Schumann / Stokowski: Symphony No. 2, "Adagio"
La construcción del poema (XIV):
De la consolación por la escritura
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LA CONSTRUCCIÓN DEL POEMA
Sin duda,
"varios tragos es la vida / y un solo trago la muerte", en verso
manriqueño de Hernández. Y tal dolor precisa un consuelo que empieza por el
hecho mismo de su concienciación mediante la escritura.
De muchas cosas nos descansa o
libera la escritura -la pintura, la música-. La carne metafísica y doliente de
la que está hecho el hombre se sosiega reconociéndose, confesándose a sí misma.
Escribir es indagar en los misterios de la existencia, enumerar las dichas y
desdichas -los anhelos y desengaños- del vivir. Constatación y, por eso, dolor;
conocimiento y, por ello, sosiego: puesto que a la razón le repugna lo
incomprendido.
Rubén Darío expone, en el
conocido poema “Yo soy aquel que ayer no más decía”, esa virtud consoladora de
las artes:
Fue
el dulce y tierno
corazón
mío henchido de amargura
por
el mundo, la carne y el infierno.
Mas,
por gracia de Dios, en mi conciencia
el
bien supo elegir la mejor parte;
y si
hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó
toda acritud el Arte.
Byron dice que
escribía para pasar las horas con menos tristeza. Y
anota José Martí:
¿Qué
importa que este dolor
seque
el mar y nuble el cielo?
El
verso, dulce consuelo,
nace
alado del dolor.
Blas de Otero se consuela así:
Si
he perdido la vida, el tiempo, todo
lo
que tiré, como un anillo, al agua,
si
he perdido la voz en la maleza,
me
queda la palabra (“En
el principio”).
Ildefonso Manuel Gil escribe en “Ahora”:
Ahora
(...)
aprendo
que mi alma es la alondra cautiva
que
ciegamente quiere liberarse en mi canto.
Y Carlos Bousoño:
A
esta casa de incertidumbre que llamamos poema...
viniste
a vivir tú
para
ser más (“Llegada
a la ambigüedad.- El poema”).
Francisco Pino, en “Un paseo con mi
hijo”, ostenta la escritura como salvaguardia de la memoria, de lo que somos:
Porque
nunca
más sentiré este pasado
(...)
me
he venido a escribir.
(...)
Porque
se
irá esta dicha
me
he venido a escribir.
¿Por qué escribe
el admirable Robinson Crusoe un diario? ¿Por qué dice el viajero del tiempo (Wells: "La
máquina del tiempo", 2) necesito contar la historia, solo entonces
dormiré, sino para tomar conciencia de su identidad, ordenar y sosegar, con
ello, su insólita experiencia –como Crusoe? Y Paul Auster ("La
habitación cerrada", 3): sé que escribir es la única posibilidad
que tengo de salvarme. Porque, por ejemplo, conocido es el poder
curativo que la escritura de "Werther" ejerció sobre su autor. Aunque
tal vez sea Dostoieski el máximo exponente de ese desvío del
dolor suicida al plano literario. ¿No escribe Juan Pablo Castel sus memorias
para purgar su corazón o, más exactamente, el corazón de Ernesto Sábato?
De
repente, como si, agotado el azar, estuviese esperándome, encuentro en una
entrevista de un periódico atrasado esta afirmación de A. Muñoz Molina: Escribir sobre
uno mismo es difícil, pero tiene un efecto benéfico. Tal vez por tal motivo
afirma el Vigny de "La Musa": un
dulce nombre me pusieron: Consoladora (“La noche de octubre”). No es
extraño que tanto Góngora como Quevedo se refugiaran en
los libros (Con pocos libros libres...; Retirado en la paz de estos
desiertos...). Ni que Rebecca West se pregunte, tras leer a Shakespeare:
¿Qué emoción es esta que siento? ¿Qué relación tienen que ver con mi vida
las grandes obras de arte que me hacen sentir tan feliz?
En fin: bien
claro lo expone José
Hernández al
comienzo de "Martín Fierro":
Aquí
me pongo a cantar
al
compás de la vihuela,
que
al hombre que lo desvela
una
pena extraordinaria,
como
el ave solitaria,
con
el cantar se consuela.
Cierto que él acude tanto
a la música como a la palabra, utilizando el placer de aquella para consolar
las penas que refiere esta. Por el contrario, la inefabilidad es una falta de
identidad: por eso se lamenta Lamartine:
Mi
pensamiento entra absorto en el infinito;
y
allí, rey del espacio y de la eternidad,
(...)
recorre
la existencia y concibe la esencia.
Mas,
cuando quiero pintar lo que siento,
mi
voz expira... (“Dios”).
Que compartir lo que sentimos
nos descansa, desahoga y alienta lo demuestra el simple y cotidiano hecho del
cotilleo banal, del trasiego sentimentaloide, de la seudo información de
nuestros aconteceres, tan trivial como necesaria para limpiar los afectos y
conflictos. Ese diálogo puede ser tan detestable como imprescindible: porque
libera del soliloquio existencial: el molino del cerebro necesita moler
continuamente, y rumia lo ajeno o lo propio con independencia del daño que
produzca.
