ocasiones, es el erotismo el que convence de que el viaje de la vida ha valido la pena; eso defienden, de modo muy distinto, José Luis García Herrera y Angélica Sevilla :
También, la íntima batalla cae en un descreimiento de la propia escritura para afirmarse en aquello de lo que se descree, como parece afirmar Antonio del Camino :
La felicidad es un país que pocos han visitado y del que demasiados han hablado con hipérboles. Por eso, como toda leyenda, cada uno sigue esperando convertirla de epopeya en realidad. Mientras tanto la escribimos sotto voce y la leemos en voz alta para que nos inunde su diluvio.
(*) Pulsando sobre los nombres propios en azul se accede a los poemas aludidos.
... hay alguien
sumido en la nostalgia
de un país
interior
País interior que no es sino ese yo que, como un fardo, apenas puede sobrellevar Boscán:
Cargado voy de mí doquier que ando
y que constituye el "dolorido sentir" de Garcilaso. Y el dolorido reír de Quevedo. Ambos sentimientos -melancolía, defensa de su opresiva presencia- desembocan en la construcción o autodestrucción del autor a través de la palabra. Es el origen de una elegía por la propia y cósmica existencia que se nos ha robado y la causa de un himno por la vida que se prometió plena e imperecedera. Un desbocamiento en la palabra, indómita o domada: la transfiguración en el poema. La escritura es, de este modo, el intento del náufrago por encontrar la isla salvadora. Unas veces tal intento consiste en desembarazarse de lo que nos duele para que no nos hunda en el abismo del océano interior: y se llega al estoicismo livianamente hímnico de la "vida retirada" de Fray Luis -que no es sino una solapada o explícita condena de la vida social-; otras, una asunción sin paliativos de que el mundo está "mal hecho", según afirma el autor de estas líneas:
Algo pasa en el mundo que lo hace inhabitable
para los corazones encendidos
y convierte sus llamas en ceniza.
Otras, una autoimpuesta confianza en la promesa incumplida, como parece deducirse del voluntarismo de Eloy Sánchez Rosillo :
Si alguna vez no me encontráis (...)
buscadme bien, buscadme y me hallaréis,
porque no pienso irme,
aunque parezca que me voy marchando.
Si tuviera que empezar las historias por el final
empezaría hablando de ti
hasta que la noche me ganara el sueño
y en mi boca quedasen atrapados
tus labios de cerveza.
*******
Cava en mi corazón hasta encontrar
la semilla del cosmos
y brotará la dicha en nuestros brazos.
También, la íntima batalla cae en un descreimiento de la propia escritura para afirmarse en aquello de lo que se descree, como parece afirmar Antonio del Camino :
Porque invita la vida a ser vivida,
más que escribir, disfruto de la vida.
En fin:La felicidad es un país que pocos han visitado y del que demasiados han hablado con hipérboles. Por eso, como toda leyenda, cada uno sigue esperando convertirla de epopeya en realidad. Mientras tanto la escribimos sotto voce y la leemos en voz alta para que nos inunde su diluvio.
(*) Pulsando sobre los nombres propios en azul se accede a los poemas aludidos.
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