Crónica Amable
Por fin, Don Novel descubrió cuál era la causa de su malestar: toda su vida
huyendo de la muchedumbre farfullante y, sin embargo, acababa de transgredir esa huida:
En la mesa cultural yacía Don Librero, cuyo silencio
era la demostración de que simplemente quería figurar. Don Editor dijo tres
frases mal hilvanadas sobre la “extraña” calidad del libro que había decidido
publicar. Don Presentador habló durante 10 minutos de unas cuantas cosas ajenas
al acto y nombró elogiosa y gratuitamente a Autor y Libro varias veces: para que la
parte ocultase la ausencia de un todo común. Don Autor, que ya había cometido la
impunidad de escribir y dar a la edición aquel endriago, leyó una docena de
baratijas en versos dodecafónicos, enriqueciéndolos con alígeros comentarios sobre dónde y cuándo los había perpetrado…
Acabada la bojiganga, algunos espectadores, en vez de
buscar un espacio y tiempo adecuados, se lanzaron en corrillo a criticar gritatorialmente el último Gran Premio Lírico, cada uno intentando meter, a la vez que los
otros, su gallinácea opinión en aquel improvisado corral de disparates, sin
darse cuenta de que disparataban sobre el mismo tipo de corrupción que acababa
de gangrenarse en la sala y del que todos habían participado.
Entonces se dio cuenta:
Lo que a Don Novel le pesaba no era aquella necedad, emblema de la España Cultívora y la gran Famamundia; lo que le pesaba es que él había estado allí y se había comprometido a volver, días después, como protagonista de un nuevo aquelarre…
Solana: Tertulia en el Pombo
Lo que a Don Novel le pesaba no era aquella necedad, emblema de la España Cultívora y la gran Famamundia; lo que le pesaba es que él había estado allí y se había comprometido a volver, días después, como protagonista de un nuevo aquelarre…
Solana: Tertulia en el Pombo