Ya en "El libro de la
almohada", título significativo de Sei Shonagon -coetánea
de Musaraki Shikibu-, leemos: Cosa corriente es escribir
cartas; pero qué cosa tan magnífica... Es un gran consuelo haber expresado
nuestros sentimientos en una carta... incluso sabiendo que aún no ha llegado a
su destinatario. Y Plinio el Joven escribió: Vuelvo
indignado... y me pongo a escribirte de inmediato, ya que no te lo puedo contar
de viva voz.
Por lo tanto: si
no escribimos pensando en otro, sí lo hacemos sintiéndonos otro, un “otro”
nuestro o ajeno que nos comprende y que nos reconoce, que confirma nuestra
identidad. La tradicional carta, el teléfono o el email son muestras de la
curación de nuestros conflictos mediante la autodelación en otro. Por eso Carlos
Sahagún se detiene en su autoconfidencia considerándola absurda si no
hay quien la comparta:
Pero
¿me escuchas, me comprendes, vas conmigo?
(“Renuncio a
morir”),
dice; y también:
Nada
tiene sentido en soledad.
Quizá por
este motivo sea la forma epistolar uno de los recursos más frecuentes: aunque
nos escribimos a nosotros mismos, el “yo” al que nos dirigimos adquiere la
apariencia de un “tú” o un “él”: Señor, ya me arrancaste lo que yo más
quería... (A. Machado); Un sueño soñaba
anoche... (romance de "El enamorado y la muerte").
Estudia para
alcanzar el sosiego,
se lee en una vidriera cerca de la Catedral de Winchester. Es decir: el
aprendizaje -la sabiduría- da la paz. Aprendemos leyendo: pero no podríamos
acercarnos a la sabiduría y acariciar la paz si no existiera quien escribe sus
aprendizajes, sus sosiegos.
No es exclusiva
del lenguaje verbal esta pulsión. Lizst titula
"Consolaciones" algunas de sus partituras más íntimas. No creo
que Van Gogh tuviese otro motivo para pintar que
esa necesidad: ama su arte porque es la única identidad que puede darle un
rostro: y al no encontrarlo busca la muerte. ¿Y por qué abandona Gauguin cuanto
confor le rodeaba sino por lo mismo? ¿No encontró Lautrec en
sus dibujos el movimiento que no podía practicar su cuerpo? Y así tantos otros
que se enfrentaron a adversidades para seguir su camino literario, pictórico,
musical...
Y
sobre el confesionalismo autobiográfico: si es cierto que Mozart fue el
primero en poner el corazón dentro del pentagrama y sobre el teclado, no lo es
menos que K. F. E. Bach ya había adelantado que se
debe componer con el alma, no como un pájaro amaestrado; por eso, según su
amigo, el crítico Schubart, sus obras son el desahogo de un
corazón (algo que incluso un escritor que tanto me disgusta,
como Cela, repite, sin declararlo, al frente de "Oficio
de tinieblas, 5", título de raíz musical: Naturalmente,
esto no es una novela, sino la purga de mi corazón). Tchaikosky,
sobre su patética sinfonía Nº 6, decía: la veo claramente
en mi cabeza... siento felicidad al poder trabajar todavía... he puesto en ella
tanto de mí. Abandonó Vivaldi el altar para escribir
las notas que le rondaban durante una misa. ¿No demuestra ese arrebato que la
música ya era una divinidad superior a Dios y que la religión del arte iba
imponiéndose? ¿Por qué esa adoración sino por su poder identificativo y
curativo? Escribe Wagner: Creo en
Dios, en Mozart, en Beethoven..., creo que quien ha gozado una vez los sublimes
placeres del arte se entrega a él para siempre.... Sin
duda: escribir nos prolonga, nos descubre, nos acerca a ese que queremos ser.
Tal vez esa
tradición, aunque no conociera entonces todos sus arbotantes, actuó sobre
mí -porque somos hijos del arte- al proclamar mi necesidad de darle la vuelta al confesionalismo poético para que la escritura no copiase la vida al reflejar al que somos, sino al que anhelamos ser: de ahí el poema Divisa:
Y así, se me cayeron de las manos estos
versos, en los que se dan cita cuantas trincheras, consolaciones y
bellezas pueden producir las creaciones del hombre:
Basta ya de entender que sea la pluma
savia para el dolor:
Otra es la misión de la escritura:
sosegar, transformar la muerte en vida
y convertir en himno la elegía.
El secreto
Para A. L.
Prieto de Paula
Cuando sientas que el mundo te derrota
no intentes combatirlo.
Edifica un castillo en tu interior
y cuelga terciopelos y templanza
en sus muros. Dispón un fuego manso
junto a la mesa de la biblioteca.
Mira el cielo brillar entre las llamas
y los libros. Embriágate de luz
en
la frágil belleza de los cuadros.
Escucha el clavecín mientras tu pluma
persigue en la escritura algún sosiego.